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Solo el más absoluto fracaso de la política puede explicar que se haya disputado un balotaje entre dos personajes que, en condiciones normales, jamás podrían haber llegado a ser candidatos a presidentes de la Nación.
Uno, Sergio Massa, el ministro de Economía de un gobierno que nos terminó de hundir en la más absoluta miseria moral, intelectual, económica y social de la que tengamos registro; y el otro, un personaje anarcocapitalista que confunde el caudal de votos que sacó con una adhesión irrestricta a sus ideas que, las más de las veces, suenan fundamentalistas, dudosas o impracticables. Para peor, la política sigue sin registrar la magnitud de la crisis que atravesamos y no atina a entender cómo ser parte de la solución y no del problema.
La movilización del miércoles, encabezada por Pablo Moyano, permite por si sola vislumbrar el alcance y la profundidad de la decadencia.
¿Un talibanato económico?
Los populismos necesitan de enemigos aglutinadores. El presidente está definiendo como sus enemigos a todos aquellos que no se avengan a seguir los mandatos dictados por las "Fuerzas del Cielo"; quienquiera que sean estas; incluso con argumentos conspirativos.
Lo dejó claro en Davos. Sin la inteligencia emocional necesaria para darse cuenta de que ese foro no era la cancha de Nueva Chicago, recitó su mantra de campaña desaprovechando por completo la oportunidad que se le brindaba de explicar la herencia recibida, los pasos que pretende dar, cómo estos pasos aportarían seguridad jurídica y económica al país, y cómo busca transformar a Argentina en un lugar donde los grandes capitales puedan desembarcar a hacer negocios. Nada de eso pasó.
Por el contrario, los espantó. No nos engañemos -deporte nacional argentino-; los empresarios no van a invertir porque les digan que son súper héroes. Los inversores internacionales ponen su dinero sólo donde se produzca el mayor retorno de la inversión al menor riesgo posible. Y las excentricidades de Milei no aseguran bajo riesgo; todo lo contrario.
En el foro de Davos, Milei se mostró como un talibán del liberalismo libertario. Y, como buen talibán, no duda en calificar a los liberales racionales, a los "miserables centristas", a la socialdemocracia, al socialcristianismo y a todos aquellos que profesan ideas distintas a las suyas como algo tan repudiable como los nazis. Hitler y Merkel quedaron en un mismo lugar. Qué ironía que sea él quien ahora banalice el Holocausto cuando alguna vez intentó llevar a juicio a alguien por expresiones mucho menos radicales.
Así, desde el centro de un ring imaginario donde él mismo se ha colocado corporizando una voluntad popular de cambio que sí existe, reparte golpes hacia uno y otro lado convirtiendo en enemigos y alienando a todos aquellos que no se alinean con su pensamiento radicalizado.
Me hace pensar en los clérigos iraníes primero, y en los iraquíes después, quienes instauraron califatos en los que se mata a los propios musulmanes por ser "demasiado tibios" en su apoyo a la Revolución. Como decía Fernando Savater, el filósofo español, "el fanático es quien considera que su creencia no es simplemente un derecho suyo, sino una obligación para él y para todos los demás. Y sobre todo está convencido de que su deber es obligar a los otros a creer en lo que él cree". Me da miedo que pretenda instalar una suerte de talibanato económico que arremeta de la misma manera contra toda institución o pensador que no se alinee con su visión.
"Hay que llegar a ese punto"
En su vocación fundacional, Milei busca cambiar al país en pocas semanas y con escaso debate a través del DNU denominado "Bases para la reconstrucción de la economía argentina", y de la Ley Ómnibus llamada "Proyecto de Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos". Los títulos lo dicen todo.
Cual auto percibido Moisés redivivo que ha recibido de las manos de Dios las nuevas Tablas de la Ley, nos insta a corrernos del camino y a aprobar sin obstruir, sin debatir y sin cuestionar estas piezas fundacionales para volver a ser potencia mundial en cuarenta y cinco años. De enemigo en enemigo y de falacia en falacia. Nunca fuimos la primera potencia mundial como él afirma una y otra vez; ni tenemos chance alguna de volver a ser una sin reconstruir a la sociedad primero, y a la política y a todas sus instituciones, después. La discusión es necesaria; es imprescindible me atrevo a decir; y la economía sólo un instrumento más.
Sin debate, sin acuerdos genuinos y profundos, cuando este talibanato económico finalice -nunca olvidemos que "esto también pasará"-; entonces el nuevo refundador de la Nación que le suceda podría emitir un nuevo cuerpo legislativo que desmantele todo lo que se haya logrado construir; si es que se logra construir algo. Lo bueno y lo malo, todo; tal y como venimos haciendo desde antes incluso de nuestra Independencia siglos atrás.
