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Crisis y nueva configuración del orden social global

Domingo, 27 de agosto de 2023 01:52
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En el libro "Estado de Crisis", Zygmut Bauman y Carlo Bordoni muestran el divorcio que existe -y que podría resultar permanente- entre «el poder" (esto es, la capacidad para conseguir que se hagan las cosas) y «la política" (la capacidad para decidir qué cosas deben ser hechas).

En el principio, el Soberano reunía en su puño ambas cualidades las cuales, o había obtenido él mismo por la fuerza, o le habían sido "delegadas" por mandato divino. El Soberano reunía en su persona la capacidad de decidir qué debía ser hecho junto con la capacidad para hacerlo.

Este "Estado Soberano" propio de la sociedad feudal, cedió su lugar a un "Estado Republicano", el que crearía instituciones que comenzarían a separar al «poder" de la «política" y que haría que ambas capacidades se autorregulen de manera sistémica. Al mismo tiempo, crearía las instituciones y condiciones necesarias para el desarrollo de las sucesivas revoluciones industriales. Nace el "Estado Industrial", una organización social en la que la propiedad de las máquinas -algo inseparable de cualquier proceso de industrialización- signará la diferencia fundamental entre patrón y trabajador; y que dará forma a una nueva clase social: la burguesía industrial.

Será esta burguesía industrial quien le otorgará legitimidad y poder a los nuevos "soberanos" de allí en más; soberano que se dedicaría sólo a la política, entendida ésta ahora como el proceso decisorio entre alternativas o caminos a tomar; pero sin el control total para llevar adelante todas las decisiones. Imaginemos, a modo de ejemplo, la época de nacimiento y expansión de las grandes empresas americanas distintivas de la segunda revolución industrial como la siderurgia, los ferrocarriles, o la industria automotriz; quienes eran consultadas y que aprobaban, "bendecían" y acompañaban -o no- determinadas acciones o iniciativas que el presidente de turno buscara implementar. «Poder" y «política" se separaron siguiendo una lógica de organización productiva: el capital ostenta el «poder"; la «política" hace el trabajo. Sobrevendría luego el "Estado Liberal", Estado que seguirá separando «poder" de «política", pero que también comenzará a relegar sus obligaciones contractuales fundantes; llevándonos a una ruptura cultural.

 Del "deber" al "poder"

Algo en común entre los Estados feudales y el Estado Industrial era que ambos regímenes se sostenían en sociedades obedientes, disciplinadas y sumisas. Cada persona obedecía un "mandato" y hacía lo que se esperaba de ella -en cada momento de su vida- acorde a su nivel social y a "su lugar" en la sociedad. El mandato era inviolable y la única rebeldía posible era la de no seguir esta línea trazada por su clase y las expectativas que se hubieran depositado en su persona. Se trataba de sociedades normativas donde mandaba el "deber ser".

Hoy, ubicados en otro extremo, la sociedad capitalista liberal sigue siendo disciplinada -aunque no sea fácil verlo -, aunque sí ha roto con los mandatos de clase. Ha cambiado el paradigma y, ahora, el verbo modal es "poder", en contraposición al imperativo de todas las sociedades anteriores que sólo formulaban prohibiciones y utilizaban el verbo "deber". El mandato, hoy, es "debemos poder", mientras se vive en un estado de ilusoria libertad.

 Un mundo inmaterial

Este nuevo Estado liberal posindustrial se basa en un uso intensivo de la tecnología. Esto hace que el capital pierda sus vínculos con el mundo del trabajo físico y, al mismo tiempo, que el trabajo mismo se vuelva intangible e inmaterial. Se instalan nuevos paradigmas como "revolución del conocimiento", "economía de plataformas" o "economía compartida"; conceptos que logran que el trabajo físico se desvincule de la mano de obra; precarizándola o empujándola a espacios de mayor informalidad o de menores salarios.

El capital, libre de una vinculación sólida con una mano de obra a la que necesita menos depende, en cambio, de hacerse de la propiedad de las máquinas. Como en los albores de esta Cuarta Revolución Industrial que se despliega ante nosotros las máquinas comienzan a ser capaces de autorreplicarse, se comienza a verificar un proceso de acumulación de riqueza que acelera nuevas formas de inequidad. Esto es otro quiebre social de importancia que generará, a su vez, más cambios, más crisis y mayor incertidumbre de cara al futuro.

 Socavando el concepto de Estado

Sigmund Freud estableció que la sociedad, como construcción social creada y gestionada por el hombre, es un juego de suma cero donde lo que está en juego es el equilibrio entre seguridad y libertad. Cuando se gana libertad se pierde seguridad. Y viceversa. La pérdida de las libertades civiles en muchas sociedades occidentales modernas en aras de una mayor seguridad producto de la amenaza de la COVID-19, fue una excelente comprobación experimental a gran escala de esta afirmación.

