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La trágica muerte del presidente iraní, Ebrahim Raisi, abrió una gigantesca incógnita que desvela a las cancillerías y las agencias de inteligencia, cuyos analistas buscan descifrar el futuro rumbo del régimen de Teherán, velado por la espesa capa de hermetismo que rodea el sistema de decisiones en esta particular teocracia del siglo XXI cuyo avanzado programa nuclear amenaza la existencia de Israel y mantiene en vilo al mundo entero, más aún desde su reciente ataque con misiles sobre territorio israelí, un hecho inédito que volvió a convertir a Medio Oriente en la zona más caliente del planeta.
La inesperada acefalía presidencial disparó el funcionamiento de los peculiares mecanismos institucionales instituidos a partir de la revolución de los ayatollah de 1979, encabezada por Khomeini. El "Líder Supremo", Ali Khamenei, máximo depositario del poder, anunció rápidamente que, de acuerdo con las disposiciones de la constitución reformada en 1989, el sillón de Raisi sería ocupado por el vicepresidente, Mohammad Mokhber, quien debía llamar a nuevas elecciones en un plazo de cincuenta días que rápidamente fueron convocadas para el 28 de junio.
Mokhber es un personaje escasamente conocido pero relevante en la constelación de poder. En su trayectoria se destaca su protagonismo en la administración del sistema de negocios del clero chiita. El Departamento del Tesoro estadounidense estima que esa red es "un gigante empresarial bajo supervisión directa del líder supremo Ali Khamenei, que tiene una participación en prácticamente todos los sectores de la economía iraní, incluso energía, telecomunicaciones y servicios financieros".
Irán es una República Islámica cuyo presidente es en realidad la segunda persona con más poder, por debajo del "Líder Supremo". Como tal, es responsable de la gestión de los asuntos gubernamentales y ejerce una fuerte influencia en la política interior y en las relaciones internacionales. Sin embargo, sus atribuciones están limitadas, especialmente en temas de seguridad. Estas restricciones quedaron patentizadas durante las violentas protestas callejeras de septiembre de 2022, provocadas por la muerte a manos de la policía de Mahsa Amini, una joven de 22 años: Khameni decidió prohibir las manifestaciones y Raisi, aunque no compartía ese criterio, tuvo que acatar la orden.
El verdadero centro del poder reside en la autoridad religiosa. Khamenei, quien sucedió a Khomeini tras su fallecimiento en 1989, es el Jefe de Estado, con carácter vitalicio, y el comandante de las Fuerzas Armadas. Tiene también autoridad sobre la Policía Nacional y la Policía Moral, que controla el estricto cumplimiento de las disposiciones sobre la vestimenta y las costumbres islámicas. Controla asimismo las relaciones exteriores y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, encargada de la seguridad interior, y a su brigada de voluntarios, la Fuerza de Resistencia Basij, que reprime cualquier brote de disidencia.
El Parlamento, denominado Asamblea Consultiva Islámica, está formado por 290 diputados, incluidos cinco representantes de las minorías religiosas. El cuerpo legislativo selecciona a los veintidós ministros del gabinete. En la actualidad cuenta con una abrumadora mayoría de los partidos "principalistas", de raíces ultraconservadoras, y una participación simbólica de las minorías reformistas. Pero así como las atribuciones del presidente están supeditadas al Líder Supremo, las facultades legislativas también están sujetas a la revisión de la autoridad islámica.
Un denominado "Consejo de Guardianes" tiene la responsabilidad de custodiar la pureza ideológica del Estado. Sus funciones lo asemejan a un Tribunal Constitucional con capacidad para vetar las leyes que estime incompatibles con los principios islámicos. Pero también verifica las "credenciales islámicas" de los candidatos presidenciales, por lo que puede inhibir su postulación. El organismo está integrado por doce juristas, la mitad de los cuales son elegidos por el Líder Supremo y los seis restantes por el titular del Poder Judicial (designado también por el Líder Supremo). Para arbitrar en las controversias entre el Parlamento y el Consejo de Guardianes existe una Asamblea de Expertos, un cuerpo deliberativo formado por 86 teólogos que se renueva cada ocho años por el voto popular.
