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Güemes, arquetipo de los salteños

Jueves, 08 de febrero de 2024 02:14

Hoy, los salteños celebramos festivamente el nacimiento de Martín Miguel de Güemes, singular prócer que fue un genial guerrero y también un hombre dotado de grandes virtudes morales y ciudadanas, que lo convirtieron en un amado arquetipo para su pueblo.

La huella indeleble que don Martín Miguel dejó en la memoria popular es especialmente perceptible los 17 de junio, fecha en que se conmemora su gloriosa muerte. Ese día épico, las legiones de los "gauchos de Güemes", desfilan frente al monumento ecuestre del prócer, testimoniando su amor a su líder intemporal, que no se ha extinguido por dos siglos. Los memoriosos recuerdan con devoción, la gesta de su general, cuando fue herido por mano aleve en el fragor de un infame combate que afrontó solo. La primera singularidad que podemos atribuir a Güemes, es que fue el único prócer argentino que falleció a consecuencia de las heridas recibidas en batalla. El pueblo recuerda los días en que padeció una dolorosa agonía en la que testimonió claramente su fe. Desde el momento que Martín Miguel supo que su herida era fatal, mandó un mensaje a su capellán, el cura Fernández, para que éste lo acompañara en su dramático trayecto hacia el Hades y para que lo auxiliara en sus últimos momentos con el consuelo de los sacramentos que ofrece nuestra fe. Es curioso que en la magnífica pintura de Alice sobre la muerte de Güemes estén todas las personas que participaron en ese momento luctuoso, salvo quien lo confortó y lo preparó para bien morir. Pero esta es otra historia. Nuestro Güemes siempre protagonizó hechos excepcionales. Durante las Invasiones inglesas en un memorable 12 de agosto de 1806, tomó el buque invasor Justina, ¡con una carga de caballería! Esta nave estuvo bombardeando impunemente el centro porteño. Este insólito episodio maravilló al propio capitán de la nao enemiga, quien describió con gran asombro esta circunstancia en sus memorias. El 7 de noviembre de 1810 se produjo el primer gran triunfo de las armas de la patria a orillas del río Suipacha, gracias al ímpetu de las fuerzas que comandaba Martín Miguel. El exótico jacobino Dr. Juan José Castelli, omitió su nombre del parte de esa célebre batalla.

El premio al salteño, artífice de esta gran victoria fue darlo de baja del ejército patriota. Tras los desastres militares que eran consecuencia del relajamiento de la disciplina castrense y de la dirección poco profesional de las tropas de Buenos Aires, el 13 de junio de 1811 la Junta Grande reintegró a Güemes al ejército nacional. Al asumir don Manuel Belgrano el comando del ejército, merced a las intrigas de un grupo de oficiales porteños, don Martín fue nuevamente desvinculado en junio de 1812 de ese cuerpo militar y desterrado a Buenos Aires "inaudita parte", con la excusa de que el castigado había mantenido una relación irregular con la mujer de otro oficial. Este alejamiento privó a Belgrano de uno de los oficiales argentinos más brillantes que seguramente hubiese evitado los desastres de Vilcapugio y Ayohuma.

Años después Güemes trabó una amistad ejemplar con don Manuel Belgrano, superando por su amor a la patria todo resquemor y resentimiento por su injusto destierro. Martín Miguel volvió dos años después con el nuevo comandante general, el entonces coronel José de San Martín, quien lo puso a cargo de la vanguardia del ejército. Inmediatamente su estrella militar alcanzó un brillo esplendoroso que comenzó con la brillante victoria del Tuscal de Velarde el 24 de marzo de 1814. Tanto el Gral. San Martín como su sucesor en el mando del Ejército del Norte, el Gral. Rondeau, solicitaron ascensos para gratificar los méritos militares del jefe salteño.

El 30 de septiembre de 1814 el Gobierno nacional designa a Güemes coronel graduado. Sin embargo, a raíz de un enfrentamiento con el coronel Martín Rodríguez en defensa de sus gauchos, don Martín volvió a ser separado del ejército porteño, tras alcanzar la única victoria que lograrían las armas de la patria bajo el mando de Rondeau, en Puesto del Marqués el 14 de abril de 1815. Güemes volvió a Salta y fue elegido el 6 de mayo de 1816 por el voto popular como gobernador de la provincia. Sabiendo que el ejército nacional no podría vencer a los disciplinados ejércitos realistas conducidos por generales expertos que habían combatido con las tropas de Napoleón, decidió armar la provincia para la defensa de la patria. Con esa idea retiró 500 fusiles que habían sido dados de baja y que se oxidaban olvidados en un depósito de Jujuy. Rondeau padecía las dramáticas derrotas de Venta y Media y de Sipe Sipe, que dejaron indefensa la frontera norte de Argentina. Sin embargo, al retornar con los despojos del ejército, este incompetente general se dirigió el 13 de marzo de 1816 directamente a Salta para defenestrar al único gobernador electo, con la nimia excusa de haber retirado los fusiles dados de baja a que nos hemos referido. Martín Miguel no enfrentó al ejército nacional, pero le impidió aprovisionarse. Este insólito conflicto se desarrollaba mientras el brillante general realista Pezuela, avanzaba a tambor batiente hacia Jujuy y Salta aprovechando la oportunidad que le brindaba este insensato conflicto del enemigo.

El patriotismo de Güemes evitó un trágico enfrentamiento entre hermanos y finalmente Rondeau firmó el Pacto de los Cerrillos, el 22 de marzo de 1816, que terminó con el desatino del jefe del Ejército de Buenos Aires. El nuevo director supremo Juan Martín de Pueyrredón, decidió lúcidamente que Güemes quedara a cargo de la defensa de la patria y que el ejército nacional se estacionara en Tucumán, para restañar sus graves heridas. La decisión de Pueyrredón fue acertada porque Güemes rechazó 5 invasiones de los mejores ejércitos realistas de América y venció a sus más calificados generales. Güemes exhibió su misericordia cristiana en el caso de la conspiración contra su vida y contra su gobierno, encarada por un importante grupo de ciudadanos de Salta y Jujuy. El sicario de los conjurados, el liberto Panana, que debía matar al gobernador fue reducido por su presunta víctima, cuando el asesino venía a cumplir su odiosa misión. Los demás integrantes fueron encarcelados, procesados y muchos condenados a muerte. Don Martín Miguel condonó las sentencias de muerte, salvo el caso de Benitez -a quien se dejó escapar-, cambiando estas severísimas penas por destierros y otras penas no letales. Demostró así que jamás teñiría sus manos limpias y bendecidas con sangre de sus vecinos, comprovincianos y familiares que habían abrazado la causa realista.

En síntesis, los güemesianos que se manifiestan públicamente en las conmemoraciones de junio, son los que admiran las virtudes que engalanaron la figura de Güemes: su valor legendario, su acendrado patriotismo, su profunda fe cristiana, su preclara misericordia, su humildad -ese ánimo despojado de narcisismo y de ergotismo, rasgos psicológicos propios de los caudillos populares-, su generosidad y su recto sentido de la justicia.

* Es presidente del Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de SALTA.

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