inicia sesión o regístrate.
La ratificación de confianza del electorado a Javier Milei no es un cheque en blanco. Lo aconsejable para un presidente en esta situación sería que tenga en cuenta la fragilidad de la política argentina. De esa fragilidad, él no está a salvo.
Y también es bueno tener en cuenta que él se encuentra ante una oportunidad única y si sabe aprovecharla, puede llevarlo a la historia y, además, beneficiaría a los argentinos, que no sueñan con ser una potencia mundial, una vieja quimera, sino que quieren vivir mejor, en un país que les permita tener casa, trabajo, educación y una salud accesible y garantizada en hospitales públicos y privados.
Juego de tronos
La política no debería ser un "juego de tronos". Hoy, los dos polos que compiten en el escenario político no muestran predisposición a entenderlo, porque se enfrascan en batallas egocéntricas por el poder.
La reacción de Cristina Kirchner contra Axel Kicillof es un ejemplo elocuente. La experiencia en el poder debió haberle enseñado que el sueño de un nepotismo hereditario no es compatible con la democracia y no se sostiene en el tiempo.
En el juego de tronos, la gente queda a un costado. Solo se la tiene en cuenta para un voto, que no garantiza fidelidad para dentro de dos años.
El problema que se plantea ahora es si Javier Milei sigue creyendo que el superávit fiscal es la fórmula sagrada del desarrollo.
Milei arriesgó mucho en la primera mitad de su gobierno y aplicó un régimen de ajuste que no es, precisamente popular, pero bajó la inflación. Un logro importante. Y también desarticuló el negocio de los gerentes piqueteros, que desaparecieron de las calles.
Esa disciplina fiscal estuvo ausente en el kirchnerismo, que cosechó en tiempo de vacas gordas, pero fue incapaz de generar trabajo genuino, simplemente, porque optó por ahuyentar inversiones. El balance quedó a la vista en el declive del gobierno de Cristina Kirchner y Alberto Fernández, que arrastró también a Sergio Massa.
El futuro inmediato
El problema que se plantea ahora es si Milei sigue creyendo que el superávit fiscal es la fórmula sagrada del desarrollo. En primer lugar, hay que ver si sigue pensando que el Estado es una cueva de corrupción. En todo caso, los escándalos de su propio gobierno demostraron que lo que falla no es el Estado sino las personas.
El ajuste que clausura la obra pública no es ahorro, es decadencia. Porque obra pública no es un bien suntuario. Es sinónimo de infraestructura, multiplicación del empleo y de las diversas actividades económicas y productivas.
Ese es el gran desafío para el presidente. No solo moderar los malos modales ni dejar de descalificar a todos los que deben ser sus interlocutores. La política no es un Excel. Es la construcción constante de una sociedad. Y una sociedad no se construye atacando a la Universidad, la investigación científica, a los hospitales más prestigiosos ni tampoco a la oposición. A decir verdad, tampoco se construye cooptando esas instituciones, como lo entiende el kirchnerismo.
El ajuste que clausura la obra pública no es ahorro, es decadencia. Porque obra pública es sinónimo de infraestructura, empleo y de producción.
El país tiene que resolver una decadencia endémica. La excelente reacción de los mercados, esta semana, y el descenso del riesgo país son circunstanciales. Sin la reconstrucción de las instituciones, nunca vamos a tener un país que inspire seguridad jurídica, a los inversores externos, pero también a los empresarios del país, ya los jóvenes que prefieren buscar su futuro en el extranjero.
Poder e idoneidad
Javier Milei ha resuelto cambios en el Gabinete. Guillermo Francos, la figura política más experimentada y diplomática, y la que permitió acuerdos esenciales con la oposición, es reemplazado por Manuel Adorni, un vocero que, hasta ahora, demostró ser todo lo contrario. Si realmente esa decisión supone un empoderamiento para Karina Milei, el presidente debería recordar que el nepotismo nunca es bueno.
Querer aferrarse al modelo de un triángulo de poder, con Javier, Karina y Santiago Caputo (un triángulo aparentemente fracturado), sería más de lo mismo.
En esta nueva etapa, ni las designaciones ni los desplazamientos deberían ser arbitrarios ni descalificatorios como ocurrió hasta ahora. Las áreas sociales deben estar dirigidas por profesionales idóneos y no por hombres de negocios.
Los 24 gobernadores serán imprescindibles para las reformas que quedan por delante, y que son insoslayables. Se trata, nada menos, de la simplificación tributaria, la nueva coparticipación, la actualización de las leyes laborales, la normalización del régimen previsional, entre otras. No se van a lograr de un día para otro, ni con fórmulas mágicas.
El presidente tiene en ambas cámaras bloques que le aseguran un tercio de los votos, lo que le garantiza la ratificación de los vetos. Y virtualmente, si sabe construir y sostener alianzas, puede llegar al quórum propio.
Él se define "bilardista". Carlos Salvador Bilardo, como jugador y como técnico, supo conocer a los rivales y conformar equipos propios, que ganaron con brillo el mundial de 1986, y llegaron agotados a la final con Alemania, en 1990, donde perdieron por un discutible penal.
Bilardo dirigió buscando siempre la victoria, aunque fuera a cualquier costo.
Ese paradigma puede ser válido para el "juego de tronos", pero no es el ideal para un presidente de la democracia. En la coyuntura en que le toca ser presidente, Javier Milei debería tomar ejemplo de los grandes estadistas, que prefieren sumar voluntades sin sumar enemigos.
De la reunión del jueves, los gobernadores se retiraron si saber quién será el interlocutor en la Casa Rosada. Para construir lazos, hay que recordar que las ideas claras son el componente más sólido para establecer vínculos con quienes gobiernan las provincias y quienes legislan para el país.