Sucesión por partida doble
La comprensión de la extremada complejidad de este intrincado sistema institucional se torna todavía más ardua si se toma en cuenta que esa Asamblea de Expertos es la encargada de elegir al Líder Supremo, una función que en teoría le otorgaría una posición de supremacía que hasta ahora no se compadeció con los hechos. Cuando Khomeini ungió como sucesor a Khamenei, el nominado no era un ayatollah pero la Asamblea de Expertos no tardó en otorgarle ese título para confirmarlo.
En esta oportunidad, las elecciones presidenciales adelantadas por la desaparición de Raissi, cuyo mandato expiraba en 2025, se superponen con una disputa muchísimo más sorda y a la vez más relevante. Khameini tiene 85 años y no goza de un excelente estado de salud. Desde hace meses, en los círculos de poder de Teherán se especula sobre la identidad del futuro Líder Supremo. La principal incógnita es si se repetirá el episodio anterior, cuando Khomeni eligió a su reemplazante, lo que implicaría la instauración de una suerte de monarquía religiosa hereditaria, o si por primera vez vez la Asamblea de Expertos decidirá libremente sobre la sucesión.
Esa disyuntiva está planteada en términos muy concretos. En las esferas oficiales trascendió hace tiempo que la intención de Khameini sería proponer a su segundo hijo, Mojtaba, de 54 años, profesor de teología en el seminario de Qom, quien como ocurría con su padre en 1980 tampoco ostenta el rango de ayatollah. Significativamente, Raisi figuraba también en la misteriosa nómina extraoficial de eventuales sucesores. Esa molesta coincidencia incentiva las teorías conspirativas sobre las posibles causas del accidente que le costó la vida.
En términos políticos nadie visualizaba empero ninguna diferencia significativa entre Mojtaba y Raisi. Al igual que Khameini, ambos fueron siempre considerados estandartes de la "línea dura". Mojtaba es la sombra de su padre y no caben dudas sobre su voluntad de sostener la naturaleza represiva del régimen. Raisi cargaba sobre sus espaldas el estigma de ser reputado el "carnicero de Teherán", porque en su pasado como magistrado judicial pesaba la condena a muerte de cerca de 5.000 iraníes encarcelados a raíz de las protestas contra el régimen en 1988.
El inesperado adelantamiento de las elecciones presidenciales descolocó aún más a la dispersa oposición iraní, cuyos principales dirigentes están en el exilio. Si bien el descontento con el régimen es palpable en la clase media de las grandes ciudades, particularmente en Teherán, todo indica que la inminente compulsa electoral será una competencia entre distintos candidatos del conservadorismo religioso.
Esta brusca aceleración del proceso político interno coincide con un inquietante informe de la Organización Internacional de Energía Atómica OIEA), que preside el argentino Rafael Grossi, que puntualiza que el plan nuclear iraní avanza en tamaño y sofisticación. Irán tiene 27 veces más que el máximo permitido por el Plan Integral de Acción Conjunta, un acuerdo nuclear multinacional derogado por Donald Trump en 2018. Esas reservas de uranio, algunas de las cuales están enriquecidas en un 60% de pureza, cerca del grado de armamento, son suficientes para fabricar tres bombas atómicas. La conclusión del informe es que Irán podría producir una bomba atómica en una semana y siete en un mes.
Obvio resulta mencionar el impacto de estas revelaciones en Tel Aviv. Más aún cuando en el velatorio de Raisi el propio Khamenei proclamó: "Veremos el día en que Palestina llegue al mar. La promesa de eliminar a Israel se cumplirá". Para Israel la hipótesis de que Irán se transforme en una potencia atómica sería causa suficiente para un ataque preventivo fundado en el derecho a la legítima defensa.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico