inicia sesión o regístrate.
Cada ciudad tiene sus héroes anónimos. Gente que no sale en las fotos oficiales, ni corta cintas, ni aparece en las ceremonias. En la ciudad de Salta, uno de ellos fue Jorge Renta, un contador público que encontró en el cerro San Bernardo no solo un espacio para hacer deporte, sino también un escenario para su compromiso más profundo: el cuidado del medio ambiente.
Quienes lo cruzaban temprano, subiendo por las escalinatas del cerro, sabían reconocerlo. No solo por su paso firme o su look deportivo, sino por ese bastón con una pinza en la punta que trajo de Estados Unidos, una herramienta que parecía inventada especialmente para su causa. Con ella recogía botellas, papeles, bolsas y todo tipo de desechos que otros dejaban atrás.
Jorge era de esos que corrían con propósito. Mientras muchos buscaban la cima para tomarse una selfie con la ciudad de fondo, él miraba hacia el suelo, atento a cada resto de plástico o envoltorio abandonado. Y lo hacía sin que nadie se lo pidiera, sin esperar nada a cambio. Simplemente porque no soportaba ver el cerro -ese pulmón verde que abraza a la ciudad- convertido en un basural al paso.
Su rutina era casi religiosa. Lunes, miércoles y viernes subía, transpiraba, saludaba a los conocidos, y bajaba con las bolsas llenas. Las dejaba ordenadas en los puntos de recolección. Un gesto pequeño, pero gigante a la vez. Así fue como, poco a poco, su figura se volvió familiar para los caminantes, los ciclistas y los deportistas que frecuentan el San Bernardo.
Más de uno se animó a imitarlo, otros simplemente lo saludaban con admiración. “Ahí va el señor que limpia el cerro”, decían. “Ese es Jorge”, respondían los vecinos, con orgullo.
El suyo no era un activismo de redes sociales ni de pancartas. Era el de la acción concreta, el de la mano que recoge lo que otros tiran. El de la responsabilidad ciudadana convertida en costumbre, en un hábito.
Un reconocimiento de su ciudad
En 2015 y luego que el diario El Tribuno diera a conocer su historia, el Concejo Deliberante de Salta le entregó un reconocimiento por su compromiso ambiental. Fue una de las pocas veces en que su nombre ocupó un titular, pero él mismo lo tomó con humildad. Agradeció, sonrió, y al día siguiente volvió al cerro, como siempre, con su bastón y su bolsa.
Su reciente desaparición física deja un vacío enorme, no solo entre familiares y amigos, sino también entre quienes, sin conocerlo personalmente, se inspiraban con su ejemplo. Porque la historia de Jorge enseña que el cambio ambiental no empieza en los grandes discursos, sino en los gestos diarios.
Quizás mañana, cuando alguien suba las escalinatas del San Bernardo y vea un papel tirado, recuerde a ese hombre atlético, amable y sereno que un día decidió limpiar el cerro con sus propias manos. Y tal vez, por un instante, se agache, levante ese papel y siga caminando.
Jorge Renta fue precisamente eso, una lección viviente de amor por la naturaleza y respeto por la ciudad. Su paso por el cerro dejó una huella que no se borra, como esas marcas suaves que dejan las zapatillas sobre la tierra. Solo que la suya no fue en el suelo, sino de conciencia.