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Hace 234 años, la ciudadanía francesa iniciaba el derrotero de liberarse del Antiguo Régimen representada por una Monarquía de Derecho Divino y en el contexto de una sociedad en la que primaba la inequidad. El lema que acuñó aquel colectivo de ciudadanos fue: "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Este movimiento alumbró una Revolución que transformó al mundo moderno y sentó las bases del Estado anclado en Constituciones, Parlamentos y representación ciudadana, antesala del sistema democrático. En ese proceso, se inscriben el surgimiento del Estado de Derecho y las bases para la formación de una sociedad en la que los individuos gocen de los bienes materiales y espirituales que le confieren dignidad.
Empero, he aquí que en pleno siglo XXI, un candidato toma una palabra de aquel bicentenario lema para elaborar una plataforma electoral y denominar a su partido: "La Libertad Avanza", y resignificar esta palabra con el contenido real que esta ha tenido históricamente.
La dirigencia de las últimas cuatro décadas ha perdido el horizonte: pensar en la gente, que debe ser el norte que guíe todas las acciones. La política se ha divorciado de la ciudadanía. Este autismo le impide ver las problemáticas de la sociedad.
Se dice que Luis XIV construyó Versalles para alejar los malos recuerdos de la noche de San Bartolomé en París. Hay una dirigencia que buscó habitar en Puerto Madero y en barrios privados, evitando ser testigos presenciales de las muchas heridas que genera su propia inoperancia. Este aislacionismo no les permite ver la sociedad a la que deben gobernar y generar los cambios necesarios para lograr el bienestar de la comunidad que los ha elegido y a los que luego han olvidado.
La democracia ha quedado instalada desde hace cuarenta años como sistema político, pero no es suficiente. La institucionalidad por sí misma, no logra satisfacer las expectativas de la ciudadanía. Mantener instituciones que no resuelven problemas puntuales y acuciantes de la gente, es vaciar de contenido y de metas su existencia.
En un contexto inflacionario, con salarios que no alcanzan, es un remedo de aquella Francia en la que el precio del pan era exorbitante, y uno de los muchos factores que motivó a los franceses de otrora a levantar su voz y propiciar una de las revoluciones más memorables y de gran capacidad de transformación en la historia de la humanidad.
Si a eso sumamos un alejamiento de los sectores sindicales de sus bases, una falta de oportunidades reales de trabajo con salarios dignos y que alcancen a cubrir las demandas básicas para la supervivencia, el panorama deviene en funesto.
Otro factor invisibilizado por muchos candidatos es la inseguridad en que vive inmersa la población y que cobra vidas injustamente. Esta lacerante realidad no está en la agenda de la clase política y las urnas han dado cuenta de este anhelo.
El narcotráfico ha cooptado a diversos estratos sociales, a la política y hasta la Justicia.
El sistema judicial tampoco acompaña al sistema democrático. No se puede permanecer indefinidamente en un marco de garantismo que beneficia a delincuentes y revictimiza a las víctimas. Tampoco el Senado debería ser el recoleto espacio para procesados que se refugian en fueros a perpetuidad.
Hay también una clase política más asociada con los usos y costumbres de las monarquías, que no acepta el juego de la democracia que es el de alternancia y recambio. La idea de perpetuidad y de herencia familiar de cargos no se condice con un sistema pensado hace más de dos mil años para la mayor participación posible de la ciudadanía, nunca para que un pequeño grupo se enquiste en el poder por los siglos de los siglos.
Un caballito de batalla es la educación. Si bien en cuatro décadas se produjo la inclusión, la permanencia y la calidad educativa siguen siendo una deuda pendiente. El paso de los años ha deteriorado a nuestro sistema educativo y se ha producido una involución. La Argentina dejó de ser el faro que iluminaba la cultura en el cono sur americano. La trama de la desigualdad educativa es la realidad del presente.
Hay una dirigencia y unos candidatos que, desde sus coquetos despachos y elegantes residencias, no logran comprender los pesares del hombre común, tanto como María Antonieta nunca entendió la situación de su reino. El dispendio, la falta de austeridad, de moderación, son deudas en muchos dirigentes.
Muchos medios de comunicación expresaron, al conocer los resultados de las PASO, la sorpresa que evidenció el alto porcentaje de votos obtenidos por Javier Milei. No debería ser sorpresa, es solo el hastío manifestado por la ciudadanía que lo ha votado, el cansancio ante una multitud de problemáticas, a las injusticias, a la miseria, a la falta de un futuro venturoso. Y la gente quiere respuestas, soluciones. Hay candidatos que no han sabido hacer una buena lectura de las necesidades del habitante de esta tierra, simplemente porque las desconocen.
Y si sumamos los votos de la oposición, Juntos por el Cambio, podemos concluir que la contundencia del rechazo al estado actual de cosas es clarísimo: se debe revisar toda la política y pensar en el demos, en la res pública. Las políticas populistas han fracasado.
Milei ha logrado una victoria parcial con una propuesta libertaria, pero esta es la base desde la que se debería construir el bienestar material y espiritual del Hombre, es decir la construcción de su Dignidad.