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El Pew Research Center, un centro de estudios sociales inobjetable, publicó en 2019 el reporte "Muchos en el mundo se encuentran insatisfechos con el funcionamiento de la democracia". Treinta mil ciudadanos en 27 países fueron consultados sobre sus opiniones en temas como la democracia; la economía; el rol de las elites políticas; el sistema judicial o el nivel de seguridad, entre otras cosas.
El 51% mostró estar desencantado con el funcionamiento de la democracia en su país. El 53% consideró que el sistema judicial no trata a todos los ciudadanos por igual y el 64% que no se garantiza la seguridad pública. El 54% opinó que la mayoría de los políticos son corruptos y un 61% consideró que no son capaces de dar respuesta a las demandas de la ciudadanía. Estos resultados fueron peores que los obtenidos por el mismo estudio en 2017, lo que mostró una insatisfacción general en aumento. Quizás la estadística más pesimista sea la que muestra que el 60% de la población opinó que las elecciones no cambiarían el estado de las cosas, o que solo el 57% considerara que tenía chances de mejorar su nivel de vida. Demoledor.
El estudio mostró una fuerte correlación entre la situación económica del país y la opinión de sus ciudadanos sobre el desempeño democrático: a mejor desempeño económico, mejor opinión general y viceversa. Con respecto a la migración, mostró cómo en aquellos países cuya opinión mayoritaria sostiene que los inmigrantes son culturas diferentes que no pueden ser asimiladas, se verificaron los mayores grados de insatisfacción con la democracia; retroalimentando un fenómeno cada vez más difícil de resolver. No es casualidad que en estos países hayan surgido los movimientos xenófobos más fuertes y radicalizados o las denominadas democracias iliberales.
Reclamos sin respuestas
Resulta más fácil entender fenómenos como los que encarnan Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Jean-Marie Le Pen y su hija Marine Le Pen en Francia, el crecimiento del partido político alemán neonazi AfD, los partidos ultraderechistas belgas o dinamarqueses o, incluso, el Brexit en Gran Bretaña, si se logran comprender las dinámicas particulares de insatisfacción hacia la inmigración; los cambios bruscos en el mercado de trabajo; los cambios que produce la tecnología o, más profundo aún, la desigualdad que crece sin freno en el seno de las sociedades occidentales. Es que, por primera vez desde la posguerra, existen amplios segmentos de la población que no podrán alcanzar un nivel de vida más alto que el de sus padres y que pierden poder adquisitivo y nivel de vida año tras año. Con este aumento de la desigualdad los ciudadanos se muestran más reacios a creer que su gobierno "es en verdad democrático", erosionando al sistema de manera preocupante.
El último reporte sobre democracia global publicado por "The Economist" muestra un fuerte corrimiento hacia autarquías y regímenes iliberales en la última década, que se refleja, por ejemplo, en los autoritarismos de Turquía, Hungría, Polonia y Filipinas. Para ensombrecer el panorama, menos del 50% de la población mundial vive bajo alguna clase de régimen democrático -fuerte, débil o fallido- y algo más de un tercio vive bajo un régimen autoritario. Incluso en el seno del mundo democrático liberal -Estados Unidos- proliferan discursos antidemocráticos por naturaleza.
Una ansiedad feroz
En una nueva edición del estudio del Pew, "Opinión pública global en la era de la ansiedad", ahora de 2021, todos los indicadores empeoraron. La percepción mayoritaria es que las democracias no están entregando resultados -"en forma de bienestar"- de acuerdo con la promesa que hacen. Además, se suma una percepción creciente de que el sistema es incapaz de garantizar derechos esenciales como educación, trabajo, justicia y salud, o de dar respuesta a reclamos básicos como la corrupción y la inseguridad. Y, aun cuando todos concuerdan con que la democracia es el mejor sistema de organización política y social, el compromiso activo hacia ellas se muestra cada vez más débil, mientras la polarización creciente y las divisiones políticas y sociales amplifican todas las diferencias.
El nuevo reporte muestra un estado de ansiedad generalizado alarmante que parece estar conectado, en forma directa con un sentimiento de frustración creciente no caracterizado ni canalizado. Los encuestados manifiestan el deseo de un cambio radical profundo y rápido; aunque muy pocos de ellos son capaces de articular este deseo en ideas o de poner en palabras cómo caracterizarían este cambio.
Todo esto podría estar abriendo la puerta a un nuevo paradigma político global de mayor incertidumbre. La política tradicional está empantanada buscando un plan que se ajuste a un mandato popular que nadie es capaz de articular o de expresar de manera inequívoca.
