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¿La próxima guerra de Israel?

Domingo, 18 de agosto de 2024 02:15
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Han pasado poco más de nueve meses después del ataque del grupo terrorista Hamas del 7 de octubre pasado, e Israel parece ahora más cerca que nunca de una segunda guerra -más extendida y peligrosa- con Hezbollah en la frontera norte con el Líbano y con otros grupos en otros frentes.

Los asesinatos del jefe del buró político de Hamas, Ismail Haniyeh en Teherán, sumada a la muerte de Fuad Shukr, jefe militar de Hezbollah asesinado con un ataque aéreo en Beirut (quizás, intentos desesperados por reinstalar la política de la disuasión); ha provocado la furia iraní y el llamado a que las milicias de Hezbollah ataquen a Israel "en profundidad". "(Después de ese ataque) esperamos que Hezbollah elija más objetivos y golpee en profundidad a Israel", expresaron los representantes de Irán ante Naciones Unidas.

Así, el mundo contiene la respiración. Un ataque masivo y directo de Irán hacia Israel, respaldado por sus "grupos proxy" en la región como Hezbollah en Libia, Hamas en Gaza; los hutíes en Yemen; y las milicias pro-iraníes de Siria e Irak; pondría a toda la región al borde de una guerra generalizada de un alcance y duración imprevisibles.

"Anillo de fuego"

Hace años que Israel prevé un escenario en el que Hamas pueda unirse con Hezbollah y con estos grupos "proxies" de Irán en un ataque multi frontal coordinado contra Israel. Qasem Soleimani, antiguo dirigente de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, fue un promotor activo de esta estrategia llamada "anillo de fuego"; la que implicaba armar y respaldar milicias, en su mayoría chiitas, en países como Irak, Líbano, Siria y Yemen, mientras estrechaba vínculos con Hamas en la Franja de Gaza. Su asesinato a manos de fuerzas americanas en 2020 puso a esta estrategia en suspenso, sin haberla desbaratado. A principios de 2023, Salah al-Arouri, un alto líder de Hamas que estrechó sus lazos con Hezbollah, la retomó bajo la consigna de "unir todos los frentes" contra Israel.

Según estimaciones de los servicios de inteligencia israelí, el arsenal de Hezbollah es más de siete veces mayor que el de Hamas e incluye armas letales; incluidos misiles balísticos que podrían alcanzar a Tel Aviv y a toda ciudad de Israel. Si estallara un conflicto a gran escala, Hezbollah podría lanzar hasta 3.000 cohetes y misiles por día; abrumando las defensas antimisiles de Israel. Israel, teniendo que concentrarse en defender su infraestructura crítica y sus bases militares, debería resguardar y mantener a su población civil en refugios antiaéreos durante prolongados lapsos. Todo esto configura un desafío que supera con creces cualquier cosa que Israel haya enfrentado antes. Y, como suele suceder en estos procesos sociales con alta tensión civil, las consecuencias internas, son imprevisibles.

¿Atacar o no atacar?

El 7 de octubre, mientras 255 israelíes era secuestrados y otros 1.200 eran asesinados por Hamas, Israel desplegó a toda velocidad tres divisiones israelíes en el norte, logrando que Hezbollah vacilara. Si Hezbollah hubiera actuado en ese momento, la situación podría haber resultado por completo distinta.

A decir verdad, el propio Irán y Hezbollah fueron tomados por sorpresa el 7 de octubre. Como fue confirmado más tarde, Yahya Sinwar, líder de Hamas en la Franja de Gaza, no había informado a Teherán ni a Beirut sobre sus planes. De haberlo hecho, es muy probable que sus mensajes hubieran sido interceptados; eliminando el elemento sorpresa del brutal ataque.

Ese día, el ejército también tomó otra decisión muy fuerte: ordenó la evacuación de todos los residentes israelíes que vivían a menos de tres millas de la frontera norte. Como resultado, unos 60.000 israelíes se convirtieron en refugiados dentro de su propio país. En el momento en que se emitió la orden, se asumió que sería temporal. Nadie pensó que, nueve meses más tarde, esas personas seguirían todavía desplazadas. En contrapartida, tan pronto como estos pueblos y aldeas en el norte de Israel fueron evacuados, Hezbollah las volvió inhabitables.

La situación en la frontera norte ha dejado al gobierno israelí envuelto en un dilema y, desde el ataque del 7 de octubre, ha encendido un intenso debate dentro del gobierno - y de la sociedad civil y militar israelí - sobre lanzar -o no- un ataque masivo y definitivo contra Hezbollah; plan que nunca queda descartado.

