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Del palacio de la fantasía al "Palacio Libertad"

Viernes, 17 de mayo de 2024 01:50
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El vocero presidencial, Manuel Adorni, con esa notable capacidad que tiene de poder decir la barbaridad más grande imaginable sin que lo traicione ni medio músculo de la cara, anunció que, en línea con la "deskirchnerización" del "Centro Cultural Kirchner", el mencionado edificio pasará a llamarse ahora, "Palacio Libertad".

¿Cuándo vamos a dejar de transitar esta espantosa costumbre argentina de despolitizar algo, politizándolo en el sentido opuesto? ¿No sería mejor despolitizar algo, despolitizándolo?

Estaba mal que el Palacio del Correo, una obra de arte en sí mismo, se hubiera nombrado "Centro Cultural Kirchner". Un sin sentido total. Fiel a la fantasía y al relato que se quiso instalar durante el kirchnerismo, caímos en la insana costumbre de llamar a todo "Néstor Kirchner", como si el señor hubiera sido un prócer de la Patria. No lo fue. Ni siquiera se dio el tiempo necesario a la historia para que esta pudiera juzgar si se trató de un buen presidente o de apenas uno más; uno de esos que se olvidan sin esfuerzo. Pero no, se insistió en crear una fábula; un mito. Se apropiaron del apellido e intentaron convertirlo en leyenda. En esta línea, por ejemplo, se inauguró en Quilmes el Hospital Néstor Kirchner, ese que ni siquiera una de sus acólitas más devotas -Mayra Mendoza- usa cuando necesita internarse o ser atendida; para eso concurre al Sanatorio Otamendi. O se nombraron infinidad de calles.

Existen avenidas "General José de San Martín", "Manuel Belgrano" y "Martín Miguel de Güemes"; esas que todos conocemos y que abundan en cada ciudad y en cada pueblo de toda nuestra extensa geografía. Lo merecen; fueron los prohombres que construyeron nuestro país. ¿Acaso se pensó, alguna vez, si la talla del expresidente era comparable con la altura de estos próceres? Sólo una sociedad demasiado tolerante y necesitada de relato pudo soslayar tamaño extravío.

Así, se inauguró el "Centro Cultural Kirchner". Podría haberse llamado "Palacio de la Fantasía" y todo el mundo hubiera entendido de qué se trataba. Cruel a la ilusión que se pretendía proyectar, en la placa de mármol que presidía el Hall Central del edificio -ahora removida-, se leía: "ESTE EDIFICIO FVE INAVGVRADO EL XXI DE MAYO DE MMXV", reemplazando cada "U" por una "V", ensayando emular monumentos antiguos de la época imperial romana. Debajo, en una lista ordenada por orden jerárquico figuraban Cristina Elizabet Fernández de Kirchner, Julio De Vido, Teresa Parodi -en ese momento, ministro de Cultura- y, por último, José López, el recordado señor que, portando armas de guerra, revoleó esos bolsos llenos de dólares en un Convento. Todos ellos -excepto Teresa Parodi-, son un símbolo de la corrupción argentina en su máxima expresión. Todos ellos, también, tienen juicios pendientes por resolver, o están presos con sentencias firmes. Con esos antecedentes, ¿era lógico que el edificio de mentas se siguiera llamando "Centro Cultural Kirchner"? No; por supuesto que no. Había que cambiarle el nombre. Y remover esa placa símbolo del oprobio.

Ahora bien, ¿por qué llamarlo "Palacio Libertad"? ¿Acaso no hubiera hecho mucho más sentido que se llamara, por ejemplo, "Palacio Juan Bautista Alberdi"? Así, se podría haber rendido homenaje a quien redactó nuestra Constitución Nacional haciendo, al mismo tiempo, un guiño al ideario liberal; tan de moda hoy. Al menos es una figura insigne incuestionable, nos guste o no la politización que hubiera implicado usar su nombre.

Mejor aún. Se podría haber llamado "Centro Cultural Jorge Luis Borges", o "Centro Cultural Julio Cortázar", o "Centro Cultural Marta Argerich"; o "Centro Cultural Julio Bocca"; o se podrían haber ensayado una infinidad de otros nombres, todos los cuales podrían haber aludido a verdaderos referentes de la cultura.

Se podría haber despolitizado el uso del edifico por completo y se podría haber reinaugurado -al mismo tiempo-, un verdadero centro cultural y no una nueva usina de militancia y de ideologización. Otra. Distinta; pero parecida. Es fácil ver cómo estamos frente a ideologías opuestas que comparten el mismo método de construcción de relatos y de ideologización. Quizás haya que seguir insistiendo en esta idea de que no se destruye un relato construyendo nuevos relatos por encima de los anteriores. De esta manera tampoco se construye Libertad. Nuestra infinita tolerancia a estas tergiversaciones -sólo en apariencia, inocentes-, demuestra que seguimos siendo una sociedad con una inelástica tolerancia al grotesco y hambrienta de relatos. Del signo que sean.

En lo personal, me molesta que los libertarios se apropien de la palabra "Libertad", excluyendo de ella a todo aquello que no adhiera al ciento por ciento a sus expresiones, iniciativas e ideas. "El Estado soy yo" decía Luis XVI; "La Libertad soy yo"; parece gritar el presidente Milei.

Tengo miedo. Al igual que la inflación económica devalúa la moneda y le quita todo su valor; el uso inflacionario de la palabra "Libertad" erosiona su valor. Me da miedo pensar que, de tanto declamar una libertad fantasiosa, imaginaria y nunca perdida; terminemos clamando por una verdadera libertad; ahí sí quebrantada.

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