Hoy vuelve a ganar la aspiración de una mayor libertad y el concepto de sociedad entra en crisis. El de progreso también. Ambas construcciones sociales tambalean y son cuestionadas sin piedad.

to el concepto de Estado -entendido este como "soberano legítimo"- como su legitimidad para accionar comienzan a ser rebatidos, mientras los Estados muestran severas contradicciones fácticas. Quebrados financieramente, solo atinan a reducir sus abrumadoras deudas públicas mientras restringen y tercerizan sus responsabilidades básicas y olvidan que, así, socavan su finalidad última, la cual no es equilibrar sus presupuestos sino proporcionar los servicios contractuales adecuados a sus ciudadanos. Se vacían de contenido y de razón de ser en un círculo vicioso difícil de detener. De seguir por esta senda, se podría pasar de un proceso de deconstrucción del Estado a un proceso de completa deslegitimación de los mismos y de vacío de poder.

Poder líquido

Las empresas industriales -motor visible del «progreso», y que supieron representar al poder real-, fueron "liquidificadas" y tomaron una forma mucho más sutil y abstracta. A través del uso de tecnología intensiva e instrumentos financieros complejos, abandonaron el espacio físico al que estaban atadas y, libres de esta restricción, adoptan ahora una nueva forma que aprueba, "bendice" y acompaña -o no- las medidas que el poder político de turno quiera o necesite implementar. Y esta aprobación o desaprobación se mide en menos de 24 horas a través de la reacción de los mercados bursátiles y las cotizaciones de las Bolsas de los mercados.

Liberadas de restricciones físicas, los capitales extraterritoriales se mueven a su entera voluntad creando situaciones favorables y estabilidad en un lugar dado y en un momento dado y, con la misma velocidad y facilidad, pueden dejar a su paso situaciones por completo desfavorables e inestabilidad cuando deciden retirarse de ese lugar porque ya no les es conveniente permanecer allí.

Así, las crisis financieras también se vuelven globales e instantáneas, sin rostro y sin responsables; lo que muestra la vulnerabilidad de un sistema arbitrado por flujos financieros incontrolables que crean prosperidad en un momento dado, tanto como pueden dejar ruinas humeantes, todo con la misma facilidad y velocidad y sin prurito alguno.

Estados sin poder

Esto no hace más que ayudar a acelerar el proceso de divorcio entre «poder» y «política». Peor. Hoy, el verdadero poder está concentrado en menos manos, reside en un lugar no físico y no queda atado territorialmente a ningún lugar específico; quedando fuera del alcance y la jurisdicción de cualquier Nación o ley. El poder es ejercido a través de organizaciones «supranacionales» y «extraterritoriales», que están localizadas en un «espacio de flujos» (expresión del sociólogo español Manuel Castells) y que se mantienen fuera del alcance de cualquier instrumento político de control; quedando los Estados con serias restricciones para ponerles límites, al quedar estos limitados a un «espacio de lugares».

En el extremo, se podría llegar a una situación donde el poder real resida por completo en el «espacio de flujos» de Castells y que sólo quede en el «espacio de lugares» un control administrativo y policial. De allí a una sociedad global tecnocrática -de seguro algo o muy totalitaria- podría haber poco espacio por recorrer. Mientras tanto, las crisis son cada día más globales y las herramientas para paliar o morigerar estas crisis son locales e insuficientes. Todo comienza a ser irreconciliable con todo.

Rompiendo paradigmas

Podríamos estar en los albores de completar un ciclo histórico que se inició con el poder y la política en manos de una única persona (el Soberano), hasta llegar a un nuevo instante en el que ambas capacidades («poder» y «política») puedan residir en muy pocas corporaciones supraterritoriales globales que, además, sean la cara visible de un número en extremo escaso de personas.

Así, mientras la economía persevera en una acumulación infatigable de capital que no tiene más sentido que la acumulación de capital por la acumulación en sí misma, persiste en la búsqueda de una incesante maximización de beneficios y en la reducción constante de fricciones (entre ellas el trabajo, hoy, la mayor fricción que el capitalismo encuentra en su evolución hacia su propio futuro); los Estados perseveran en el vaciamiento de sus razones fundantes y en la no prestación de sus obligaciones mínimas obligatorias, corroyendo las bases sobre las que se justifica su existencia.

El problema es en extremo complejo y las soluciones que se visualizan no parecen estar a la altura de los desafíos que se plantean. Lo que no se puede - ni se debe - permitir, es que las sociedades sean la variable de ajuste de la reconfiguración económica y social por venir.

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