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La localidad de Tres Morros es un pequeño paraje a orillas de las Salinas Grandes, una extensa superficie salina compartida por Salta y Jujuy en la Puna septentrional. Pertenece al departamento de Tumbaya y el caserío se encuentra a orillas de la salina en su margen oriental. Se puede acceder desde Salta vía San Antonio de los Cobres o bien desde Jujuy, vía Purmamarca, por la ruta a Jama.
El topónimo hace alusión a sus tres pequeños cerritos. En el lugar quedan los restos de una antigua iglesia y casas de adobe de viejos campamentos mineros. A fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX fue uno de los centros neurálgicos para la producción de boratos que eran extraídos desde las salinas vecinas. En la década de 1980, junto al historiador y periodista Roberto G. Vitry (1933-2021), realizamos un viaje a la Puna para visitar y entrevistar a algunos viejos protagonistas de la historia de la minería. Uno de los destinos era Tres Morros donde aún vivía un personaje emblemático de la epopeya minera. Se trataba de don Esperidión Córdoba, un anciano que había nacido allí a fines del siglo XIX y allí vivió hasta los 98 años. Esperidión era un hombre bajo y fornido, con la piel andina arrugada por miles de horas de sol y desierto. Había visto pasar el siglo desde su legendario Tres Morros. Vitry le hizo una larga nota que lamentablemente se perdió sin haber sido publicada. Esperidión era un buen anfitrión y nos recibió en su humilde morada de viejo amparador minero. Los amparadores eran las personas encargadas de cuidar y proteger los campamentos mineros cuando la actividad se ralentizaba o paralizaba por la fluctuación cíclica de los precios del mercado. Había vivido momentos de esplendor económico y otros de penurias. Pero había seguido allí fiel a sus mandatos ayudado con su pequeña economía doméstica de pastor de cabras y ovejas.
Salió a recibirnos y nos extendió la mano con firmeza. Nos hizo sentar a la mesa y pidió permiso para ausentarse unos minutos. Volvió luciendo un antiguo sombrero de explorador inglés del siglo XIX, un salacot legítimo color caqui, de corcho y forrado en tela, que le habían obsequiado muchas décadas antes. Estaba orgulloso de poder lucir esa prenda ante nosotros. Probablemente se llamaría Esperidión por haber nacido un 14 de diciembre, fecha en que se venera a dicho santo, chipriota, ortodoxo y patrón de los alfareros. Era muy común en la Puna que los niños recibieran el nombre del santo de su día de nacimiento y así cumpleaños y onomástico coincidían.
Un par de horas duró aquella entrevista en lo de don Esperidión Córdoba en Tres Morros. Él había sido desde niño testigo presencial de las explotaciones de boratos en las Salinas Grandes. Y también de los panes de sal que se cortaban sobre la costra reseca y se cargaban a lomo de animales para llevarlos a los lugares de consumo.
Tierras de sal y capacochas
La explotación de la sal es allí una actividad minera milenaria. Los boratos comenzaron a explotarse a finales de la década de 1870. Ambos recursos mineros constituyeron la principal actividad económica de la región. Salinas Grandes es dueña de una larga historia en cuanto a la presencia del hombre. Se han encontrado puntas de proyectil "cola de pescado" de los primeros cazadores recolectores que ingresaron a fines del Pleistoceno, entre 12 y 10 mil años atrás, en busca de los últimos mamíferos de la megafauna cuaternaria. También otros objetos de la antigua industria lítica.
Se han encontrado "capacochas", ofrendas humanas de los incas, en el interior de la salina. Uno de los topónimos es, precisamente, Niño Muerto.
Fue ruta de los conquistadores que se dirigieron desde el Perú y cruzando la salina alcanzaron el Valle Calchaquí luego de sortear el Nevado de Acay. Una de las referencias notables más antiguas se encuentra en la carta que el gobernador de Tucumán Alonso de Ribera le envió al rey de España para describir las salinas de su vasto territorio. Dice Ribera: "…12 leguas de Lerma, valle de Salta, hay muy grandes salinas en la superficie que se camina por ellas que es donde sacan sal (y) se vuelve a emparejar y hay muchas leguas que corren estas salinas hacia los Lipes y comúnmente se nombran las salinas de Casavindo". La sal era crucial en la alimentación humana y animal, así como en la metalurgia de la plata. No se sabe con certeza cuando se descubrieron sus ricos depósitos de borato. Pero ya a fines del siglo XIX se registran explotaciones por parte de la Compañía Internacional de Boratos de origen belga.
Recuerdos de Esperidión
Son los tiempos en que señoreaba por allí la bella Annie Mulryan O'Neil una "joven norteamericana de energía inusitada" como la describe el arqueólogo sueco Eric Boman. A caballo, vestida de cowboy, armada, manejaba 300 personas que trabajaban en la región.
