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La integridad de la imagen presidencial pertenece a un imaginario social que supera los parámetros de lo cotidiano, es decir, tiene una ética que alumbra el camino a seguir, que invita a sus gobernados a imitarlo en su honradez y patriotismo. Aunque ella – la sociedad – no cumpla con lo mismo que exige.
El hombre o mujer que está investido del poder presidencial, será tributario de la autoridad, pero también de las expectativas de una sociedad que anhela que la conducta del primer mandatario sea un aliciente que nos ayude a sortear las miserias, las injusticias, las violencias de un mundo imperfecto; donde el presidente se puede equivocar, pero se puede elevar sobre las vicisitudes asentado en la consideración y afecto de sus conciudadanos.
Cuando se adopta una posición política, la acción política está fusionada con una ética que se expresa a cada paso que se da en la vida pública. Esta ética -que no debe confundirse con la moral religiosa- se tensiona con el poder que es inherente a la política y se libra una lucha entre el ser y deber ser, entre la debilidad ante la concupiscencia del poder y el deber ético de ser un estoico, entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción.
Poder
Esta lucha que se da en la soledad del poder y desafía a quien lo detenta, lo anima a no claudicar en nombre de lo que creen sus conciudadanos: que quien nos gobierna es un ser virtuoso, es capaz sortear las dificultades y las tentaciones, que no sucumbe ante las vicisitudes que nosotros cotidianamente sucumbimos.
Pero, cuando sucumbe quien nos gobierna daña el sistema de convivencia política, porque la defección del expresidente AF, al violentar a la madre de su hijo y pareja conviviente, ultraja no sólo a la ex primera dama, sino a toda la sociedad que lo reconoció como su presidente.
Estamos ante un hecho que no tiene antecedentes en la historia política reciente; la gravedad de la situación amerita reflexionar entre todos con mesura y compasión para hacernos una sola pregunta: ¿Cómo llegamos a esta situación? Que se inició en una investigación por tráfico de influencias y eventual corrupción, en la contratación de seguros para el Estado, se descubre – sin ser el objeto de la investigación original – la violencia de género ejercido por el expresidente Fernández.
"El hombre o mujer que está investido del poder presidencial, será tributario de la autoridad".
La única forma de arribar a este estado de cosas es con un código que es patrimonio de las sociedades secretas como la mafia: la "ley del silencio" que impide hablar a los que conviven y cooperan en la misma organización
De otra forma no se puede entender que, en el lugar más seguro de un país, la residencia presidencial, se cometa todo tipo de tropelías que van desde amenazas hasta golpes y lesiones psicológicas. Entonces, la pregunta de rigor ¿nadie sabía lo que acontecía en los aledaños del poder presidencial? ¿nadie advirtió ni oyó nada? ¿alguien sabía y no lo denunció?
No tenemos la respuesta, pero decimos con ética y patriotismo, que se pueden sancionar leyes sobre la violencia de género, crear organismos, hacer seminarios y decir que la célula principal de la sociedad es la familia, pero lo que no se puede hacer ante un hecho como este, en una sociedad democrática, es guardar silencio.