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La explosión del consumo interno en las últimas décadas, que convierte a China en el objeto deseado de todas las empresas multinacionales, oculta otro fenómeno de aún mayor impacto en la civilización universal. El coloso asiático es también el mayor "mercado de almas" de la historia. En términos porcentuales tiene hoy la mayor tasa de conversiones a cualquiera de los credos religiosos, desde el cristianismo hasta el Islam.
Esto explica la trascendencia que adquiere la reciente renovación del acuerdo suscripto en 2018 entre el régimen de Beijing y la Santa Sede. Aunque ese acuerdo fue consecuencia de un larguísimo proceso de acercamiento entre el Vaticano y el régimen de Beijing, iniciado durante el pontificado de Benedicto XVI, su celebración implicó un antes y un después para China, en su afirmación como la más histórica de las naciones, y también para la Iglesia Católica, en su camino de confirmarse como verdaderamente "católica" en sentido etimológico, es decir "universal".
El contenido del acuerdo refleja un arduo y trabajoso compromiso bilateral que puso a prueba la voluntad política de ambas partes. El gobierno chino salvaguarda la vigencia del mecanismo de elección de obispos a través de un procedimiento de consulta de los sacerdotes y representantes de los laicos de cada diócesis, tal cual hace desde hace décadas la Iglesia Patriótica, una organización patrocinada por el Partido Comunista, pero la Santa Sede reasumió el poder de oficializar esos nombramientos y adquiere un derecho a veto sobre la nominación de los designados.
La originalidad de este sistema es motivo de profundo rechazo por la jerarquía eclesiástica china, que hasta entonces era la única reconocida oficialmente por el Vaticano y funciona en la ilegalidad, porque siente menoscabado su rol por el avance de sus rivales de la Iglesia Patriótica. La diplomacia vaticana estima haber logrado una conquista fundamental: el reconocimiento de la autoridad del Papa y la apertura de un camino hacia la reunificación del catolicismo chino.
China fue siempre la prioridad estratégica del Papa. Francisco, sacerdote jesuita, aspira a profundizar la empresa iniciada por Matteo Ricci, un adelantado de la Compañía de Jesús que a principios del siglo XVI se instaló en China y comenzó una tarea evangelizadora basada en una síntesis entre las enseñanzas de Jesús y las tradiciones culturales de esa civilización milenaria, una misión contemporánea en sus métodos a la epopeya protagonizada por los discípulos San Ignacio de Loyola en las tierras guaraníes.
El jefe originario de la expedición de Ricci había sido Francisco Javier, quien murió en el viaje poco antes de llegar a China. Era nada menos que uno de los lugartenientes de Ignacio. El Papa reconoció alguna vez que al elegir el nombre de Francisco había pensado en el santo de Asís y también en este discípulo predilecto del fundador de la orden jesuítica. En esa mención había una clave sobre la impronta geopolítica de su pontificado.
En China la historia es un eterno presente. A fines del siglo XII, los tíos de Marco Polo, los primeros occidentales que penetraron en el entonces recóndito territorio chino, recibieron un encargo singular del emperador Kublai Kan. El soberano quería que los dos ricos comerciantes venecianos gestionaran el envío de una delegación de sacerdotes católicos para conocer un poco más sobre esa religión extraña. Lamentablemente, Roma no otorgó en su momento relevancia a esa solicitud y cuando Marco Polo y sus tíos iniciaron su travesía a China fueron acompañados por sólo dos sacerdotes que se arrepintieron a mitad de camino.
La inquietud de Kublai Kan no era religiosa sino política. El monarca consideraba que una mayor pluralidad de confesiones religiosas dentro de su imperio le confería mayor libertad de acción y evitaba potenciales conflictos con una religión dominante. Cuando se firmó el convenio con la Santa Sede, Wang Zuo An, director general de la Administración de Asuntos Religiosos del régimen chino, explicó: "Junto con el progreso que trajo la reforma de China y su proceso de apertura, hemos visto surgir algunos problemas sociales. El gobierno chino espera que las religiones promuevan la armonía que predican y contribuyan a la construcción de una sociedad más armoniosa". Los comunistas chinos habían aprendido las enseñanzas del legendario emperador.
