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Cuando se habla del "primer mundo", solemos imaginar sociedades donde la educación es un derecho garantizado, sólido y universal, un terreno fértil donde ningún niño queda atrás. Sin embargo, recientes estudios desmienten esa ilusión. Un informe publicado en España por EsadeEcPol advierte que cada vez más niños llegan a la escuela con hambre, con padres de bajo nivel educativo, con hogares sin libros y en ambientes donde la precariedad condiciona su futuro. Francia atraviesa un panorama similar: muchos alumnos están subalimentados, lo que se traduce en bajo rendimiento en matemáticas, ciencias y comprensión lectora. Es decir, incluso en países con recursos y sistemas avanzados, la desigualdad y la pobreza erosionan la promesa de igualdad educativa. (*)
Los niños no son más tontos: son más pobres. Y en esa sentencia se encierra una verdad incómoda: la educación no fracasa porque los alumnos carezcan de capacidad, sino porque las condiciones sociales no les permiten desplegarla. La nutrición deficiente, la falta de estímulos culturales en el hogar, la ausencia de un entorno seguro y motivador, son obstáculos tan decisivos como invisibles.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando miramos hacia la Argentina? Nuestro país arrastra, desde hace décadas, una crisis educativa que se entrelaza con la desigualdad estructural. La comparación con Europa no sirve para consuelo —"allá también están mal"—, sino para advertir que la raíz del problema es global y se agrava en contextos como el nuestro, donde la pobreza infantil alcanza niveles alarmantes.
Libros
En España se señala la falta de libros en los hogares como un factor determinante. Aquí, considerando la pobreza estructural, seis de cada diez chicos viven en la pobreza, y en muchos hogares la prioridad no es comprar un libro, sino llevar un plato de comida a la mesa. Si en países ricos el hambre ya condiciona el aprendizaje, imaginemos su impacto en la Argentina, donde lel acceso a una alimentación adecuada se convierte en un privilegio.
Otro paralelismo es el del abandono escolar. En Europa se advierte que los estudiantes de contextos vulnerables repiten de grado con mayor frecuencia y luego abandonan. En nuestro país, la repetición también persiste como herencia de un sistema rígido, que suele castigar en lugar de acompañar. No es casual que muchos adolescentes terminen desertando, empujados por la necesidad de trabajar o por la falta de motivación en una escuela que no siempre logra contenerlos ni adaptarse a sus realidades.
El informe europeo también alerta sobre el ruido en las aulas, el acoso escolar y la falta de sentido de pertenencia. Aquí no estamos exentos de esas problemáticas: la violencia escolar, el bullying y la crisis de autoridad docente son parte del debate cotidiano. En barrios vulnerables, además, la escuela enfrenta desafíos extra: competir contra la calle, la droga o la desesperanza.
El espejo europeo nos muestra que la crisis educativa no es patrimonio exclusivo de los países en desarrollo. Sin embargo, en Argentina esas tensiones se agravan por la fragilidad económica y la debilidad institucional.
Qué hacer
La pregunta inevitable es: ¿qué hacer? En Europa, algunos especialistas proponen reforzar la alimentación escolar, estimular la lectura en casa y dar mayor apoyo a los estudiantes en riesgo. En nuestro país, esas medidas son urgentes, pero no suficientes si no se enfrentan las causas profundas: la pobreza estructural, la precariedad laboral de las familias, la falta de inversión sostenida en educación. La escuela sola no puede resolver lo que la sociedad en su conjunto no asume.
El desafío, entonces, es pensar la educación como un proyecto nacional, no como un parche electoral. Si en España y Francia, con más recursos, se encienden luces rojas, la Argentina debería entender que la urgencia es doble. La igualdad educativa empieza mucho antes de que suene el timbre del aula: comienza en la mesa familiar, en el acceso a libros, en el acompañamiento de los adultos, en el compromiso político por un país donde aprender sea realmente posible.
El problema es global, pero la responsabilidad es local. Y mientras en el primer mundo reconocen que la pobreza también educa - o más bien, deseduca -, en Argentina tenemos la oportunidad de escuchar la advertencia y actuar en consecuencia. Porque el futuro de nuestros chicos, y el del país, se juega en esas aulas donde hoy, más que nunca, se necesitan pan, libros y esperanza.
* En España, la pobreza infantil llega 29,2% y el riesgo alcanza el 34,6% de los menores. La línea de la pobreza por ingreso anual es la de 11.584 euros por persona o de 24.327 euros anuales por familia.
* En Francia el umbral de pobreza individual es de 15.334 € anuales y para una familia tipo, de 32.202 € anuales. El país ocupa el último lugar en Europa en conocimientos de matemáticas.
* En la Argentina, el umbral de la pobreza por ingresos oscila entre 3.500 euros, que, en pesos, equivale a $5.831.000 anuales. Y tomando en consideración la pobreza estructural, el 60% de los niños y adolescentes viven en un ambiente de precariedad.