Pareciera estar naciendo el deseo por un nuevo sistema político, indefinido e inclasificable, pero que luzca más a la medida de la nueva sociedad que comienza a surgir en los albores del siglo XXI. Quizás un sistema más directo, polarizado, asambleísta, volátil y cambiante; mediatizado en extremo y que se juega por entero en las redes sociales y en los canales digitales y no en los lugares por los que la política tradicional se maneja con tan incierta precisión y resultados.
La sociedad «patchwork»
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su libro "Hiperculturalidad", habla de una "identidad patchwork": una narrativa individual que rechaza las formas y los juicios objetivos y que, por el contrario, realza los estados subjetivos; pero desde la cual el sujeto construye su identidad usando retazos culturales ajenos pero percibidos liberadores y "multicolores", y en oposición a una cultura anterior "descubierta" ahora como impuesta, hegemónica y monocromática.
Una "religión propia" cuyo verbo modal es "poder ser", armada por la yuxtaposición de retazos variados de una multiplicidad de creencias ajenas y a veces lejanas; otras veces contradictorias e inconsistentes. No importan ni la coherencia ni la consistencia; solo importa esa valoración subjetiva que le da la narrativa individual y la validez que "los otros" otorguen -o no- a esa identidad armada retazo a retazo: "Soy quien soy porque los otros me reconocen como tal".
Esta "identidad patchwork" de distintas "formas y colores", no crea una nueva cultura colectiva ni reemplaza a la anterior, sino que, por el contrario, solo exacerba la individualización y la desculturalización. El signo de la época es la "desfactifización hipercultural" de la vida que pone al individuo en el centro y relativiza todo otro valor y todo otro saber.
En este contexto y para esta nueva "sociedad patchwork"; ¿por qué podría seguir rigiendo un sistema político hecho a la medida de una realidad social y económica que no los incorpora y que no los representa? "Probablemente a aquellas personas que han vivido y prosperado en un sistema social dado les es imposible imaginar el punto de vista de quienes al no haber esperado nunca nada de ese sistema contemplen su destrucción sin especial temor", afirma Michel Houellebecq en "Sumisión". Palabras llenas de clarividencia.
El "antiguo establishment" deviene obsoleto. Surgen "outsiders políticos" desde las redes digitales que recaudan fondos por internet y que se presentan a elecciones sin necesidad de consentimiento de ninguna autoridad partidaria, elite económica u organización sindical. "Outsiders" que llegan a sus votantes por medio de las mismas redes en las que vociferan sus consignas -en algunos casos virulentas y violentas- y que esquivan a los medios de comunicación y a los formadores de opinión tradicionales, los cuales solo son escuchados por ese viejo "establishment" cada vez más marginal atrapado en un "debería ser" que solo ellos reconocen como tal.
La "sociedad patchwork" no lee los diarios, no escucha radio, no mira canales de televisión tradicionales ni escucha a estos formadores de opinión cotidianos. La nueva política transcurre por ínfimos videos de "Tik-Tok", por "xeets" como se llaman ahora los viejos "tuits", o por medios que la vieja política no conoce, no maneja y que no entiende. La vieja política queda atrapada en un esfuerzo fútil por movilizar votos y traccionar votantes usando medios y métodos también devenidos en obsoletos y marginales.
¿Por qué un miembro de esta "sociedad patchwork", que ha armado su yo a su voluntad y que ha validado su identidad en las distintas e infinitas tribus digitales que "le dan valor" y que "validan su identidad", va a "obedecer" a un dinosaurio monocromático en extinción que representa a un modelo y a una sociedad que los excluye, o a una idea muerta de hacer política? La nueva guerra es el "poder ser" versus el "debería ser".
El quiebre es violento y creo que no atinamos a dimensionarlo con justeza ni con propiedad. Así, me pregunto quién está más loco. Si quienes saben leer esto y arman una "política patchwork" inconsistente, incoherente, contradictoria o hasta violenta pero hecha a la medida de un electorado afín; o los que esperan obtener resultados diferentes usando los mismos métodos arcaicos de siempre; aferrados a su propia visión de cómo se imaginan ellos que deberían seguir funcionando las cosas en vez de aceptar que el mundo cambió y que la sociedad y la política cambiaron, también.
Una "política patchwork" difícil de asimilar y de entender, a la medida de una "sociedad patchwork" difícil de comprender.