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Taiwán, una línea rojapara la paz mundial

Miércoles, 27 de septiembre de 2023 02:04

Como Berlín Occidental durante la guerra fría, cuando la histórica capital alemana quedó aislada dentro de Europa Oriental, separada del resto del territorio germano y erigida en el escenario de un posible choque nuclear entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, Taiwán es hoy el epicentro de una eventual contienda bélica entre Estados Unidos y China. Entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética podían encontrar mecanismos de negociación para resolver sus disputas en cualquier lugar del planeta menos en la cuestión de Berlín, donde ninguna de ambas superpotencias estaba en condiciones de ceder. Washington y Beijing pueden encontrar vías de entendimiento para superar sus litigios de intereses en cualquier parte del mundo menos en el conflicto de Taiwán, donde esa alternativa tampoco existe. El status de Taiwán es la pieza más delicada de la paz mundial.

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Como Berlín Occidental durante la guerra fría, cuando la histórica capital alemana quedó aislada dentro de Europa Oriental, separada del resto del territorio germano y erigida en el escenario de un posible choque nuclear entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, Taiwán es hoy el epicentro de una eventual contienda bélica entre Estados Unidos y China. Entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética podían encontrar mecanismos de negociación para resolver sus disputas en cualquier lugar del planeta menos en la cuestión de Berlín, donde ninguna de ambas superpotencias estaba en condiciones de ceder. Washington y Beijing pueden encontrar vías de entendimiento para superar sus litigios de intereses en cualquier parte del mundo menos en el conflicto de Taiwán, donde esa alternativa tampoco existe. El status de Taiwán es la pieza más delicada de la paz mundial.

Nada en el horizonte permite imaginar una solución a esta controversia que lleva ya 74 años. En octubre de 1949, el Ejército Rojo, brazo militar del Partido Comunista, liderado por Mao Tse Tung, ingresó triunfalmente a Beijing y obligó al presidente Chiang Kai-Sheck, jefe del Partido Nacionalista (Kuomintang), a refugiarse en la isla de Taiwán para trasladar la sede de su administración, que pretendía seguir gobernando todo el territorio chino. Mao proclamó la fundación de la República Popular China y Chiang reivindicó la continuidad institucional de la República China. Para Beijing, Taiwán es una "provincia rebelde" que tiene que ser sometida a la autoridad de Beijing.

El conflicto se mantuvo inalterable, pero la relación de fuerzas cambió radicalmente desde entonces. En 1949 China era un país subdesarrollado, destruido por décadas de guerra civil y amparado por la Unión Soviética. Taiwán era apenas una pequeña isla protegida militarmente por Estados Unidos. Esa historia reconoció tres grandes puntos de inflexión. El primero fue en 1957, la ruptura de Mao con la Unión Soviética. El segundo fue en 1972, cuando la visita de Richard Nixon a China provocó el deshielo en el vínculo bilateral y Washington aceptó la incorporación de Beijing en el lugar de Taiwán en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El tercero fue a partir de 1979 cuando Deng Xiaoping inició el proceso de apertura internacional y vuelco a la economía de mercado que en solo tres décadas transformó a China en la segunda potencia económica mundial.

Taiwán tampoco es esa región atrasada de 1949. En la década del 60, junto a Corea del Sur, Singapur y Hong Kong, integró el pelotón de los "pequeños tigres", un cuarteto de economías asiáticas de escasa superficie que en veinte años protagonizó un proceso de modernización que le permitió salir del subdesarrollo a través de una estrategia orientada a la creación de una estructura industrial altamente competitiva y así, multiplicar sus exportaciones y erigirse en parte activa del comercio mundial.

La isla hoy ocupa el 21° lugar en la economía mundial, en términos de su producto bruto interno. Con una población de 24 millones de personas, tiene un ingreso de 35.000 dólares por habitante, que triplica al de China continental. La economía taiwanesa presenta un elevado nivel de sofisticación tecnológica, hasta el punto de convertirse en el principal productor mundial de semiconductores, un insumo indispensable para el desarrollo de la inteligencia artificial.

