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Recuerdo la primera vez que me perdí en una historia, mi padre había llegado de viaje y me traía un regalo, tendría 8 años cuando puso en mis manos "El Principito", y aunque ya leía libros de cuentos, con ese gesto imprescindible, el poder de la lectura me atrapó para siempre.
Es necesario entender el impacto transformador de la lectura en nuestra vida y nuestra salud. Porque el poder de la lectura va mucho más allá del entretenimiento, de recorrer con los ojos las palabras de un texto. Un libro puede transformarse en un muy buen aliado si buscamos prevenir el estrés porque al sumergirnos en una historia nuestro cerebro se desconecta de los estímulos diarios y se conecta con un único estimulo, manteniéndose activo, mejorando nuestras capacidades cognitivas, contribuyendo así la creación de nuevas conexiones neuronales.
La experiencia lectora es tan personal que podemos afirmar que un mismo libro es distinto para personas diferentes; cada lector la interpreta libremente según su modo de ser, sus conocimientos, sus experiencias y los sentimientos que le provoca.
Leer es importante para el aprendizaje, pero también por el simple hecho de disfrutar y desarrollar el goce lector. El amor a los libros está relacionado con las oportunidades que brindamos a nuestros niños tanto en la familia como en la escuela. Queremos que los niños se hagan nuevas preguntas y nosotros, los adultos, ¿leemos con ellos? ¿ponemos libros a su disposición? ¿los invitamos a leer?
La lectura despierta la imaginación y la creatividad, aporta herramientas para desarrollar nuestra capacidad comunicativa, pensemos, entonces, que un niño que lee es un niño que podrá transmitir mejor sus sentimientos y expresarse, podrá comprender mejor un enunciado y lo que le transmiten oralmente. Formar lectores es uno de los pilares esenciales de la educación.
Fomentar la lectura no es obligarlos a leer, es acompañarlos y disfrutar juntos de la experiencia. Durante la infancia, dar a leer significa poner al alcance de la mano los libros, nutrirlos con historias. Desde que nacen los niños leen el mundo que los rodea, los gestos de rostros y cuerpos, todo esto forma parte de ese camino lector que se va construyendo y los entrelaza al mundo de las palabras. Los adultos somos los encargados de brindarles espacios y oportunidades de lectura para que puedan convertirse en intérpretes, productores de sentido y constructores de significados.
Para quienes no han tenido la posibilidad de tener acceso a los libros, la escuela es un lugar igualador, de acceso a la literatura y a la cultura escrita, un lugar de intercambio con otras personas. Por eso, para que un niño logre habitar este tiempo de la lectura, necesitará de personas adultas mediadoras que abran la puerta a este mundo, sentados en el suelo, en el sofá, en la sala, el aula, el hogar, el patio, la plaza…
Aprender a leer no solo es decodificar, es necesitar de la lectura. Leer es uno de los regalos más grandes que la escuela y la familia pueden hacerles a nuestros niños. La actitud de la familia hacia la lectura resulta ser un factor clave para transmitir a los hijos la afición por los libros. Cuando los padres leen a sus hijos les ayudan a comprender que la impresión en el libro representa palabras habladas, que las historias tienen principio y fin, los niños aprenden cómo sostener un libro, pasar las páginas, reconocer letras, etc. Esto ayuda a la preparación previa hacia la alfabetización e influye en el éxito futuro de la relación del niño con la lectura.
Tomar un libro es un pasaje a un viaje, del que poco conocemos. El libro es nido, es cimiento que construye personas pensantes, es vitamina, es elixir para transformarnos, bálsamo para curar heridas, es cicatriz, perfume, alquimia. Es un camino extraordinario para acceder al conocimiento del mundo y de uno mismo. Un libro nos sirve para conocer el sabor de nuestras lágrimas, para entender el vuelo de las mariposas en el estómago o el latido de nuestro corazón ansioso por conocer el final de una historia.
Pensemos en los niños que reciben estas lecturas, en los adultos que se las acercan, tenemos la enorme responsabilidad de tender puentes hacia distintos mundos posibles. Los invito a que hagamos un pacto, la literatura también es compartir, entonces, familias y escuelas, convoquemos a leer por placer, visitemos bibliotecas, intercambiemos libros. Les propongo que estas vacaciones leamos a nuestros niños; se trata de habitar las palabras, los libros, la poesía, de hacerlos un refugio donde estar, un espacio donde podamos encontrarnos con otras y otros y con nosotros mismos. Hagamos de la lectura una oportunidad.