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La economía, ¿es una herramienta, o es algo que ha devenido en una nueva forma de religión? Si fuera lo primero -y sólo lo primero-, la economía debería ser usada por cualquier arco ideológico y en cualquier marco ideológico. Debería servir, por ejemplo, para eliminar el 50% de pobreza o el 20% de indigencia que hoy sufre nuestra población; o para dar alternativas al 67% de los chicos pobres menores de 14 años que quedan fuera del sistema casi sin solución. Debería ayudar a aumentar la cantidad y calidad de los bienes producidos y de los bienes exportables; debería ayudar al desarrollo de nuestra infraestructura, de los servicios fundantes del Estado y de todos aquellos otros servicios que hacen al mejoramiento sanitario, intelectual y cultural de la comunidad.
El crecimiento económico debería traducirse en desarrollo y "desparramarse" -indetenible- en todas las direcciones y hacia todos lados. "El éxito de una economía únicamente puede evaluarse examinando lo que ocurre con el nivel de vida -en sentido amplio- de la mayoría de los ciudadanos durante un largo periodo", afirma Joseph Stiglitz en "El precio de la desigualdad".
No hay que confundir crecimiento económico con desarrollo; no son sinónimos ni conceptos equivalentes. Una cosa no asegura la otra como se nos pretende hacer creer. Tampoco la estabilidad económica asegura crecimiento; ni desarrollo. La imprescindible estabilidad económica no deja de ser apenas el primer paso. ¿Será que iremos a dar los pasos siguientes que se necesitan para asegurar crecimiento económico primero, y desarrollo después? Es importante la diferenciación. Es fundamental; de hecho. Por desgracia, nada lo asegura. El esquema productivo, económico -y político- que nos llevó a las crisis de 1873, de 1890 y a todas las otras crisis que, de allí en más se han sucedido, incansables, no ha cambiado en lo fundamental en 200 años excepto por la acumulación inviable de deuda; la desinversión sanitaria, educativa, social y económica; una cantidad inmanejable de personas sin calificaciones y sin trabajo de calidad; así como una cantidad pavorosa de chicos sin una alimentación ni una educación adecuada. Aun cuando hubo períodos de estabilidad y de crecimiento económico sostenidos en esos 200 años, nunca hubo ciclos sostenidos de desarrollo productivo, económico ni social.
Una nueva religión
Cuando la economía deviene ideología, se dejan de lado estas consideraciones y nacen los fundamentalismos. Fundamentalismos que crean posiciones binarias para las que, la ideología política y económica de una facción, termina siendo el demonio de la otra. La grieta está servida. Y lista para seguir profundizándose.
Devenida ideología, se hace imposible reconocer que pueda haber méritos tanto en una como en otra visión de una misma herramienta -la economía- y que se pueden tomar instrumentos "de uno y del otro lado del cerco". Alguna vez me enseñaron que "no hay que poner la vela ni tan cerca del santo que lo queme, ni tan lejos que no lo ilumine". Cuando la herramienta deviene ideología esto no es posible y, así, resulta casi lógico que nos pasemos la vida oscilando entre extremos de modelos estatistas profundos a otros del más libre mercado.
Devenida ideología, se confunde el alcance de la herramienta -la economía-, con el de una nueva forma de evangelización que mezcla todo en un pasticho espeluznante. Se establecen dogmas de fe económicos que, a falta de conocimientos y de profundización de los "misterios de la liturgia económica", se cree sin cuestionar. La fe del carbonero aplicada a la economía. Creo -con fervor- en todo lo que apoye mi creencia y rechazo -con fervor también- todo lo que se oponga a ella.
Visto así, es fácil entender por qué criticar algunos aspectos o formas de las medidas tomadas por el presidente Javier Milei lo coloca a uno -de manera automática e inmediata, y casi en tono cancelatorio- del lado del estatismo, como un enamorado del comunismo y al borde de la necesidad de una internación psiquiátrica por padecer de síndrome de Estocolmo. O por qué, en espejo, criticar ciertos aspectos de la visión estatista nos coloca -también en forma automática e inmediata, y en el mismo tono cancelatorio- entre los defensores acérrimos del liberalismo económico.
Acaso ¿cuestionar ciertas ideas, formas o posturas extremas del liberalismo nos hace comunistas? ¿Cuestionar perversiones del estatismo nos convierte en liberales libertarios? ¿Cuestionar falencias de un sistema significa apoyar al otro? Creo que no. Estoy seguro de no. Tanto binarismo me hace valorar la grandeza de Albert Camus, quien, aún siendo comunista militante, no tuvo reparo alguno en denunciar la brutalidad de los métodos totalitarios y siniestros de Stalin sin caer en la superchería ni en el maniqueísmo de Sartre y de Simone de Beauvoir; quienes argumentaban que exponer las debilidades de la izquierda ayudaba a fortalecer a la derecha. Parece mentira pero, aún hoy, se siguen escuchando sandeces similares. Ni antes vivíamos en Noruega ni ahora estamos en camino de ser una potencia mundial; de nuevo, la vela y el santo.
El menos común de los sentidos
"El 95% de la economía es sentido común" afirma el economista surcoreano Ha-Joon Chang. Claro, no dice que el sentido común es el menos común de los sentidos. "Se necesita aprender economía para poder reconocer los diferentes tipos de argumentos económicos y desarrollar la facultad crítica de juzgar cuál de ellos tiene más sentido en una circunstancia económica dada y en función de una serie de valores morales y metas"; agrega en "Economía para el 99% de la población".
Nótese que dice, a propósito, cuál de los argumentos tiene más sentido en una circunstancia económica dada, y en función de una serie de valores morales y metas, sin hacer juicio de valor sobre si algo es o no correcto, bueno o no. Un argumento económico puede hacer sentido en un contexto y no en otro; podría hacer sentido en función de los valores morales y las metas que tenga la sociedad, o no. El autor, a propósito, destierra los absolutos; excluye los fundamentalismos. Exorciza a la economía; la vuelve a su lugar de herramienta terrenal y humana; no ideológica; menos divina.
Lo único que de verdad importa, es que la economía -y la política-, se construyan desde la realidad social y desde los valores de la sociedad. También que tanto la economía como la política están al servicio de la sociedad, nunca al revés. Acaso ¿alguna vez sucedió así?
¿El huevo o la gallina?
Tampoco puedo dejar de preguntarme si la libertad se gana o se impone. La libertad demanda esfuerzo, compromiso y sacrificios. También exige educación. ¿La sabremos valorar, si nos la dan, así como Dios le dio a Moisés las Tablas de la Ley?
Por desgracia, tanto el "famoso" DNU como la Ley Ómnibus suenan a esto: a un acto fundacional en el que un dios nos entrega las nuevas Tablas de la Ley. Pero, con el precedente que sienta el propio DNU, ¿qué impide que un nuevo presidente de la otra religión, más adelante, desmonte todo este nuevo andamiaje con otro DNU que comience con un lapidario "Deróguese"?
Las Tablas de la Ley de este nuevo Leviatán; ¿crearán una sociedad liberal libertaria? O si fuéramos una sociedad liberal libertaria, ¿no habríamos parido, por nosotros mismos, Tablas de la Ley similares a estas a lo largo de los siglos; y no nos encontraríamos, ahora, en esta situación?
El binarismo fatal
Mientras escribo esto escucho a Manuel Adorni que dice: "Elijan entre el cambio o seguir obstruyendo". No deja lugar al menor resquicio de duda; todo lo propuesto debe ser aceptado a pies juntillas, sin discutir. Discutir es obstruir. Debatir es obstruir. "Cuanto mayores dilaciones y tonterías se hagan desde la política, mayor será el ajuste", dice el presidente. Milei es el cambio certero, perfecto y razonable, y toda coma que se pida cambiar al DNU, a la Ley Ómnibus o a cualquier decreto que se nos plante enfrente es una obstrucción. El presidente ha logrado colocarse a sí mismo en el centro del ring corporizando la voluntad popular y, todo aquel que lo objete, de cualquier manera, comete un acto de traición al bien común.
No me parece mala la duda. Lo que define la valía de una persona es la calidad de sus preguntas; nunca sus certezas. En un mundo plagado de incertidumbres, las certezas pueden ser tanto o más peligrosas que los míticos cantos de sirenas.
Me gustaría pensar que no estamos convirtiendo a este hermoso país en un lugar de una convivencia tan ardua y angustiante como la que existe en otros lugares inviables del mundo. Me gustaría concebir a la economía como una mera herramienta y no como una ideología; mucho menos como una religión en la que hay que creer y seguir con vocación ciega. Me gustaría pensar que abandonamos, de una vez, esta lucha encarnizada y cruenta entre dos conservadurismos radicalizados y feroces. Quisiera creer que alguien, alguna vez, busque cerrar la grieta y construir bien común para toda la Nación; no seguir creando grietas y profundizándolas.