Por esto las formas importan. Nos guste o no, las formas imponen una hermosa consistencia al fondo de todas las cuestiones que nunca, nunca, conviene descuidar. Ni en Davos, ni acá. Dejar de lado las formas y dejar de lado las discusiones imperiosas y necesarias no puede llevarnos a ningún lugar mejor. El fin no justifica los medios. Nunca. ¿Son más importantes la restauración del orden y el equilibrio macroeconómico que la institucionalidad, la sociedad y la discusión seria y profunda de nuestros problemas y de sus soluciones? No lo sé. Pero es una definición de toda la sociedad; no mía. Que necesita, además, gente e instituciones -todas ellas y todos nosotros- a la altura de estas discusiones; cosa en la que también fallamos con todo éxito.
Kafka escribió: "A partir de cierto punto ya no hay vuelta atrás. Hay que llegar a ese punto". La frase resume la conducta de Milei, quien sabe que el tiempo opera en su contra. El Congreso, por su parte, especula con que el tiempo opere en su favor. De allí que uno se muestre desesperado por hacer la mayor cantidad posible de cambios en el menor tiempo posible; y que los otros se resistan con uñas y dientes a su avance, por el mayor tiempo posible; obteniendo concesiones mientras tanto.
Lo que no quieren ver, ni unos ni otros, es que en esta desigual lucha, los que quedamos en el medio, como siempre, somos nosotros. Todo un país que, una vez más, queda de rehén de una mortífera lucha de poder entre dos conservadurismos feroces y radicalizados; entre esta incipiente forma de populismo que muchos perciben como orden y como aire fresco y que creen -quizás hasta de manera genuina- que es algo sanador y salvador; y la forma anterior de populismo retrógrado que probó su fracaso a lo largo de los últimos veinte años. En el medio, un montón de fuerzas políticas amorfas y confundidas con poca o nula representatividad que intentar rearmarse en el marasmo político que siguió a la última elección.
Un trilema espantoso
Hay un trilema que nuestra sociedad necesita resolver; el mismo trilema que tiene cualquier persona al encarar, por ejemplo, una reforma hogareña de importancia. No hay forma de hacer un trabajo excelente, rápido y a bajo costo; todo al mismo tiempo. Por necesidad, alguna de las tres condiciones habrá que resignar.
Puede ser de excelente calidad y algo rápida pero no será económica; puede ser económica y rápida, pero no será de buena calidad; o puede ser de buena calidad y económica, pero entonces no podrá ser hecha a la velocidad deseada. En todos los casos se resigna una variable, sino dos. Mayor velocidad atenta contra la calidad y la atención a los detalles. Un menor precio, atenta contra la calidad de los materiales, la labor y la velocidad. Hacer chapuzas es lo único que sale "rápido y barato" a la vez. Toda Argentina se ha construido capa sobre capa a fuerza de chapuzas, de la mano de incontables chapuceros con la complicidad indolente de toda la política y de la sociedad también. Algún día tenemos que hacernos cargo.
Ahora debemos resolver este trilema y exigir al poder ejecutivo un trabajo de calidad con atención a los detalles (cosa que, por ahora no sucede); y exigirle al Congreso, también, que trabaje de manera seria y profesional, con preciosismo y con calidad. Pensando en el país y dejando de lado ideologías propias o necesidades inconfesables. Otra cosa más que tampoco sucede.
El Congreso debe abandonar su postura especuladora; el Poder Ejecutivo la de redivivo Libertador; y nosotros la de eternos espectadores inconformistas a los que nunca hay nada que nos venga bien. Va a llevar más tiempo pero la refundación de toda una sociedad y de un país lo merece.
Para esto, el poder ejecutivo debería ser capaz de pensar "Tengo un martillo fuerte, pero no puedo usarlo, porque su mango arde"; haciéndose eco de un pensamiento de Kafka. El kirchnerismo, el peronismo más cerril, y todo el resto de las fuerzas políticas amorfas, confundidas y de poca representatividad deberían entender que perdieron la votación por una mayoría abrumadora y que la sociedad dictaminó la necesidad de cambiar de rumbo. Y todos nosotros debemos aportar nuestro grano de racionalidad y de sacrificio; una vez más.
"Una jaula salió en busca de un pájaro" dice Kafka, desde su tumba. Ojalá no seamos ese pájaro. Ojalá no quedemos encerrados en otra jaula; otra vez. Ojalá.