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Rusia, embarcada en una guerra contra su futuro

Putin, formado en el espionaje soviético, aspira a eternizar su poder en un gran país que nunca conoció una democracia plena.
Domingo, 26 de mayo de 2024 00:00
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Pocos días atrás, Vladimir Putin asumió su quinto mandato presidencial hasta el año 2030, con la posibilidad de extenderlo hasta el año 2036. Si esto ocurriera, habrá estado en el poder más tiempo que cualquier otro dirigente ruso o soviético, incluido Josef Stalin.

Putin -más allá de encarnar una cruel autocracia-, ha dejado bien en claro que está librando una guerra de "valores" contra Occidente; motivo que lo sustenta desde el plano ideológico y que le permite retener la cuota de poder que necesita para seguir imponiéndose. Por desgracia para Rusia, para mantenerse en el poder, Putin deberá quemar todos los recursos económicos, naturales, humanos y psicológicos disponibles.

La economía postsoviética convirtió a los rusos en consumidores capitalistas sin haberlos convertido nunca en ciudadanos comprometidos. La sociedad rusa nunca ha experimentado las virtudes de vivir bajo un sistema democrático pleno, con rotación de poder, bajo el imperio de la ley y con respeto por los derechos humanos. La táctica principal de Putin para conservar el poder ha sido mantener un nivel adecuado de bienestar socioeconómico, comprando la lealtad de las clases media y baja con subsidios. Las élites cómplices se enriquecieron a niveles inimaginables mientras que la clase media rusa vacacionaba en Europa y en el Caribe; consumía en mercados exigentes y adoptaba con entusiasmo las mejores tecnologías. Incluso bajo un sistema autoritario muy duro, amplios sectores de la población "mejoraron". Cuando Putin los proclamó herederos del "Gran Imperio Ruso" al anexar Crimea sin efectuar un solo disparo, a muchos les resultó fácil restar toda importancia a la democracia.

Hoy, aun cuando Rusia mantiene los rudimentos de una economía de mercado, depende cada vez más de la inversión gubernamental y del complejo militar-industrial; rubro que se ha convertido en el principal motor de una economía insalubre e improductiva. Las exportaciones rusas, en su mayoría derivados de petróleo y gas, proporcionan ingresos decrecientes debido al cierre de los mercados occidentales y a las ventas con descuento de estas exportaciones a China u otros países proxy que les permiten eludir las sanciones económicas.

Otro gran problema es el demográfico. El envejecimiento poblacional; la caída de la tasa de natalidad; la demanda de soldados; y el colapso de la entrada de inmigrantes; conducen a Rusia a una crisis sin solución a la vista.

Así, el recurso más escaso es el psicológico. Incapaz de satisfacer el deseo del pueblo por paz y normalidad, el régimen realiza gigantescos gastos sociales en subsidios al consumo mientras que la sociedad rusa, a su vez, queda sometida a adaptarse y a sobrevivir en lugar de desarrollarse. También es cierto que, cuanto más se han resistido las personas, más duro reprimió el régimen. El envenenamiento del opositor Alexei Navalny, en 2020, mostró hasta dónde estaban dispuestas a llegar las autoridades -y las élites corruptas conniventes- para retener el poder.

Putin y sus socios parecen creer que Rusia tendrá suficientes reservas, incluida la paciencia de su población, como para durar toda su vida. Lo que suceda después no parece importarles; el modelo de reinado de Luis XV: "AprÞs moi, le déluge" ("Después de mí, el diluvio").

Rusia no es un país estable; tampoco un país normal. Este camino hacia la anormalidad comenzó hace varias décadas atrás. Desde la Caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), todo esfuerzo de modernización ha quedado trunco, una y otra vez, por falta de voluntad política y, así, todos los esfuerzos encarados de modernización autoritaria reforzaron el rumbo hacia un autoritarismo sin modernización.

Las protestas masivas pro-democracia que sacudieron al país en 2011 y 2012 podrían haber llevado a Rusia hacia la democratización. Sin embargo, el regreso de Putin a la presidencia en 2012 marcó el comienzo de un cambio rápido hacia esta feroz autocracia y, tanto el estado como la sociedad, encararon un camino hacia una brutal anormalidad y, desde allí, cada paso dado por Putin ha sido a favor del arcaísmo y de la desmodernización.

Cuando invade Ucrania, Putin rechaza la herencia democrática de Boris Yeltsin y de Mikhail Gorbachov, al tiempo que destruyó cualquier posible camino a la modernización hasta sus cimientos. Todo lo que se había logrado en Rusia desde 1985, desde el establecimiento de instituciones democráticas hasta la abolición de la censura y la reunificación de las culturas rusa y europea; Putin lo barrió de un solo golpe. La guerra terminó de liberar a un régimen que, en poco tiempo, aplastó los restos de toda institución con algún tinte democrático remanente.

