inicia sesión o regístrate.
El primer año de Javier Milei al frente de la presidencia cumple con el paradigma de expectativas latentes a partir de una vara más bien baja. Me refiero a que incipientemente, hace un año, la esperanza era no repetir un escenario de 2001 con diciembres fatídicos, helicópteros y trauma social. Cuando partimos de una base política, económica, social y estatal tan baja, el resultado asombra, convence, marca tendencia.
El presidente cumple su aniversario de mandato sabiendo que el objetivo número uno de esa expectativa social pasaba por la inflación. Si la inflación mensual – antes de la mega devaluación que facultó al asumir – era del 8-9% mensual, pasar a una de 2,4% es claramente mejor. Si la expectativa era bajar la inflación, el resultado fue ese. Ahora, el capital político del número inflacionario también debe tomarse con algunos asteriscos mientras el INDEC no termine de renovar su metodología de medición que hoy es a cuentas de una canasta de consumo del año 2018. Si tomamos la cronología estadística inflacionaria de la Ciudad de Buenos Aires, el dato de noviembre fue 3,2%, casi un punto más que el INDEC. Ahora bien, la diferencia metodológica puede convertirse en mentira y error estratégico – parecido a la manipulación de Guillermo Moreno – si no se enmienda para medir en 2025. No actualizar la canasta de consumo será un indicio de cuan serio es el presidente y su ministro de Economía, un dato que también mira el mercado.
Aun así, con una inflación alta a la baja, el segundo cometido resultadista fue el superávit fiscal. La dimensión política de mostrar ajuste al Estado – una organización criminal según el presidente – no es otra cosa que un paquete de austeridad sin evaluación previa sobre qué tipo de Estado le conviene al país. Claro, una cosa es lo que le conviene al país, y otra al presidente. Preguntaremos con razón quién debería decidir cómo organizar un Estado más eficiente y responderán desde el sector oficialista que no importa porque la misión es deshacerse del aparato en su totalidad. Lo problemático de mostrar el superávit como resultado de este primer año de gestión es que la señal política no necesariamente se alinea con la necesidad estructural.
¿Para qué sirve el superávit?
La pregunta sería: ¿para qué quiero superávit fiscal? ¿para pagar deuda externa, para invertir estratégicamente o para anclar la emisión?
Lo que hemos visto es que a costas del párate casi total de inversión en infraestructura (transferencias a las provincias), el recorte del haber jubilatorio y el despido de empleados públicos, el superávit sirve solo para despejar la capacidad de pago de la deuda externa, pero no de su capital, solo de su interés.
Puesto de otra manera, claudicar la capacidad del Estado para pagar solo intereses de la deuda. No creo que existan muchas alternativas a un presupuesto balanceado. El manejo del Estado pide coherencia fiscal. Pero de ahí a celebrar la desfinanciación del sistema universitario, la ciencia, el abrupto parate de obras de infraestructura de carácter federal y necesarias para la producción, y estrategia política de prorrogar por segunda vez el presupuesto nacional, sucumbe cualquier teoría de éxito en la gestión. Me refiero a que la falta de inteligencia del ajuste pasa por atender lo urgente rifando el largo plazo. Creo que sería razonable la crítica hacia este argumento centrada en la incapacidad del presidente de hacer todo, y bien, en solo un año. Pero a diferencia de este planteo coherente, el presidente utilizo la mayor parte de su campaña describiendo a una casta que termino siendo el jubilado, el profesional universitario y el obrero de la construcción.
A sabiendas de la investigación de opinión pública durante la campaña, la casta era más bien percibida como actores singulares de la política – Mauricio Macri, Cristina Kirchner, etc. – y un puñado de empresarios beneficiados por el Estado. La misma pregunta hoy, resignifica que el costo del superávit lo estarían pagando quienes pensaron que su voto era certeza de mejoría en su calidad de vida.
La potencialidad del apoyo
Y esto nos lleva al tercer resultado ambiguo: la potencialidad del apoyo al presidente. Después de devaluar, acelerar el ajuste (que venía incipientemente desde Massa), ajustar subsidios y tarifas, distanciarse de su vicepresidenta, desregular precios de prepagas, telefonía y vivienda, y desfinanciar a la universidad pública, el presidente cuenta con un apoyo del 50% a un año de mandato. Un resultado importante teniendo en cuenta que para llegar competitivo a una elección de medio término, la satisfacción con la gestión es un marcador de éxito. Las explicaciones de este resultado también se figuran desde la vara baja. Si la expectativa era no repetir un 2001, el resultado está logrado. Si la expectativa era ver un dirigente político hacer en gestión lo prometido en campaña, también. La parcialidad se da desde las formas, desde la estrategia para lograr estos objetivos que hoy se traducen en un apoyo importante. El presidente prometió ajuste, el presidente ajustó el presupuesto universitario, la gente se manifestó dos veces, el presidente modero mínimamente su ajuste. Lo que la secuencia demuestra es que la moderación mínima (ínfima en el caso de la financiación a la universidad pública) es suficiente para subsistir en los sondeos de opinión pública. Ese fragmento de votantes que ven cambios aún cuando no están de acuerdo con ellos, tienden a dar más chances cuando ese cambio que les disgusta es menos abrupto, más conciliador.
Otro ejemplo es la variabilidad de versiones entre la Ley Bases original y la aprobada finalmente, o el veto a la recomposición salarial jubilatoria, pero seguir pagando el bono. Golpear primero, negociar después. Una segunda parte de la explicación pasa también por la contención – de nuevo, mínima – de sectores populares que vieron el crecimiento de la asignación universal por hijo por sobre cualquier otro ítem del presupuesto del Ministerio de Capital Humano. Esa contención deja claro que su utilidad es pasajera mientras la pobreza se alzó al 50% durante este período presidencial.
.