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El ejemplo de Elpidio González

Viernes, 22 de noviembre de 2024 02:14
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Quiero remontarme al noble origen e intencionalidad de lo que luego se constituyó en jubilación de privilegio y que en los días de esta azarosa actualidad se la ha llevado a las antípodas de su génesis.

En verdad es una asignación graciable por causas honoríficas, registradas en el desempeño de la función por la que se le otorga, que no se condice en absoluto con nada que sea de carácter previsional.

Dicho mérito no cabría si no se hubiesen registrado tales hechos honoríficos y menos aún si en ese desempeño se hubiesen efectuado actos ilícitos comprobados. Creo que se hace menester que los argentinos todos conozcamos un poco más nuestra historia. Hay muchos ejemplos dignos.

Vale honrar como merece a Elpidio González, nombre que a la gran mayoría de mis conciudadanos le resultará totalmente desconocido.

Había nacido en la ciudad de Rosario, el 1º de agosto de 1875. De prosapia radical era hijo del coronel Domingo González, un viejo soldado federal del Chacho Peñaloza.

El presidente Marcelo T. de Alvear lo llevó como vicepresidente. Entonces renunció a su sueldo, explicando que, si el pueblo lo había colocado ante semejante responsabilidad, no estaba bien recibir dinero por ello.

Además, consideraba que ejercer la vicepresidencia era todo un honor y que, si desempeñaba bien su trabajo, el prestigio tendría mucho más valor.

Elpidio González fue vicepresidente, ministro, legislador y vivía un presente de miseria: se había convertido en vendedor de anilinas. Por su situación, se creó la jubilación de privilegio.

Cuando su madre falleció, debió subirse a la propia carroza fúnebre, ya que no disponía de dinero para contratar un mejor servicio. Regresó a vivir a la pensión ubicada en la Avenida de Mayo, la misma que había ocupado de joven, ya que le habían ejecutado la hipoteca que pesaba sobre su vivienda.

En 1938, el Congreso sancionó una ley asignaba una jubilación vitalicia para presidentes de 3000 pesos mensuales y para vicepresidentes, de 2000 pesos.

El 6 de octubre de ese año, Elpidio González le escribió una carta al presidente Ortiz, en la que señalaba: "Habiendo sido promulgada la Ley que concede una asignación vitalicia a los expresidentes y vicepresidentes de la Nación, cúmpleme dejar constancia al señor presidente, en su carácter de 'jefe Supremo de la Nación, que tiene a su cargo la Administración General del País', de mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha Ley".

"Al adoptar esta actitud sigo íntimas convicciones de mi espíritu. Entregado desde los albores de mi vida a las inquietudes de la Unión Cívica Radical, persiguiendo anhelos de bien público, jamás me puse a meditar, en la larga trayectoria recorrida, acerca de las contingencias adversas o beneficiosas que los acontecimientos podían depararme. No esperaba, pues, esta recompensa, ni la deseo y, al renunciarla, me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis sentimientos más arraigados", siguió.

"Confío en que, Dios mediante, he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República por cuya grandeza he luchado y que, si alguna vez, he recogido amarguras y sinsabores me siento recompensado con crecer por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi Patria. Saludo al Señor Presidente".

A comienzos de octubre de 1951 fue operado en el Hospital Italiano. Estuvo internado allí medio año porque no tenía dónde ir a vivir. Falleció el 18 de octubre de 1951 acompañado de unos pocos familiares y amigos. Fue velado en el comité de la UCR y enterrado en el Panteón de los caídos de la Revolución del '90, junto a su amigo Yrigoyen. Su ejemplo parece hoy una quimera.

 

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