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La movilización en defensa de las universidades públicas del pasado 23 de abril, cuyas gigantescas dimensiones generó un cúmulo de controversias centradas en los aspectos coyunturales de un episodio que, por debajo de la superficie política, representó un acontecimiento inédito y que anuncia la aparición de un fenómeno nuevo, destinado a instalarse en la agenda política argentina. Los cálculos más confiables, que surgen de una investigación de La Nación que estimó una concurrencia de 430.000 personas, indican que la movilización constituyó la concentración más numerosa de la historia de los últimos cuarenta años. Los únicos antecedentes comparables se remontan a octubre de 1983 con los actos de cierre de campaña de Raúl Alfonsín e Italo Luder en la avenida 9 de Julio.
Pero a diferencia de esos actos de 1983, que por su naturaleza estaban destinadas a tener consecuencias en el corto plazo, esta movilización carece de efectos inmediatos, en un contexto en que el gobierno conserva un fuerte respaldo de opinión pública.
En ese sentido, cabe trazar un paralelismo entre la marcha del 23 de abril y el acto multitudinario convocado por la Mesa de Enlace el 15 de julio de 2008, en vísperas de la votación en el Senado sobre la Resolución 125, que hasta entonces había sido la movilización callejera más numerosa realizada en Buenos Aires desde aquéllas de 1983.
Cristina Kirchner, que acababa ganar nueve meses antes las elecciones de octubre de 2007, sobrevivió al impacto. Pero el tiempo reveló que en esas jornadas de protesta del sector agropecuario empezó a incubarse un nuevo "consenso agroindustrial" que dio protagonismo político a las provincias y representó un factor determinante del ocaso del "kirchnerismo".
El impacto universitario
El sociólogo Daniel Schreingart revela un hecho elocuente que trasunta la significación alcanzada por el sector universitario en la Argentina: en 1975 había 275. 000 estudiantes de nivel terciario, una cifra que suponía el 1,72% de la población, mientras que en 2021 esa cantidad aumentó a 3,7 millones, equivalente a un 8,1% de la población. En esta explosión de la matrícula influyó la creación de las nuevas universidades en el Gran Buenos Aires, que ensancharon la base social de la masa estudiantil.
A este factor cuantitativo corresponde agregar un elemento cualitativo. Una encuesta de Poliarquía consigna que la universidad pública es la institución más prestigiosa de la Argentina, con un 71% de imagen positiva, en una lista que cierran los partidos políticos con el 6%. Un ranking elaborado por la consultora Quacquiarelli Symonds (QS) colocó a la UBA en el puesto 95° entre las cien mejores universidades del mundo.
La confluencia entre la masividad de la marcha de 23 de abril, la explosión de la población universitaria y el prestigio de las universidades públicas permite entrever un nuevo fenómeno social, todavía incipiente, que establece un vínculo sugestivo entre este episodio y las movilizaciones agropecuarias de 2008. Como entonces, estamos ahora ante la irrupción de un nuevo actor social, absolutamente transversal en términos políticos, encarnado por la población juvenil pero con un respaldo mayoritario de la opinión pública, que traduce la existencia de un "consenso educativo" semejante a ese "consenso agroindustrial" nacido en 2008.
La memoria educativa
Esta irrupción generacional tiene hondas raíces estructurales. La extinción de la sociedad industrial y el advenimiento de la sociedad del conocimiento, fundada en el avance de las tecnologías de la información, generó una modificación en la estructura social. Como anticipara en 1980 Alvin Toffler, "cualquier estrategia para reducir la carencia de trabajo en una economía supersimbólica depende menos de la asignación de la riqueza y más de la asignación de conocimiento".
En ese tránsito entre el músculo y el cerebro en la actividad económica, que multiplicó la participación de la mujer en el mundo laboral, la calidad del empleo, su nivel de remuneración y hasta la misma posibilidad de trabajo están asociados a la necesaria calificación de los recursos humanos para adecuarlos a las exigencias de un sistema productivo signado por la continua incorporación de nuevas tecnologías. Por esa razón, la educación pasó a constituirse en la principal herramienta en el camino de la justicia social. Esta constatación actualiza el valor estratégico que tuvo en su época la epopeya educativa inspirada por Sarmiento y materializada durante la presidencia de Julio Roca que posibilitó la construcción de la Argentina del Primer Centenario.