La contrapartida
El gobierno chino reconoce oficialmente la existencia de cinco religiones: el budismo, el taoísmo, el islamismo, el protestantismo y el catolicismo. En esa nómina no figura la religión tibetana, una variante del budismo sospechosa de tendencias separatistas, ni la judía, por su relación con el estado de Israel. Tampoco es admitida la secta china Falun Gong, cuya expansión desencadenó una escalada represiva del régimen.
Algunos teóricos del Partido Comunista puntualizan la diferencia entre las "iglesias nacionales", una categoría que incluye al budismo y al taoísmo, y las "iglesias extranjeras", que serían el islamismo, el protestantismo y el catolicismo. En esa clasificación el budismo y el taoísmo resultarían más tolerables, por lo que su práctica encuentra menores restricciones. De hecho, esas religiones tradicionales congregan a la gran mayoría de los creyentes chinos, muchas veces atraídos por un sincretismo religioso que toma ritos de distintas creencias.
Con el pragmatismo que caracteriza al comunismo chino desde la apertura impulsada por Deng Xiaoping en 1979, la Academia de Ciencias Sociales de Beijing estudia el aporte que cada una de ellas puede significar al desarrollo nacional.
La primera conclusión de los expertos fue que el protestantismo podría incentivar el crecimiento económico y el catolicismo la solidaridad social. Esta cualidad fundamentó el respaldo estatal a los hogares de ancianos promovida por sacerdotes católicos.
La desventaja para la Iglesia Católica en relación con las confesiones protestantes es su condición de dependiente de una autoridad exterior, el Papado.
En sus diálogos informales con la Santa Sede, los emisarios de Beijing subrayaron siempre la necesidad de un "cristianismo con características chinas". De allí el interés que adquirió el estudio de la "teología del pueblo", basada en la reivindicación de las tradiciones culturales de cada nación. En 2018, en coincidencia con la firma del primer acuerdo entre el Vaticano y China, la Universidad Sun Yat-sen organizó un seminario sobre la "teología del pueblo" que fue impartido por un grupo de teólogos argentinos, encabezados por el jesuita Juan Carlos Scanone, uno de los maestros de Francisco.
Esto explica el protagonismo asumido en el tema por monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, otro argentino que presidía entonces la Academia de Ciencias del Vaticano. En lo que se llamó la "diplomacia del arte", en alusión a la "diplomacia del ping pong" utilizada en 1971 por Richard Nixon y Mao Tse Tung, las academias de ciencias de ambos estados, que oficialmente no mantienen relaciones diplomáticas, organizaron también en 2018, sendas exposiciones de objetos artísticos en Beijing y en la Santa Sede.
Entre los objetos escogidos para esas exposiciones por la academia china figuraban algunas esculturas que certifican la presencia en China de los católicos nestorianos, una rama disidente de la Iglesia cuyos monjes fueron, en el siglo VII, los primeros en introducir los evangelios en aquellos confines de Asia. El mensaje implícito de Beijing en esa selección era la posibilidad del reconocimiento del cristianismo no como una "religión extranjera" sino como una parte de la historia y la cultura china.
Con la renovación del acuerdo de 2018, Francisco y Xi Jinping avanzan en una adaptación a los tiempos y las circunstancias históricas del mandato evangélico de "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Francisco subraya siempre que lo fundamental es "desatar procesos". China empieza abrirse a la Iglesia Católica y la Iglesia Católica a China. Es el diálogo entre las dos expresiones más relevantes de las civilizaciones de Occidente y de Oriente. Es difícil discernir cuál de ambos acontecimientos es históricamente más trascendente. Pero cualquiera sea aquél que no sea considerado el primero en orden de importancia será, sin duda, el segundo más importante de la época.