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Los recuerdos con Arturo Illia se remontan a mi más tierna infancia. Nuestras familias eran muy amigas, y ya en mi época de estudiante universitario, entre 1980 y 1982, mantuve una infinidad de encuentros con el expresidente. Era una persona insondable, no le gustaba hablar de sí mismo, ni alardear de sus logros. Conmigo, sin embargo y a pesar de los 60 años que nos separaban, abrió su corazón y sus recuerdos.
En aquella desidia juvenil, le hice preguntas que hoy no me atrevería a realizarle, y él las respondió a todas con lujo de detalles. Luego de cada reunión, y en el tren de regreso a casa, anotaba mis impresiones en apuntes que sustentan el libro Salteadores nocturnos.
Tras su fallecimiento, en 1983, me propuse escribir su historia. Una primera edición apareció en 1998, a la que se sumó la última versión corregida y aumentada en 2019. En el lapso que separa a estas dos publicaciones la figura de Illia creció notablemente, al punto de ser percibido, según varias encuestas realizadas, como el argentino más honesto, incluso por encima de René Favaloro, del Papa Francisco y del General San Martín.
"Decían que era una tortuga"
"Decían que era una tortuga, y pensar que luego la zoología política mostraría que también existen los cangrejos, que ni siquiera van para adelante", me confesó entre sonrisas.
En mi novela histórica intento hacer justicia al mostrar a un hombre dotado de ética y vocación de servicio, pero también a un administrador eficiente y estadista visionario. Los resultados de su corto gobierno fueron sorprendentes y jamás volvieron a repetirse. El aumento del PBI fue del 10,3% en 1964, del 9,1% en 1965, y del 4,7% en los primeros seis meses de 1966. La industria creció 18,9% en 1964 y 13,8% en 1965; el sector agropecuario lo hizo al 7% y al 5,9%.
Casi sin inflación, el gasto público disminuyó en relación con el PBI, y el déficit del presupuesto se redujo de $4.054,1 millones en 1963, a $2.778,9 millones en 1965. Al mismo tiempo, la partida destinada a educación alcanzó el 24% del presupuesto nacional, la más alta de la historia, y un Plan Nacional de Alfabetización alcanzó a 350 mil alumnos de 18 a 85 años.
Durante su presidencia, se logró el mayor triunfo diplomático sobre Malvinas. La resolución 2065 de la ONU, aprobada el 16 de diciembre de 1965, instaba a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a negociar sin demoras la soberanía de las islas.
Por primera vez en muchos años se redujo la deuda externa, de US$ 3.390 a US$ 2.650 millones. Luego, habría de crecer sin interrupción hasta la fecha. Bajo su mandato, se sancionó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil. En 1965, la tasa de desempleo se ubicó en el 4,4% y la participación del sector asalariado en el PBI pasó del 36% en 1963, al 41% a junio de 1966.
Sus hijos sentirán vergüenza
* En representación de las Fuerzas Armadas, le pido que abandone el despacho.
* Usted no representa a las Fuerzas Armadas – insiste Illia con un tono que sabe a veneno de cobra – sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan, actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada para tomar la Casa de Gobierno.
* Le garantizamos su traslado a la residencia de Olivos –agrega pausadamente el general Julio Alsogaray.
* Mi bienestar personal no me interesa. Me quedo trabajando en el lugar que me indica la ley y mi deber. ¡¡Como comandante en jefe del Ejército le ordeno que se retire!!
Consciente del efímero triunfo de resistir con argumentos el primer embate militar, Illia carga sus pulmones con el aire rancio del despacho y desploma la andanada final con un alarido de cal viva.
* ¡¡Ustedes obedecen órdenes para traer horas aciagas a la República!! ¡¡Ustedes son insurrectos!! ¡¡Retírense!!
Sin decir una palabra, con la frente embadurnada de un mustio sudor, Alsogaray gira sobre sus tacos y ordena marcialmente la retirada, no sin antes soportar una sentencia con voz de mujer.
"¡¡Traidor hijo de puta, tu estirpe quedará maldita!!"
Es el grito de guerra de Emma, la hija del presidente quien pide con desesperación una pistola para ejecutar ahí mismo al insurrecto militar.
A quienes fueron a derrocarlo les advirtió que sus hijos se avergonzarían de lo que estaban haciendo. Años más tarde, la mayoría de ellos expresó públicamente su arrepentimiento.
