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Las razones de las giras de un presidente "rockstar"

Miércoles, 05 de junio de 2024 02:01
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La tradición política hiperpresidencialista de la Argentina es todo un desafío para Javier Milei. No solamente desde lo técnico, sino más bien desde lo simbólico. La posición necesita, o al menos necesitó, de personas con hábito de territorio, de estrategia y de inteligencia para leer amenazas políticas y adelantarse a los retos diarios de gobernar. En general, las personas que han ejercido el poder ejecutivo en su más alto nivel tuvieron poco de mundo y más de rosca. No se recuerda a Mauricio Macri, Alberto Fernández o ambos Kirchner danzar por plataformas globales en pos de converger un interés personalista con una tendencia ideológica en alza.

Claro que sí es verdad que el G20 en Buenos Aires, las cumbres de la UNASUR o mítines regionales de simpatizantes de izquierda han ocurrido con la presencia de presidentes argentinos. Habitualmente, todos estos hechos se desarrollaron en un ámbito político - estatal con, al menos, parte de la agenda oficial dedicada a relaciones bilaterales, comerciales u a otros temas de índole público. Aun cuando Alberto Fernández abusó de sus últimos meses como presidente para viajar a todas las reuniones posibles en la agenda internacional, su investidura representó a la Argentina, porque fueron de carácter oficial, y estuvieron siempre en marco de eventos multilaterales. Mauricio Macri logró zanjar su actividad oficial con reuniones paraoficiales con la FIFA, pero, también, dentro de un marco estatal. En fin, la tendencia de más de 30 años de democracia demuestra que el cargo presidencial obedece a un cierto interés personal para darle una dinámica nítida a un proyecto político, pero con acciones que han sucedido siempre dentro de ámbitos reconocibles como públicos.

Lo que observamos en estos seis meses de gestión paleolibertaria es lo opuesto, pero también lo esperable. Es posible entender que el presidente utilice su oficina como secretaria personal y los recursos públicos como viáticos privados si comprendemos dos características obvias del efecto Milei. La primera característica es que el presidente viajó más al exterior en carácter personal que llevando una agenda nacional; y se explica de afuera hacia adentro. El mundo después de la crisis subprime del 2008 cambió de forma radical en un aspecto clave: un movimiento regulatorio estatal hacia más controles sobre las fuerzas económicas. También hubo un cisma político importante arrimando a generaciones devastadas por la inequidad a participar en protestas y activismo. Lo que en su momento fue Occupy Wall Street, en España, por ejemplo, se traducía en el nacimiento de Podemos. En Francia la reelección socialista y en Estados Unidos la primera presidencia de Obama. Un cierto movimiento hacia el progresismo y la regulación hacia una banca descontrolada también causó una crisis profunda de desacople entre centros urbanos ricos y globalistas, y periferias pobres sin los beneficios de la supuesta matriz económica mundial. Los cismas regulatorios y políticos no se notaron en la década del 2010. Se notan ahora. El auge de esos centros periféricos hacia políticas nacionalistas, anti globalistas y de carácter tradicional y conservador vienen en período de incubación con cierto desdén hacia las élites. Lo moderno no era otra cosa que una farsa.

Este auge de sectores mal denominados como de "ultraderecha", en realidad son refugiados económicos, originarios de la periferia, pero habitando en el centro. Tal contraste sólo deja como opción la ruptura con ciertos mandatos o consensos que claramente no benefician por igual. Javier Milei, como la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin, Steve Banon, Donald Trump, el húngaro Viktor Orban, el ex presidente de Filipinas Rodrigo Duterte, el holandés Geert Wilders, el británico Nigel Farage, el presidente de FOX Santiago Abascal, la francesa Marine Le Pen, la primera ministra de Italia Giorgia Meloni y el primer ministro de Eslovaquia Robert Fico comparten un lineamiento: se perciben como salvadores, héroes, en contra del status quo, desde la centralidad de su figura y desde los rincones conservadores. Para cada uno de ellos, en sus dinámicas políticas íntimas, el statu quo representa un enemigo, que lógicamente cambia. Para Farage fue la Unión Europea, para Orban es el progresismo de izquierda, para Abascal es Pedro Sánchez, y para Milei es el Estado. En este contexto, que estaría a punto de conseguir una muy buena elección parlamentaria en la Unión Europea y quizás un triunfo en Estados Unidos, Javier Milei es un rockstar ¿quién le puede negar un tour a un rockstar?

Comprendida la primera característica, la segunda dinámica que explica un presidente interesado en su imagen internacional dentro de un contexto de auge de sectores de ruptura elitista, es la dicotomía del contraste. Javier Milei piensa en el Estado como organización criminal, cree en la superioridad de una teoría económica "fringe" (competitividad marginal), y en la ultra liberalidad financiera. Milei no cree en un Estado coordinador, en los principios keynesianos de crecimiento ni en la liberalidad de derechos personales, como el aborto. En otras palabras: cree en un mundo congelado en 1880. Como el economista Thomas Piketty se cansó de escribir, la escuela austríaca económica fue creadora y a la vez benefactora del auge de la inequidad en Europa. Nada de aquel mundo es necesario hoy con la amplitud democrática, la calidad de las instituciones y el consenso generalizado que la pobreza es una verdadera aberración, cuando los recursos para sanearla existen. Si tomamos este punto de partida, Milei ve a la política como algo mundano, como trasladable y sin injerencia en la pureza ideológica de la ultra liberalidad. Parece que el presidente se tomó el concepto tan literalmente que a su gobierno a seis meses de asumir no se le conocen leyes, crecimiento en salarios o una inflación realmente controlada (posponer pagos no es domar la inflación).

Aquí la dicotomía: predicar un futuro feliz a base del esfuerzo de un 60% de pobres para demostrarle al mundo que la teoría funciona. ¿Pero cómo, entonces, logra un apoyo, hasta ahora, llamativamente elevado? Esto puede tener respuesta mirando a la primera característica: otros personajes del linaje rupturista han identificado de una manera inteligente a un enemigo común para demonizar en caso de fallos propios. Para Donald Trump fueron los mexicanos, para Wilders, los musulmanes, para Palin fue Obama, y para Milei es la 'casta'. La casta, ya lo hemos dicho en estas columnas, es una excelente forma de distraer ese odio a no llegar a fin de mes. También hemos argumentado que los discursos que generan tensión traen más tensión, y suelen desembocar en violencia política y en actos que tendremos que arrepentirnos cuando la división entre casta y no-casta es lo único que cuenta en el libreto libertario del momento. La Argentina tiene problemas tan urgentes como la necesidad de que no se pudran alimentos en manos del Estado. No es falta de devoción al líder: es la incapacidad de tolerar que la investidura demanda otra cosa. Los aplausos, las canciones de la Renga y los viajes privados pueden esperar. La Argentina, aún libertaria, no.

 

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