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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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¿Qué nos está pasando?

Miércoles, 24 de enero de 2024 02:13
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Hace muchos años, el fotógrafo internacional Kevin Carter se hizo famoso al capturar el momento en el que un cuervo esperaba -indolente- lo que parecía ser la muerte inminente de un chiquito desnutrido en un paraje remoto africano. Ese chiquito - que al momento de la fotografía tenía dos años - murió doce años más tarde debido a una fiebre. A esta altura de nuestra modernidad ya deberíamos haber aprendido que, la mayor cantidad de las veces, las fotografías no siempre son lo que reflejan. La foto le valió a Carter un premio Pulitzer y se hizo famosa por haber retratado el drama de la hambruna en África. Una paradoja anecdótica es que Carter moriría por propia mano antes que ese pequeño que fotografió al borde la muerte.

¿Qué es lo que lleva a alguien a fotografiar algo así sin hacer nada por cambiar la situación dramática que se desarrolla desde el otro lado de la lente? Quizás la cámara imponga distancia y despersonalice la tragedia. Quizás las lentes nos vuelvan menos empáticos. Quizás la cámara nos aleje de la vida. No lo sé; no encuentro explicación.

En 2009, dos tunecinos se prendieron fuego en señal de protesta contra los maltratos del gobierno. Del primero, Abdesslem Trench del pueblo de Monastir, no se sabe nada excepto que murió casi de inmediato. El segundo, Mohammed Bouazizi, otro vendedor callejero esta vez del pueblo de Sidi Bousid, funcionó como un potente catalizador que desembocó en las protestas callejeras de diciembre de 2010 y enero de 2011 y que culminarían con la caída del régimen y la huida del presidente Zine El Abidine Ben Ali de Túnez a Arabia Saudita.

La diferencia fundamental entre las muertes de Trench y de Bouazizi es que este último ardió hasta morir frente a una multitud provista de cámaras. Todavía hoy se pueden ver las grabaciones en la red y, mientras las imágenes digitales persistan, podremos seguir viéndolo a Mohammed explotar en llamas y caminar antes de caer y de morir. Imposible absorber esta imagen sin sentir dolor y horror.

Las imágenes de Bouazizi auto inmolándose fueron subidas a Facebook y despertaron fuertes emociones dentro y fuera de Túnez, desencadenando la "Revolución de los Jazmines" en Túnez y lo que se conocería como "La Primavera Árabe" luego, en la región. Trench, que no fue fotografiado ni filmado murió como una historia sin rostro; una muerte sin historia. ¿Sin sentido?

Hay un meme famoso que intenta mostrar que si hoy se hundiera el Titanic, todos los sobrevivientes filmarían su hundimiento desde sus celulares levantando sus brazos y manos no en señal de rescate sino en pose de filmación. En la era digital, ¿será más importante la captura del momento que salvarse; o que ayudar?

La insensatez local

El apuñalamiento de Tomás Tello, un joven de 18 años, en Santa Teresita a manos de una patota asesina; una brutal pelea en una zanja en Los Todos; corridas y golpizas bestiales en Concepción del Uruguay; otra golpiza feroz y sin sentido en Mar del Plata; son todos hechos derivados de los "festejos" de Año Nuevo y todos hechos filmados de manera impasible por una innumerable cantidad de cámaras.

Todo esto nos obliga a examinar qué nos está pasando en, al menos, dos planos bien diferentes. El primero, el más elemental, es preguntarnos qué nos pasa en Argentina y en nuestra sociedad en general que, a cuatro años exactos del brutal asesinato de Fernando Báez Sosa, se repite otra muerte atroz y sin sentido alguno en condiciones similares.

En otro plano, más abstracto, nos obliga a indagar el por qué filmamos estos eventos sin atinar a intervenir. Me vuelve a la cabeza la fotografía de Carter del niño y el buitre. ¿Subir el registro a las redes es más importante que intentar des- escalar el conflicto? ¿Es miedo a involucrarse; o a salir herido? ¿Y si en vez de filmar se llama a la policía? Y, de nuevo, ¿por qué la obsesión por filmar algo así?

No deja de ser preocupante, también, que no pasaron ni unas pocas semanas desde lo de Tomás Tello y ya lo hemos olvidado. Como nos hemos olvidado de Fernando Báez Sosa. Cómo seguimos naturalizando y aceptando como normales estos hechos que no tienen nada de normales en absoluto.

Acaso, ¿es normal que adolescentes y adultos -hombres y mujeres, por igual-, resuelvan sus diferencias a las trompadas? ¿Es normal que personas puedan morir en estas peleas callejeras por la brutalidad y fiereza a la que escalan? ¿Es normal que la gente que pasa por al lado del hecho sólo atine a filmar y nada más? ¿Y si fueran nuestros hijos? ¿No querríamos que alguien, en vez de filmarlo, hiciera algo por detener la pelea? ¿Por evitar que siga escalando hasta resultar en una herida letal; en otra muerte absurda?

¿Perdiendo nuestra humanidad?

Estamos tan ávidos de consumir la vida que sucede del otro lado de nuestras cámaras de celular que no parece que le estemos prestando la debida atención a la vida real y degradada que discurre, impasible, a nuestro alrededor.

"La ausencia de la mirada es también responsable de la pérdida de empatía en la era digital.", afirma Byung-Chul Han. Empatía. Contención. Ayuda. Calma. Diálogo. Comunidad. Todo lo que falta en cada una de las brutales golpizas que se suceden unas tras otras -impávidas- y que son mostradas desde infinitas cámaras de celular. Todas tomando distancia del hecho real; todas capturando un momento de vívida crueldad.

Me da miedo pensar que podamos estar perdiendo nuestra humanidad. Quizás no sea así y yo esté malinterpretando la situación. Ojalá.

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