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Laburo-cracia

Viernes, 04 de agosto de 2023 23:41
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Laburocracia es un neologismo de mi cosecha que etimológicamente se entendería como "gobierno de los que trabajan" ¡Qué lindo sería! ¿Verdad? A veces nos da la impresión de que ese grito callejero de "vago anda a trabajar" se transformó en "vago andá a gobernar". Si bien Argentina está en el podio de los gobiernos ineptos (nacionales, provinciales y municipales), se trata de un fenómeno global en el que las caquistocracias (gobiernos de los malos) proliferan en sistemas políticos degradados y caóticos que repelen a los talentosos y le abren paso a los peores ciudadanos, o a los menos preparados.

El griego kakistos, que está en el origen de caquistocracia, es el superlativo de kakos, que significa 'malo', además de 'sórdido', 'sucio', 'vil'... De ahí que, hilando fino, pueda interpretarse que cacocracia es el gobierno de los malos, y caquistocracia, el de los peores, aunque se suele ver en esas voces solo dos variantes del mismo sustantivo. Hay quien evita cacocracia por temor a que pueda interpretarse como el gobierno de los cacos, los ladrones. Aunque esa forma de gobernar, caracterizada porque en ella prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos, tiene un nombre en español, cleptocracia. En nuestra exuberante Latinoamérica tenemos tendencia a acumular cuanta funesta "cracia" exista: no alcanza con ser los peores, salvo en el arte de robar fondos públicos. Cuando coinciden, la cleptocracia y la cacocracia se refuerzan entre sí.

Dice Moisés Naim (El País) que mientras el mundo se desgañita debatiendo sobre socialismo, capitalismo, independentismo, populismo y otros ismos, los ladrones y los ineptos están tomándose cada vez más gobiernos. Ladrones en el poder los ha habido siempre y gobernantes incompetentes también. Pero, en estos tiempos, la criminalidad de algunos jefes de Estado ha alcanzado niveles dignos de los tiranos de la antigüedad. Y las consecuencias de la ineptitud de quienes mandan se ven ahora amplificadas por la globalización, la tecnología, la complejidad de la sociedad, así como por la velocidad con la que suceden las cosas. Ya no estamos hablando solo de la corrupción "habitual"; la del ministro que cobra una comisión por la compra de armas o por otorgar a dedo el contrato para construir una carretera. Ni de un caso aislado en el que el más tonto de la clase llega, para sorpresa de sus antiguos compañeros, a ser presidente. No; en el caso de la cleptocracia se trata más bien de conductas criminales que no son individuales, oportunistas y esporádicas sino colectivas, sistemáticas, estratégicas y permanentes. Es un sistema en el cual todo el alto Gobierno es cómplice y se organiza de manera deliberada para enriquecerse -y usar las fortunas acumuladas para perpetuarse en el poder-. Para los cleptócratas el bien común y las necesidades de la población son objetivos secundarios y solo merecen atención cuando están al servicio de lo más importante: engordar sus fortunas y seguir mandando.

La meritocracia

El concepto de meritocracia fue acuñado, en su versión moderna, recién en 1958 por el sociólogo y activista laborista británico Michael Young en su libro The rise of the meritocracy, 1870-2033: An essay on education and equality (El triunfo de la meritocracia, 1870-2033: ensayo sobre educación e igualdad). La meritocracia sería un sistema social o político, de organización de la sociedad, basado en el mérito, en que los puestos, jerarquías y funciones, sean candidaturas políticas o sean puestos laborales, se obtienen atendiendo exclusivamente a la evaluación del mérito y la capacidad personal de los individuos para ellos.

Se trata de un concepto polémico y polisémico. Algunos lo entienden como el gobierno de los mejores y otros como la idoneidad para acceder a los empleos públicos. El propio Michael Young imaginó el vocablo para pasarse al bando de los antimeritocráticos. En nuestro país ha profundizado la grieta ya que el kirchnerismo se manifestó reiteradamente en contra de la meritocracia (a mi entender confundiendo los conceptos) y Juntos por el Cambio a su favor, pero sin clarificar tampoco la cuestión. Similar grieta también ocurre en Estados Unidos con los conservadores a favor de la meritocracia y los progresistas en su contra. Uno de los filósofos más importantes del mundo en la actualidad, Michael Sandel, escribió el libro "La tiranía del mérito" donde nos dice que en un momento como el actual, en que la ira contra las élites ha llevado a la democracia hasta el borde del abismo, la del mérito es una cuestión que debe tratarse con particular urgencia. Tenemos que preguntarnos si la solución a nuestro inflamable panorama político es llevar una vida más fiel al principio del mérito o si, por el contrario, debemos encontrarla en la búsqueda de un bien común más allá de tanta clasificación y tanto afán de éxito.

A mi entender ambas posturas tienen y no tienen razón. Hipotéticamente no podría concebirse sistema más justo que el del ascenso social en base al mérito, al esfuerzo, a la capitación permanente. Pero pisando tierra advertimos la desigualdad de oportunidades existente entre los que han tenido la suerte de nacer en un medio que los incentiva y les da posibilidades de destacarse por el mérito, frente a aquellos que nada tienen y deben luchar a brazo partido simplemente para sobrevivir.

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