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Hacia un nuevo punto de partida

Domingo, 12 de octubre de 2025 01:44
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Como en los viejos parques de diversiones, la política argentina experimenta hoy los altibajos de la montaña rusa. Ese vértigo comenzó el 7 de septiembre con un "cisne negro" que fue la derrota del oficialismo en las elecciones de la provincia de Buenos Aires por una diferencia abismal que superó el margen anticipado por las encuestas y fue más allá de las previsiones más optimistas de los dirigentes del "kirchnerismo" bonaerense.

El impacto de esa derrota, visualizada como un plebiscito sobre la gestión presidencial, y su repercusión en el mercado financiero, con el aumento del riesgo país y la presión sobre el precio del dólar, habilitó expectativas desmesuradas que incluyeron versiones sobre la convocatoria a una Asamblea Legislativa.

En esas circunstancias, como en esas viejas películas del Oeste americano en que, cuando la fortaleza asediada por los indígenas estaba al borde de caer, aparecía al galope el Séptimo Regimiento de Caballería que daba vuelta el resultado de la batalla, quince días después de la derrota del gobierno en la elección bonaerense emergió el respaldo de Estados Unidos.

El impacto de la entrevista de Milei con Trump en Nueva York, sumado a su tweet en apoyo a la reelección presidencial —un gesto único en la historia de las relaciones bilaterales— y al anuncio de que su gobierno no abandonaría a su suerte a la Argentina, produjo una reversión de las expectativas negativas de los actores económicos.

Este apoyo de Trump no fue nada parecido a un rayo caído en una noche estrellada. Estados Unidos, con Trump, promueve una reconfiguración del sistema de poder mundial basada en su supremacía tecnológica, especialmente en el desarrollo de la inteligencia artificial.

El giro en el alineamiento internacional de la Argentina impulsado por Milei lo convirtió en el principal aliado de Trump en América Latina. Ese alineamiento permite interpretar la actitud de Trump no como un gesto personal, sino como una necesidad de su estrategia geopolítica.

Pero la montaña rusa siguió su recorrido. Pasado el efecto inicial del respaldo de Trump, la evolución negativa del escenario político para el gobierno, manifestada en la incertidumbre sobre los resultados electorales de octubre, sus derrotas en el Congreso Nacional y sus efectos en la opinión pública, volvieron a colocar a Milei de frente ante el abismo.

Ante la nueva emergencia volvió a exhibirse el apoyo de Estados Unidos, patentizado en el anuncio de otra reunión entre Trump y Milei a pocos días de las elecciones y en el viaje de Nicolás Caputo para acordar la instrumentación del apoyo financiero, que fueron la confirmación de ese respaldo.

Ese viaje de Caputo y los espectaculares anuncios posteriores, reforzados por el segundo encuentro de Milei con Trump, disiparon el nuevo frente de tormenta y ratificaron que, si para el presidente estadounidense ese aval representaba un imperativo en su estrategia regional, para el gobierno argentino es una condición de supervivencia.

La decisión de Trump garantiza el pago de los vencimientos de la deuda pública de 2026, un objetivo de imposible cumplimiento con una tasa de riesgo país que tornaba impensable el acceso al mercado voluntario de deuda, pero que a partir de la concreción de esta asistencia financiera pasa a convertirse en una hipótesis altamente probable en el corto plazo.

Puede decirse entonces que, luego de la derrota electoral en Buenos Aires, la gobernabilidad de la Argentina fue producto de dos reuniones entre Milei y Trump en apenas tres semanas, separadas por un urgente viaje de Caputo a Washington.

No es la primera vez que Trump acude en auxilio de la Argentina. En 2018 hizo que el FMI aprobase un préstamo de 46.000 millones de dólares —el más grande de su historia— al gobierno de Mauricio Macri. En esa oportunidad, Macri confió a sus colaboradores que Trump le había dicho: "Vos ocupate de ganar las elecciones, del resto de tus problemas me ocupo yo".