Esperidión era un testigo vivo de todo lo que había pasado en la explotación de boratos de Tres Morros desde las primeras décadas del siglo XX. Recordaba cómo se explotaba el borato común (ulexita) en el interior de la salina, su transporte hasta las canchaminas a las orillas del salar, la implementación en alguna época de las vías Decauville -un sistema de rieles y vagonetas que cargaban el borato húmedo-, su secado al sol y su horquillado para separar el material más puro y eliminar las impurezas de arenas y arcillas, entre otras etapas de la vieja minería artesanal. Pero recordaba también los hornos de calcinación que se habían montado en el lugar para aprovechar la escasa vegetación de tolas, yaretas y otras plantas combustibles y así lograr un producto de mayor ley en anhídrido bórico.
Recordaba, asimismo, con una memoria admirable, los corrales con cientos de mulas que transportaban el mineral desde Tres Morros por la vieja Abra de Pives, hoy abandonada en virtud de la nueva Abra de Lipán. El Abra de Pives era un poco más baja y por allí se bajaba hasta Huachichocana y Purmamarca hasta alcanzar la punta de tren. El borato era ingresado en el ferrocarril para llevarlo al puerto de Buenos Aires donde se embarcaba con destino a Europa, especialmente Hamburgo.
Las enormes recuas de mulas se movían, e iban y venían a lo largo de la Quebrada de Purmamarca, desde la estación ferroviaria hasta el centro de producción en Tres Morros. Los troperos eran además los encargados de llevar víveres, mercaderías, correspondencia y otros artículos a los campamentos mineros de la Puna. Hacia la década de 1950 empezó a funcionar la empresa Boroquímica Samicaf de capitales ingleses. Esperidión siguió a cargo de esos campamentos como lo venía haciendo desde un tiempo anterior.
Hijos de la montaña
En el ínterin, sus hijos comenzaron a ganar responsabilidades dentro de la misma empresa. Entre ellos, Dionisio Córdoba, Simón Córdoba e Idelfonso Córdoba, en las décadas de 1950 a 1980. Idelfonso Córdoba (1937-2021) había sido minero en la Puna y más tarde cumplía tareas administrativas en las oficinas de Boroquímica en Campo Quijano y estaba a cargo de la comunicación radial.
En aquellos años la radio era el único medio de comunicación y había horarios fijos y establecidos a primera hora de la mañana, al mediodía y a última hora de la tarde. Se trabajaba en la frecuencia que la empresa tenía asignada y la comunicación era con los distintos campamentos mineros de la Puna. Entre ellos la mina de bórax Tincalayu como principal centro de operaciones, además de Sijes en el salar de Pastos Grandes y Olacapato.
Doña Damiana
Tincalayu era entonces un campamento minero con 500 personas en mina, planta, talleres, escuela, centro médico, centro policial y otras dependencias. La histórica peregrina del Milagro, doña Damiana Luzco, lució orgullosa su chaleco de Mina Tincalayu al ingresar a la catedral a saludar al gobernador y al obispo en las fiestas patronales de septiembre de 2025. Los movimientos de camiones y camionetas, el traslado de mercaderías y cargas, las cuestiones meteorológicas, todo se manejaba con esos partes diarios radiales. Idelfonso era un caballero educado, puntual y eficiente, discreto y jamás faltaba al trabajo y a sus obligaciones. Su hija Gladys Córdoba asumió más tarde responsabilidades en la empresa. Al jubilarse, Idelfonso regresó a su añorado Tres Morros y allí estuvo muchos años dedicado a la cría de animales y la vida de campo que había tenido desde niño al lado de su padre don Esperidión. En mis exploraciones geológicas y mineras por la Puna pasé a saludarlo un par de veces hasta que recibí la noticia de que había fallecido.
Dionisio, otro de los hermanos Córdoba, fue durante muchos años el amparador de las instalaciones de Boroquímica en Olacapato. Esas instalaciones fueron estratégicas en la época en que se explotaban los yacimientos de boratos del salar de Cauchari en las minas Porvenir y Siberia, entre otras.
Olacapato fue siempre un nudo comunicacional ferroviario y carretero hacia Chile y la Puna austral. Hoy se distingue, además, por sus parques fotovoltaicos. La vieja figura de Dionisio Córdoba sigue en el recuerdo de sus habitantes. Simón Córdoba se desempeñó por muchos años como jefe de personal de Boroquímica en Campo Quijano.
Esperidión Córdoba fue el patriarca de una legendaria familia minera de la Puna en un tiempo donde las duras condiciones naturales eran potenciadas por la falta de todo tipo de infraestructura y mucho antes del surgimiento de la nueva y moderna minería.