Varios dilemas espinosos

Hezbollah se estableció en el contexto de la primera invasión de Israel al Líbano en 1982; en lo que ahora se conoce como la Primera Guerra del Líbano. Para el año 2000, Hezbollah había logrado expulsar a los israelíes de su autoproclamada zona de seguridad en el sur del Líbano, forzando la retirada completa de las FDI ante la creciente preocupación pública israelí por las bajas militares. La guerra de 34 días que estalló en 2006 terminó en un raro empate que dejó a ambos lados descontentos; pero que también los dejó recelosos de la posibilidad de otra confrontación directa.

Hezbollah es mucho más sofisticado que Hamas. El FDI probablemente sea capaz de ganar la batalla en el sur del Líbano, pero al precio de un costo alto para sus propias fuerzas. Además, debería considerar riesgos en su frente interno, en especial en ciudades como Tel Aviv y Haifa, que de seguro serían atacadas y que podrían quedar devastadas con misiles que Hezbollah ha recibido de Irán.

Algunos políticos y generales israelíes sostienen que hay un camino intermedio: aumentar la presión militar sobre Hezbollah durante un tiempo hasta que Hezbollah, temiendo una guerra total en el Líbano, retroceda y se retire de la frontera. Pero esto podría ser un pensamiento ilusorio. En realidad, una vez que estos tipos de escalada comienzan, es difícil decidir quién "se acobarda y cede primero". Además, si, por ejemplo, Netanyahu decide atacar objetivos en Beirut, Hassan Nasrallah podría decidir responder atacando Tel Aviv; volviendo al escenario anterior. Y si el ataque lograra superar las defensas antimisiles de Israel, habría una presión enorme de toda la sociedad israelí para una guerra total.

Pero ambos lados son conscientes de la devastación que produciría una guerra a otra escala. Así, Hezbollah también enfrenta su propio dilema: equilibrar su necesidad de restablecer la disuasión contra Israel; mantener su credibilidad dentro del "eje de resistencia"; y evitar un conflicto a gran escala. La fragilidad del Líbano es extrema. La crisis económica, agravada por la explosión en el puerto de Beirut en 2020, ha llevado a un descontento público con la clase gobernante que ha desencadenado fuertes protestas contra la clase política y hasta contra el propio Hezbollah.

Si la situación escala y se desencadena un ataque por parte de cualquiera de los dos lados, ambos países experimentarán algo que nunca han encontrado antes: un daño sin precedentes a las poblaciones civiles y a la infraestructura nacional en ambos lados. Los ataques aéreos israelíes podrían causar una destrucción masiva a toda la infraestructura civil de propiedad estatal en el Líbano en pocos días; los misiles balísticos provistos por Irán podrían irrumpir el sistema de defensa israelí y destruir ciudades enteras. Y, peor, este escenario puede que no sea breve. Existe la posibilidad de que Hezbollah, con el aliento de Irán, intente una guerra de desgaste, esperando que esto lleve al colapso de Israel, como lo han imaginado los líderes más duros de Teherán.

Siguiendo la guerra en Ucrania desde lejos, muchos israelíes temen enfrentar un escenario similar: una guerra interminable, diseñada para agotar la voluntad y las capacidades del país, hasta sucumbir ante la presión externa. Por ejemplo, nunca imaginaron que, dado el ataque de Hamas a las comunidades israelíes el 7 de octubre, Israel se encontraría en los zapatos de Ucrania y que, al defenderse, sería tratado, por muchos países occidentales y por los medios internacionales, como Rusia; casi como un estado paria. Por su parte, el gobierno ruso se alegra de la prolongación de la guerra en Gaza, porque desvía la atención de Occidente y los recursos de Estados Unidos de su propia campaña en Ucrania. Interminable complejidad.

Por el momento, ambas partes continúan buscando restaurar la disuasión y pareciera que, de hecho, todos los actores involucrados en el conflicto -Israel, Hezbollah, Irán, el gobierno libanés y Estados Unidos- tienen cada uno su propia razón para tratar de evitar una guerra regional.

Pero, aún si todos los contendientes contuvieran el aliento, aún si la administración Biden lograra un acuerdo entre Israel y Hezbollah que incluya la retirada de las fuerzas de Hezbollah del área fronteriza, aún así, los líderes israelíes podrían encontrar muy difícil no responder ante el creciente deseo de gran parte de su población que desea terminar con la amenaza de Hezbollah de una vez por todas y para siempre; sin negociaciones ni concesión alguna. Si Israel sucumbiera a esta tentación sin saber cómo dar un golpe rápido, quirúrgico y efectivo; o sin una estrategia clara y firme sobre cómo limitar el alcance y la duración de la guerra y sus consecuencias; el resultado podría ser imprevisible y devastador para toda la región. Quizás hasta para el mundo.

 

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