El valor de la transparencia
"¿Sabe que, durante los 32 meses de gobierno, dispuse de 80 millones de pesos anuales para gastos reservados, sobre los cuales no estaba obligado a rendir cuentas? De los 240 millones durante los años 1964, 1965 y 1966, sólo utilicé 20 millones, entre otras cosas para la presentación en Europa de una obra de teatro de Ricardo Rojas. Al día siguiente del golpe de Estado, el coronel Horacio Ballester entró a la Casa de Gobierno, fue directo a la caja fuerte de mi despacho, y encontró los 220 millones de pesos. "¡Aquí hay una montaña de dinero! ¡Seguro son coimas cobradas por el gobierno!", se le oyó decir. Cuando le informaron que se trataba de los fondos reservados de casi tres años sin usar, solo atinó a decir: "¡¡¡¡¿Para qué lo habremos sacado a este tipo?!!!!".
Ballester después reconocería públicamente el error de haber participado en el quiebre constitucional.
Hitler, visto de cerca
El credo democrático de Arturo Illia tiene un origen definido: su estancia en Europa entre agosto de 1933 y diciembre de 1934.
Invitado por Jorge Hansen, un dinamarqués al que trató clínicamente y salvó de morir de difteria, partió en el vapor "Oceanía" con destino a Génova, para permanecer casi un mes en Roma. En la Italia fascista que conoció Arturo, Mussolini venía de ganar una parodia de elecciones con lista única y 99,85% de votos a favor.
Arturo se acercó varias veces a la plaza Víctor Manuel III a escuchar los discursos de Mussolini y constató hasta qué punto las multitudes eran manipuladas por la propaganda, el cepo a la oposición y el relato único.
De Roma, Illia viajó a Suiza con escala previa en San Pietro, Lombardía, donde nació Martín Illia, su padre. Luego, navegando por el Rin, ingresó a la oscura Alemania gobernada por Hitler.
En Berlín, Arturo tomó contacto con Ricardo Walter Oscar Darré, un argentino que se desempañaba como ministro de Agricultura de Hitler y al que la literatura aún le debe una novela histórica. Hitler, que era el canciller del anciano presidente Paul von Hindenburg, gobernaba el país con mano de hierro, y por esos días lanzaba su programa de gobierno en un acto multitudinario. De la mano de Darré, logró acceder al palco, a metros del fogoso orador.
Unos días después, mientras tomaba una cerveza en un bar, ingresó una partida de las SS al son de sus canciones triunfales. Todos los parroquianos reflejaron como espejos el saludo a brazo erguido con excepción del rebelde Illia. Pasó dos días preso. Fue el embajador argentino en Alemania quien logró su excarcelación argumentando la "falta de conocimiento de las costumbres alemanas" por parte de Illia
A inicios de los '80, en una de las tantas charlas que mantuve con Illia, me relató sus impresiones de aquel momento: "Lo tenía, a escasos metros, gesticulando con sus cortos brazos, las venas hinchadas por el fervor, los ojos chispeantes, el tronco contorsionado y poseído por los efluvios de la demagogia".
"¿Sabés por qué una gran nación con una ancestral cultura como la alemana se desvió tanto en su manera de vivir? Fue por la propaganda y por el cerrojo a la prensa. Había que caminar por las calles de Berlín para comprobar que no se podía publicar un diario que no fuese partidario del gobierno, ni era posible opinar nada en su contra. Vi un pueblo con temor, sometido y enfermo por carencia de democracia y libertad".
Unos días después, mientras tomaba una cerveza en un bar, ingresó una partida de las SS al son de sus canciones triunfales. Todos los parroquianos reflejaron como espejos el saludo a brazo erguido con excepción del rebelde Illia. Fue el embajador argentino en Alemania quien logró su excarcelación argumentando la "falta de conocimiento de las costumbres alemanas" por parte de Illia
La sociedad escandinava
El viajero emprendió marcha a Dinamarca. Pasó un año en Copenhague, aprovechó para recorrer Suecia y Noruega, y comprobó el progreso y la paz que esos pueblos habían obtenido a instancias de sus sistemas democráticos.
"En Copenhague fui una tarde a andar a caballo y en uno de los senderos me encontré con un jinete que iba solo. Cabalgamos juntos un buen rato y desde el comienzo me impresionó su sólida cultura y finos modales. Luego supe que se trataba de Cristián X, el rey de Dinamarca, quien, con total sencillez republicana, se movía sin custodia…", me contó, años después.
De Dinamarca cruzó a Londres donde palpó el ambiente de preocupación por las noticias que llegaban desde Alemania e Italia que presagiaban el inevitable conflicto bélico.
La última escala de su periplo lo llevó a París, una ciudad que no quería advertir el peligro latente que representaban sus vecinos nazis. Esa experiencia en la Europa de entreguerras consolidó las convicciones de quien es uno de los grandes demócratas de la historia nacional.
* Agustín Barletti es autor de "Salteadores nocturnos" y de "El Hambre del dragón. El plan de China para comerse al mundo". Ambos libros pueden ser descargados gratis desde la plataforma Bajalibros