En la Argentina, las universidades públicas son el símbolo de esa función social. "Mi hijo el Dotor", aquella obra de Florencio Sánchez que reflejaba el deseo profundo de las primeras generaciones de inmigrantes, sintetiza una aspiración colectiva, corporizada en los más jóvenes pero asumida por el conjunto de la sociedad, un horizonte que recrea el ideal de la movilidad social ascendente universalizado en 1945 por el peronismo y desdibujado en los últimos veinte años. Establece un nuevo marco de referencia para el porvenir: la expectativa esperanzada de que los hijos puedan vivir mejor que sus padres.
Este acontecimiento disruptivo tiene una base de sustentación: las generaciones nativodigitales, están mejor preparadas para las nuevas modalidades laborales y el aprovechamiento de las oportunidades abiertas por los avances en las tecnologías de la información. Cabría aventurar que si el antiguo proletariado representó el símbolo de la sociedad industrial, los jóvenes constituyen la columna vertebral de esta nueva sociedad del conocimiento. Por primera vez en la historia, no son solamente los padres quienes enseñan a los hijos sino también los hijos quienes enseñan a los padres y los nietos a los abuelos. La educación de los adultos pasó a ser tan importante como la formación de los niños.
Pero los cambios en la pirámide demográfica derivada de los adelantos científicos y su impacto en el alargamiento de las expectativas de vida de la población y la baja en los índices de natalidad hacen que este fenómeno adquiera otra característica inédita, que tiene que ver con el aprendizaje a convivir entre múltiples generaciones, aprender a inspirarse y mejorar intergeneracionalmente, porque estamos conviviendo más generaciones que nunca en la historia del mundo".
En este contexto, la educación ha dejado de ser concebida como una edad de la vida para convertirse en una dimensión permanente de la existencia humana. Ese fenómeno convierte a la actividad educativa en un puente intergeneracional que vigoriza la gestación de ese incipiente "consenso educativo" en gestación.
Nueva sociedad y nuevos actores
La desaparición de la sociedad industrial constituye el punto de partida del fenómeno de ascenso de la juventud como un nuevo actor social. Este acontecimiento ya había sido anticipado en 1981, ocho años antes de la caída del muro de Berlín y una década antes de la disolución de la Unión Soviética, por un intelectual marxista francés, André Gorz, que escandalizó a sus camaradas con su obra "Adiós al proletariado", cuyos vaticinios forman parte hoy del sentido común.
Resulta una paradoja cargada de sentido que tanto la columna vertebral del electorado de Milei como la movilización del 23 de abril compartan una base juvenil. No se trata de contraponerlos mecánicamente sino de integrarlas en una perspectiva estratégica más amplia. Valga destacar el hecho de que una de las movilizaciones universitarias más importantes haya sido en Córdoba, la provincia en la que Milei conserva uno de los mayores índices de imagen positiva.
En un mundo económicamente cada vez más integrado, la competencia es de naturaleza sistémica. No se libra sólo entre las empresas sino también, y fundamentalmente, entre los países, es decir entre sistemas integrales de decisión y de organización. En esa competencia, que replantea el sentido del rol del Estado, resulta cada vez más relevante la calidad de los bienes públicos (educación, salud, justicia, seguridad). El factor educativo, que es la raíz del nivel de calificación profesional de la fuerza de trabajo, adquiere un carácter determinante para la atracción de inversiones y la elevación del nivel de competitividad internacional del sistema productivo.
Este requerimiento ineludible hace que la educación no sea solamente una herramienta fundamental para la justicia social sino también un requisito absolutamente indispensable para el desarrollo. Semejante convergencia de factores indica que este nuevo consenso educativo en gestación, que exige avanzar en una verdadera Revolución de la Educación y del Trabajo, marca un nuevo horizonte para la construcción del futuro de la Argentina.
· Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico y miembro del Centro de reflexión política Segundo Centenario