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Todo sistema público de salud es una cuerda tendida entre la medicina asistencial y la medicina sanitaria o preventiva. Construir un hospital en el fondo de un barranco para asistir a la gente que en él se despeña, implica realizar medicina asistencial (por no decir socorrista). Si en cambio se colocan barandas, o alguien advierte a los transeúntes que pueden despeñarse, se hace medicina sanitaria o preventiva. Asimismo, crear un barranco para justificar la creación de soluciones que eviten el despeñamiento es una empresa tan artera y estúpida como la que vivimos.
Pregunta y respuesta se unieron en un solo ser: el hombre de ciencia, pero la pregunta no dejó por eso de tener una enorme importancia disciplinaria e intelectual; gran parte de la cultura se basa en saber qué es lo que hay que preguntar, y tales preguntas parten de la observación. Así las respuestas a tales preguntas darán información para el dominio de una ajustada técnica, acto primordial de toda obra que tenga base o intención científica, cultural, social o política. Lo contrario es lo conocido con el nombre de improvisación, excentricidad o capricho.
Países tan poco planificados y estratificados como el nuestro son propensos a la creación de instituciones que no responden a una necesidad concreta, sino más bien a los arbitrios de un hombre singular que tiene ánimos, medios o relaciones para concretarla. Gigantescos edificios, fastuosos proyectos hospitalarios, novedosas unidades asistenciales etc., surgen sin coherencia reguladora, aunque regidos por los intereses, como toda gran obra, de algún político o empresario influyente, lo que conduce a preguntarse: ¿Qué relación guarda el significado real de esa obra con la realidad sanitaria del medio? Como respuesta a tal pregunta pueden barajarse azarosas explicaciones: criterio personalista, concepto capitalino o centralista, devoción a las grandes realizaciones aparentes, deliberada prescindencia de indicadores que revelan la realidad sanitaria. En otras palabras: ausencia de planificación.
Sin embargo, es la fascinación de nuestros países sudamericanos, ante los esplendentes avances científicos tecnológicos del primer mundo, la expresión cabal de un innegable paradigma aspiracional. Y mientras la emulación por parte del subdesarrollo se afana en replicar aspectos deslumbrantes del asistencialismo, descuida aquellos otros menesteres de la medicina profiláctica o preventiva que son callados, humildes y sin proscenio, desconociendo la imperiosa necesidad de coexistencia entre ambas.
Para comprender la evolución de aquellos modelos señeros de salud es preciso entender que su determinación está marcada por un largo proceso histórico y cultural en donde la cuantificación y caracterización de la realidad sanitaria contribuyó al auge de la bioestadística, la epidemiología y el uso de indicadores como herramientas indispensables para la planificación en salud. Sin ese conocimiento previo, todo cuanto se haga deriva en caprichosa y estéril burocracia. Asimismo, surge un concepto que hoy constituye un principio insoslayable del sanitarismo, la prevención. Es decir que aquellos modelos sanitarios que hoy se erigen como referencia, supieron entender que a toda gestión la comanda un orden de prioridades y que su objeto es trasponer problemáticas que deben ser satisfechas ordenadamente.
Por ello está claro que mientras la medicina preventiva no rinda su total eficacia (que nunca será total ni absoluta) lamentablemente la medicina asistencial es del todo necesaria, conllevando a incrementar ostensiblemente los costos destinados a la gestión en salud y lo que es peor, agravando la morbimortalidad de las poblaciones.
Así podríamos plantear la siguiente paradoja: países que pudieron hacer grandes hospitales y no los han hecho es por estar ocupados en la obra lenta e imperceptible de la profilaxis y la sanidad. Por el contrario, aquellos que exhiben enormes edificios atestados de luminarias y ventanales espejados, simplemente están desfasados con su realidad social y sanitaria; es decir, se han complacido en ello sin hacer lo demás. Dan la lastimosa impresión de priorizar lo aparente en desmedro de lo esencial, connotación que trasluce el complejo vergonzante de una sociedad o país en trance de realización.
Por ello, para dar el paso hacia una política médica y sanitaria "de ojos abiertos" y si es que se quiere dotar al médico de una adecuada disposición pragmática, nuestras carreras sanitarias deben apoyarse en la epidemiología, en una bioestadística seria, ya que ellas pueden indicar claro derrotero y señalar cuáles tópicos, problemas o enfoques necesitan especial énfasis, y aun qué es lo que deben enseñar con particular empeño y entrenamiento las distintas facultades de cada región de la república. Se trata de un trabajo largo, lento y prolijo, pero tampoco puede discutirse que se trata de un trabajo previo sin el cual seguiremos estando como estamos.
Como diría el Dr. Florencio Escardó, es imperativo reorientar nuestro sistema de salud hacia un nuevo enfoque de una medicina integrada que hable de una persona sana en una sociedad sana. ¿Cómo esta integración de la medicina y de la profesión médica puede ser alcanzada para evitar que teorías económicas y políticas destruyan el estado de cosas que aspiran a lograr? Solo es posible desde la prevención; prevención de lo que puede suceder y por qué puede suceder, y para poder hacer prevención esencialmente hay que educar al soberano. Caso contrario, la enfermedad como la ignorancia serán el mero recurso y oportunidad de mercaderes.