La confluencia entre la irrupción de China como superpotencia global y el incremento de la importancia cualitativa de Taiwán hizo que, para Xi Jinping, el reintegro de Taiwán a la soberanía china sea una prioridad estratégica irrenunciable y para Estados Unidos un desafío imposible de rehuir. En el medio de esa disputa global, los taiwaneses oscilan entre una tendencia conciliadora con Beijing y los partidarios de la declaración formal de la independencia de la isla, un gesto que para los comunistas chinos sería el equivalente de una declaración de guerra.

Opciones estratégicas

La presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, pertenece al Partido Democrático Progresista (PDP), una corriente que revindica una identidad nacional taiwanesa diferenciada de China. Esa postura encuentra un hondo arraigo en una parte de la población, orgullosa de su propia historia. Conviene acotar que Taiwán lleva más de un siglo fuera de la égida de Beijing. La isla fue ocupada militarmente por Japón en 1905, retornó temporariamente a la soberanía china en 1945 y en 1949 volvió a separarse de Beijing para ejercer su autogobierno.

Sin embargo, en 1949 los taiwaneses no recibieron con demasiado agrado la abrupta llegada de Chiang Kai-Shek al frente de su derrotado ejército del Kuomintang, acompañado por 1.500.000 de emigrantes procedentes de China continental, quienes se hicieron cargo del gobierno de la isla. Esa hegemonía del Kuomintang se mantuvo inalterable hasta 2016, cuando fue desplazado por el PDP, fundado en 1986 y convertido en actor de un sistema bipartidista que desde entonces caracteriza a la política local.

Con ese tinte independentista, Tsai y el PDP ganaron las dos últimas elecciones presidenciales. En contrapartida, el Kuomintang obtuvo una rotunda victoria en las elecciones locales de 2022, en las que conquistó la mayoría de las alcaldías, entre ellas la de Nueva Taipéi, ciudad que rodea la capital del país. Ese resultado lo colocó en mejor situación para disputar las elecciones presidenciales de enero de 2024.

Ante ese contraste, Tsai renunció a la presidencia del PDP, que proclamó la candidatura del vicepresidente Lai Ching-te.

El Kuomintang nominó al alcalde de Nueva Taipéi, Hou Yu-ih. En esta oportunidad apareció un inesperado tercer candidato, Terry Gou, un multimillonario taiwanés, propietario de la compañía tecnológica de Foxconn, cuya postulación puede dividir el voto opositor.

Para entender la posición del Kuomintang en el conflicto con Beijing hay que subrayar que se trata un partido nacionalista, nacido a fines del siglo XIX con el liderazgo de Sun Yat Sen (primer presidente de la República China), protagonista de la revolución democrática de 1912, que derrocó a la monarquía más antigua del mundo. El Partido Comunista surgió precisamente como una escisión de izquierda del Kuomintang, registrada luego de la revolución bolchevique en Rusia de 1917. Desde esa perspectiva, la presencia del Kuomintang en Taiwán es un accidente histórico. Su razón de ser lo obliga a plantear la reunificación con China.

El gobierno de Beijing acaba de formular la propuesta de crear en la provincia costera de Fujian, la más próxima a Taiwán, una "zona de demostración" para el desarrollo integrado de ambas partes y el "primer hogar" para las empresas y los residentes taiwaneses que deseen radicarse en China continental. La iniciativa fue inmediatamente rehusada por el gobierno de Tsai, pero mantiene vigencia.

Pero tanto los independentistas del PDP como los nacionalistas del Kuomintang actúan con prudencia en la consecución de sus objetivos, obviamente contrapuestos. Ni el PDP pretende impulsar una declaración de independencia de la isla ni el Kuomintang un acuerdo rápido con el régimen chino. Por ahora las diferencias se plantean en términos de una mayor cercanía o distancia con Beijing. Ambos partidos coinciden en la necesidad de fortalecer la alianza defensiva con Estados Unidos, como única garantía de supervivencia. Los comunistas chinos tampoco manifiestan apuro. Confiados en su estrategia del "ascenso pacífico", estiman que Taiwán terminará cayendo en sus manos como una fruta madura. Ninguno de los actores aparece entonces interesado en provocar una confrontación. El riesgo es que, por la magnitud de la apuesta, todos están tan sensibilizados que un error de cálculo de las partes puede romper ese frágil equilibrio y desencadenar una catástrofe nuclear.

 

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