Corresponde destacar un punto obscurecido en el examen de la coyuntura: la íntima relación entre la política y la economía. Suele eludirse una definición de ese dilema acudiendo al aforismo del huevo y la gallina, pero no es así: ninguna construcción política puede sobrevivir a largo plazo a las deficiencias de su programa económico, pero ningún programa económico puede ni siquiera arrancar sin una base de sustentación política.

La historia argentina ofrece sobrados ejemplos de este hecho. De allí que en todos sus diálogos con funcionarios estadounidenses, los representantes oficiales hayan recibido la recomendación de la necesidad de una apertura política que habilite negociaciones con sectores de la oposición que permitan sobrellevar el impacto inflacionario de la liberación del mercado de cambios, condición ineludible para el cumplimiento de la meta de acumulación de reservas monetarias del Banco Central comprometida en el acuerdo con el FMI, y para avanzar en el camino de las reformas estructurales pendientes.

El gobierno de Milei llegó hasta donde llegó por contar con una inequívoca legitimidad de origen y un apoyo de la opinión pública fundado en su éxito en la lucha contra la inflación. En la medida en que la inflación se fue reduciendo, empezaron a emerger las múltiples demandas insatisfechas de la sociedad, manifestadas en el terreno de la microeconomía.

El resultado fue que ese respaldo disminuyó paulatinamente, en paralelo a la irrupción de un incipiente estado de disconformidad, exhibido en la caída en el índice de confianza en el gobierno elaborado por la Universidad Torcuato Di Tella, en un viraje que se canalizó el 7 de septiembre en las urnas.

Las protestas sobre los ingresos de los jubilados, el presupuesto universitario, los fondos para la atención de la discapacidad y el conflicto del Hospital Garrahan, unidas a las denuncias de corrupción iniciadas en febrero con el "caso Libra", continuadas con el "caso Spagnuolo" y profundizadas con "el caso Espert", patentizaron ese deslizamiento en la opinión pública, que en el electorado del PRO se trasuntó en una crítica a los "modos" presidenciales.

La siguiente estación de este recorrido es la elección del 26 de octubre. El escenario electoral constituye una cabal descripción del estado del sistema político, marcado por una bipolaridad signada por una estructura política nacional —La Libertad Avanza— que compite con un archipiélago de fuerzas con arraigo territorial, pero sin una expresión unificadora.

La Argentina afronta hoy dos situaciones inéditas. La Libertad Avanza, en minoría parlamentaria, no gobierna ninguna provincia. A su vez, ninguno de los gobernadores reconoce un liderazgo nacional. No existe antecedente de casos semejantes desde la sanción de la Constitución de 1853.

En materia de resultados, todo preanuncia una paridad que el domingo 26 quedará exhibida en las planillas del Ministerio del Interior, que mostrarán una relativa cercanía entre el oficialismo —que será derrotado en Buenos Aires y la mayoría de las provincias— y Fuerza Patria, que está atravesada por la puja entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner y la vocación autonómica de sus gobernadores y líderes territoriales, por lo que no cabría caracterizarla como una expresión de carácter verdaderamente nacional.

En ese contexto, puede registrarse otro episodio inédito: una elección en la que la mayoría de sus protagonistas celebren su victoria. Milei podría reivindicar que La Libertad Avanza fue la fuerza con mayor número de votos a nivel nacional. Kicillof haría mérito de su triunfo en la provincia de Buenos Aires. Esa actitud sería imitada por la mayoría de los gobernadores. Hasta la propia Cristina Kirchner podría asociarse al triunfo de Buenos Aires y proclamar que el gobierno de Milei habría sido rechazado por una amplia mayoría de los argentinos.

El balance determinará el posicionamiento de los distintos protagonistas de la nueva etapa y obligará al gobierno a seguir la recomendación de Estados Unidos de forjar los consensos que le permitan sortear las dificultades inmediatas y transitar la segunda parte del mandato.

De la capacidad de iniciativa de Milei y la voluntad política de los demás actores —en especial de los gobernadores— dependerá la fisonomía de la reconfiguración del sistema político, cuyo inicio está establecido para el lunes 27 de octubre, una fecha que será aún más relevante que el domingo 26.

—Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico


 

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