También rompió con el orden mundial que había surgido después de 1945 y que se había vuelto dominante después de 1989.

Durante todo este arco descendente de casi 40 años hacia este abismo autocrático, la sociedad rusa se acostumbró a que, cada paso que daban sólo era uno más hacia una "nueva normalidad"; sin importar cuán anormal fueran todos estos pasos. Mientras tanto, una euforia nacional-imperialista sacudía al país. El régimen abrazó el concepto medieval del "camino ruso" que estigmatiza toda influencia occidental como herejía.

La bomba demográfica

El demógrafo y economista ruso Anatoly Vishnevsky, sostiene que, a largo plazo, la demografía siempre superará a la economía.

La frase "salvar al pueblo" -acuñada por Aleksandr Solzhenitsyn (*) buscando significar "respeto por la vida humana-", fue apropiada por Putin como un llamado a una mayor fertilidad. Para promover este objetivo, el Kremlin continúa la lucha contra las relaciones homosexuales y contra el aborto mientras promueve las familias "tradicionales" y el retorno a la vida rural. No es coincidencia que Putin declarara el 2024 como el Año de la Familia y dedicara gran parte del discurso presidencial de 2024 a apoyar a las familias numerosas.

Pero esgrimir "salvar al pueblo" es inconsistente con ser el responsable de llevar adelante una guerra mortífera eterna. Es difícil escapar a la paradoja que significa seguir empeñado en una transición demográfica inversa donde una muerte por la patria vale más que una vida necesaria para "salvar al pueblo".

La tasa de natalidad en Rusia cae desde 2016 y, para 2027 se espera una reducción del 23% en el grupo de edad clave entre cinco a nueve años; basados en el mismo declive en el grupo de edad de cero a cuatro años entre 2017 y 2022. Por un lado, influyen tendencias post industriales globales en las que la gente se muda a las ciudades, se educa, trabaja y tiene menos hijos. Pero, además de esto, se suma que Putin necesita soldados y trabajadores para las fábricas del complejo militar-industrial y, cada vez menos familias rusas, desean que sus hijos crezcan para convertirse en soldados o en trabajadores del complejo militar-industrial.

La disminución de la población en edad de trabajar debido al envejecimiento de la población y al menor número de personas que ingresan al mercado laboral, es la causa principal para una enorme escasez de mano de obra. En 2023, había dos millones más de vacantes que trabajadores. Según las previsiones de expertos en el mercado laboral y demógrafos, para 2035 habrá de tres a cuatro millones menos de rusos empleados; la proporción de jóvenes en el mercado laboral seguirá disminuyendo; y el nivel educativo se estancará. Según el escenario más pesimista modelado por el servicio estatal de estadísticas, para 2046, la población de Rusia se reducirá en un total de 15.4 millones de personas, equivalente a una disminución promedio de la población de 700.000 personas por año.

En este contexto, los esfuerzos del gobierno para abordar esta bomba de tiempo demográfica se han vuelto absurdos. La prohibición de los abortos y la persecución a los homosexuales no van a revertir la disminución de la tasa de natalidad. Tampoco la gente se va a mudar a las áreas rurales -donde la infraestructura es deplorable y es más difícil mantener a una familia numerosa-, para vivir la "vida tradicional" tan idealizada por el régimen.

En guerra contra el futuro

Putin inició una guerra para cambiar el orden mundial y obligar a los demás a vivir según sus reglas. Para eso, necesitaba posicionar a su país y a su zona de influencia geopolítica en contra de Occidente y del proyecto modernizador que este representa. Esto lo llevó a embarcarse en una expansión territorial suicida e imponer un modelo de gobernanza que requiere de una ideología totalitaria e imperial que exige -además-, la exhaustación de todos los recursos naturales no renovables; a toda velocidad. El modelo es insostenible a largo plazo pero, para Putin, la apuesta bien parece valer la pena.

La guerra en Ucrania sembró un campo minado al futuro económico, demográfico y psicológico del país. Pero es bien posible que estas bombas exploten después de que él haya dejado el poder. De nuevo Luis XV: "Après moi, le déluge". La guerra de Putin es, sobre todo, una guerra contra el futuro de su país y de "su pueblo". Cruel. Perverso. Absurdo. Demencial.

(*) Aleksandr Solzhenitsyn, uno de los grandes escritores rusos del siglo XX, autor de Archipiélago Gulag donde narra la experiencia propia y de miles de compatriotas disidentes del stalinismo, confinados en Siberia.

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