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Que Tamara Pettinato practique juegos eróticos con Alberto Fernández en el sillón presidencial es una muestra de falta de responsabilidad y de conciencia sobre la gravedad de lo que está haciendo. Un adulto sabe que eso no es correcto. El tema del adulterio es una conducta privada, pero que hace más bizarra aún la escenificación. El papel de Fernández filmándola y haciendo preguntas de adolescente a los 65 años, torna la situación al ridículo. Todo forma parte de un desapego absoluto sobre el rol presidencial. Y ambos tienen obligaciones al respecto. Pero el que tiene que asumir la crudeza de esa tragicomedia es el presidente. Una puesta que contribuye a incrementar su descrédito. De todos modos, debe quedar en claro que su desprestigio no se debe a estas "estudiantinas del poder" sino por la catástrofe social que produjo su gobierno, compartido con Cristina Kirchner, estrangulado por las pésimas administraciones precedentes, en especial, por los 16 años de Néstor y Cristina.
Que el kirchnerismo no tenga un candidato competitivo demuestra que nada es simple en este declive político. Tampoco Mauricio Macri pudo sostener su proyecto y su posibilidad de volver a ser candidato.
Da la impresión de que Fernández fue el último candidato de ultratumba. Sin embargo, nadie puede asegurar que Javier Milei represente una presidencia con visión de futuro. En una desafinada competencia entre economistas cincuentones, con Axel Kicillof, discuten teorías de los años '30, nunca exitosas en la práctica.
Hacia el pantano
El resultado es un camino que todavía parece sin salida. Pero, también es cierto, los cambios en el ordenamiento internacional, la evolución tecnológica y las tensiones que se viven en el planeta, mientras se respira un clima de guerra, hacen poco previsible el futuro. Y no solo Argentina, América latina entera se sumerge progresivamente en un pantano que la aleja de la democracia, aferrada a dictaduras sin respuesta.
La inexplicable propuesta de Lula para que se repitan las elecciones de Venezuela, que ganó la oposición, con las actas en la mano y ya reconocidas por la mayoría de los países, no solo fue rechazada por Nicolás Maduro y Corina Machado, sino que induce a una pregunta inmediata: ¿Hubiera aceptado Lula una nueva elección cuando los seguidores de Bolsonaro apelaron a la violencia para impedir su nueva presidencia? El bolsonarismo intentó un golpe de Estado y Lula convalida el del postchavismo.
Andrés López Obrador y Gustavo Petro actúan con una ambigüedad que hacen pensar que ninguno termina de aceptar el fin de una ilusión, el socialismo del siglo XXI, de cuyo derrumbe son la muestra Cuba, Nicaragua, Venezuela y, también, el kirchnerismo.
América latina observa expectante lo que ocurrirá en noviembre en la elección de los Estados Unidos. Sabido es que, con Donald Trump y Kamala Harris, la superpotencia estará más preocupada por su reposicionamiento en el mundo que por la suerte de Latinoamérica. Esto, sin olvidar que la presión migratoria desde el sur seguirá creciendo en la medida en que nuestro subcontinente no logre insertarse en la economía global, es decir, la del conocimiento y la cuarta revolución industrial.
Un tema clave: más allá de los compromisos económicos incondicionales entre México y, en cierta medida, Brasil con EE UU, lo cierto es que China, que marcha hacia el liderazgo mundial, Rusia y, mucho más modestamente, Irán, tratan de hacer pie en este subcontinente donde los comandos del crimen organizado y las guerrillas sobrevivientes, ahora más pragmáticas que ideológicas, representan una amenaza a la soberanía territorial de los países.
Banderas ultrajadas
Y aquí volvemos a la Argentina y al deterioro que se trasunta en el bochorno de Olivos, con un expresidente acosador, obsesivo y violento, según la descripción de Fabiola Yañez, que acorrala a los kirchneristas por más que quieran hacerse los desentendidos.
La violencia de género, el DNI no binario, el ministerio de la Mujer concentrado en los derechos del colectivo LGTB y, sobre todo, la eliminación del patriarcado, fueron banderas militantes de la era K. Alperovich, Espinoza y ahora el expresidente, se ocuparon de demostrar que, como se sospechaba, para el grueso de Unión por la Patria, era cosmética. El problema es que todos los temas que plantea la perspectiva de género son derechos de personas, en una época en la que el rol de la mujer no deja de avanzar y seguirá avanzando. Lo que quedó claro es que el kirchnerismo no lo expresa, sino que lo usa.
Los indicadores de pobreza que se generaron en estas dos décadas son la otra muestra inequívoca de que el estatismo anticapitalista dirigido por elites enriquecidas en el mismo período es el mejor camino hacia el pantano. No solo destruyeron la economía de los países, sino que pusieron en jaque al sistema democrático. Las polarizaciones son el síntoma y el golpe de Estado de Maduro, la señal categórica.
La falta de funcionarios capacitados y la partidización de la política exterior son dos rasgos decisivos de las administraciones desde 2003 a la fecha. No es solo Argentina ni es solo la violencia e irresponsabilidad de Alberto Fernández. Sin duda, el cambio de rumbo perentorio no se agota en lo que hagan Luis Caputo y Federico Sturzenegger.