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Nuestro Decamerón golpeadísimo

Viernes, 16 de agosto de 2024 02:03
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Agobiado de tanta realidad, dije "a ver qué trae Netflix, el querido chupete desde los tiempos de la Cuarentena, noche larga que evocamos dulcemente como Pandemia, sin beneficio de inventario para no herirnos la autoestima".

Y justamente, como la cabra tira pal monte, encontré hace muy poco, el 25 de julio, una nueva puesta de El Decamerón, la novela de Giovanni Boccaccio sobre orgías y trifulcas palaciegas en medio de la Peste Negra del siglo XIV, cuando los requetepretéritos de nuestros eurotatarabuelos que vinieron de los barcos optaron por "fifar y fifar que el mundo se va a acabar".

Mientras, obviamente, los siervos de la gleba morían como moscas en ese planeta oscuro y maloliente sin CO2 ni penicilinas, lleno de pájaros y arduo para saber lo que pasaba a una legua. En la serie repleta de sexo y lujurias el palacio vibra a la luz de los cebos entre bacanales sin fin. Pasa de todo, con mucha miseria del alma, por delante y por detrás. Está linda esta fuga hacia el pasado medieval, tal como recetaba Victor Hugo.

En eso, han golpeado la puerta para pasarme las nuevas de Alberto F. al que en vano procuramos olvidar mientras iba y venía a la chocolatería San Ginés y El Corte Inglés. Ha vuelto a las portadas, primero cuando fue apeado como veedor por el esquizo dictador caraqueño Nicolás Maduro, que no tiene amigos, sólo alcahuetes. Y trascartón, se supo que el ex querido Capitán Beto seguía siendo hostigado por la mujer de la venda y balanza.

No es fácil ser por años zar o mentor del mundo del Seguro sin que se te desate el moño. Alguien ha tirado del cordón por cuentas mal rendidas o por el simple péndulo del poder.

Como sea, tuve que apagar Netflix porque esto se ha puesto para seguirlo y mantiene caliente, después de lo triste de Loan, la pantalla de los medios golpeados por el imperio de las redes.

Ahora lo que impacta es la andanada de testimonios, con fotos moreteadas de la ex primera dama golpeada y engañada que nunca llegó a calar por sus fuelles en el corazón de su pueblo en tiempos de tanto género e inclusión.

Ahora Fabiola liga abanicos y horchatas gratis en la canícula madrileña. Y las plataformas le negocian su documental "Trapitos al sol" que, bueno o no, puede valer tanto como su silencio. De este lado del Atlántico está atrapado Alberto F., más solo que perro callejero de sarna y pulgas. "Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser", Cuesta Abajo se convierte en canción patria.

Por patetismo o experiencia, el taxista, la del kiosko y los popes de las finanzas, todes (qué palabra vieja) hablan con naturalidad del suicidio del buen hombre. Por manos propias o ajenas. El embrollo de los Seguros y las cometas de varios ceros ha pasado a segundo plano.

Desde hace décadas, la Quinta de Olivos, en la que hoy ladran clones, nos trae rumores de intrigas palaciegas. Crónicas que pueden herir la sensibilidad de los niños, diría la tele. Si el palacio contara de los mates, abrazos depres, caniches, chicas de la UES, desalojos conyugales y con botas, los caniches varios, la pizza con champán, el lexotanil, los falcon verde, mil refacciones, roscas todo el año, trío pandemia, pizza con champán, fulbito cheto, popu y transversal...

No sería una mala idea cerrar la onerosa residencia. Y transformar el predio, por ejemplo, en mitad parque, una cuarta para museo y otro tanto como hospital. Para decirle a los "argenlandeses" que según Javier M. habitarán este suelo en 2074: "Cuidado que donde ustedes pisan, pasaron cosas grosas".

Chau Netflix. A esto no hay con que darle.

 

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