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Dice Claudio Jacquelin en su nota "El preocupante regreso de la tensión y la violencia política", para La Nación: "una vez más, la Argentina transita por el vertiginoso vaivén entre el pasado que no se quiere ir y el presente que no se despeja, para reinstalar un inquietante clima de tensión política. Es el regreso de expresiones de intolerancia y violencia que ya se creían superadas". La realidad cotidiana respalda este implacable diagnóstico.
"No nos podemos dar el lujo de la dispersión y de las peleas intestinas, sólo estando juntos podemos ser fuertes, sólo siendo leales", dice el presidente de la Nación. Me pregunto qué quiere decir cuando dice "leales"; ¿leales a quién? ¿A la República? ¿Al partido? ¿O a él? No es una pregunta menor ni trivial. En un momento donde ocurrieron y se siguen planteando expulsiones de diputados y de senadores de los ya exiguos y diezmados bloques libertadores la pregunta, de nuevo, no es trivial. Tampoco caprichosa.
Los legisladores tienen todo el derecho del mundo de visitar a los presos que quieran. Presos que están donde están porque la justicia los condenó por los crímenes que cometieron. Ahora bien, que cierto grupo de dirigentes quiera visitar a personas condenadas por crímenes de lesa humanidad y que, desde allí, se pretenda construir cierto relato de inocencia, me parece perverso y preocupante. Y algo que atenta contra la unidad social. No es que el pasado no se quiera ir, sino, más bien, que nosotros no soltamos al pasado; no lo dejamos ir. En este contexto, que se reavive el tren fantasma de los muertos en vida y que reaparezca Mario Firmenich no hace más que ratificar esta interminable regresión sin fin.
La expulsión de la diputada que ostentaba - con orgullo - los patitos fuera de la cabeza (y nunca alineados, dentro de ella), desnuda la anarquía del partido oficialista. Otro tanto igual pasa en la Cámara Alta donde, con la expulsión de Francisco Paoltroni por sus reparos sobre el juez Lijo; y las declaraciones de Bartolomé Abdala respecto a la absurda cantidad de asesores que trabajan para él para su candidatura a gobernador de San Luis; se resquebraja el casi nulo bloque libertario. "La expresión 'bloque oficialista' para hablar de la bancada libertaria es un auténtico oxímoron", afirma Jacquelín, con razón.
Pero ¿qué otra cosa se podría esperar de un partido cuyo líder se declara "libertario anarcocapitalista"? La obediencia debida, el verticalismo y la sumisión; ¿no son valores en oposición a los que pregona el presidente? ¿O la anarquía se aplica para algunas ideas y a algunas personas y no a otras? ¿O él tiene el derecho de ser anarquista y al resto le cabe la obediencia ciega? Me cuesta contestar a cualquiera de estas preguntas. Claro. Cuando la consigna partidaria es una falacia, hacia abajo, se corroe toda racionalidad. "El delito de pensamiento no significa la muerte; el delito de pensar ES la muerte"; afirma George Orwell en "1984". Al menos la muerte política; parece ser el caso en esta nuestra pobre y golpeada realidad.
La no-libertad de prensa
La libertad de prensa, ¿no es una libertad tan valiosa como todas las otras? ¿Desde qué lugar el presidente de la Nación busca limitarla o constreñirla? ¿Desde qué lugar el presidente de la Nación puede poner límites a lo que la prensa -y la sociedad-, quieren o necesitan o desean saber de él; de sus ministros; de su séquito de acólitos y aportantes; o de su actividad oficial? Es compleja la idea de vida privada para funcionarios públicos; los límites son difusos. Y los cambios propuestos a la ley de acceso a la información pública que permitiría a los funcionarios negar el acceso a los datos requeridos son inconstitucionales; además de arbitrarios y peligrosos.
Resulta llamativo que, en la misma semana donde nos refrescaron en forma incansable con videos de discursos donde el gobierno anterior -decadente; cínico; enfermo y moralmente corrompido hasta la médula- se autodefinía "un gobierno de científicos"; ahora tenemos un gobierno que no le tiembla la voz para proclamarse el "mejor gobierno de la historia argentina", según la autoevaluación del propio presidente en la cumbre hispano-argentina de la nueva derecha, realizada en el renombrado "Palacio de la Libertad".
"Palacio de la Libertad". Orwell imaginó la instauración del «Neohabla», lengua que suplantaría al «Viejohabla». Nuevahabla: libertad; viejahabla: casta. La lógica polarizadora amigo-enemigo como herramienta basal de construcción política. La denostación de todo adversario y todo pensamiento distinto al convertirlo en enemigo del pueblo; del progreso; de la verdad. En este contexto, no sorprenden -aunque no por eso deban ser aceptadas ni naturalizadas-, expresiones como las enunciadas por el presidente en ese mismo foro, calificando de "ratas inmundas, fracasadas y liliputienses domésticas" a todos aquellos que lo contradicen. "En última instancia, el concepto integral de «lo bueno» y de «lo malo» se reducirá a seis palabras, o mejor dicho, a una sola", otra vez, Orwel. De nuevo, "1984". Quizás nosotros necesitemos sólo cuatro: "Viva la libertad, carajo". Ojalá esté equivocado. Pero esto va demasiado rápido. Creo que deberíamos prestar más atención a todo.
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