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La reforma laboral se parece a una pelea entre dos dinosaurios el día previo a su extinción. Por un lado, aquellos seguidores de Adam Smith y la secta de los anarco capitalistas y por el otro la de quienes se aferran a un régimen que hace aguas por anacrónico. Los primeros son los que querrían directamente ver desaparecer el derecho del trabajo y toda protección al trabajador. Es lo que claramente expresa el presidente Milei cuando afirma que "la justicia social es una aberración" y sostiene que el artículo 14 bis (base constitucional de toda la legislación en nuestro país) es el "cáncer de la Argentina" y debe ser derogado. Los segundos, encabezados por los jerarcas sindicales nacionales, se niegan a toda reforma, en especial las que pueden afectar sus imperecederos privilegios. En el medio están los académicos, docentes, investigadores que coinciden en la necesidad de una reforma laboral en Argentina, pero no ésta.
El Gobierno está convirtiendo a la reforma laboral en la madre de todas las batallas, en la panacea que hará crecer milagrosamente la economía de nuestro país. Pero una reforma laboral seria requiere de ciertas condiciones previas y necesarias. Veamos.
Primero, es indispensable hacer crecer el país. No resulta válido el argumento de que la reforma laboral es condición para ese crecimiento, ni que los empleadores se abstienen de contratar nuevos trabajadores por la supuesta rigidez de la relación laboral. Si ese fuera el caso, muchas empresas habrían recurrido al expediente fácil de contratar en negro, amparadas en la doctrina mileísta que sostiene que "quien evade es un héroe". Hoy, estas prácticas no reciben sanción alguna, lo que perpetúa la clandestinidad laboral y -sin embargo- el empleo a más de un año de vigencia de la Ley Bases, prácticamente, no ha crecido ni en el sector formal, ni en el informal. Sin crecimiento económico no hay creación de empleo; sin importar cuántas reformas laborales se implementen.
Segundo, precisamente, es urgente combatir el trabajo clandestino. Sin ese paso, cualquier reforma laboral sólo alcanzará a la mitad de la población económicamente activa. No debería ser difícil lograr consensos: los empresarios que respetan la legalidad tendrían que ser los primeros en encabezar esta lucha, para dejar de ser víctimas de la conocida "caza en el zoológico". Los sindicatos para tener más afiliados cotizantes. Y el Estado porque obtendría un fabuloso impulso en la recaudación.
Tercero, la reforma debe ser protagonizada y debatida por los interlocutores sociales: cámaras empresarias y sindicatos. No puede quedar en manos de "especialistas" que tratan a los trabajadores como ratas de laboratorio para experimentar sus ideas más estrambóticas, como el fondo de cese laboral o la figura de los "colaboradores".
Cuarto, es imprescindible fortalecer los mecanismos de control y justicia laboral. Sin una estructura institucional que garantice el cumplimiento de las normas, cualquier reforma será papel mojado. La inspección del trabajo, la celeridad judicial y las sanciones efectivas son pilares que no pueden faltar.
Quinto, la reforma laboral debe necesariamente diferenciar las empresas por su dimensión (Pymes) y debe abrir la posibilidad de que se contemplen las particularidades regionales, no legislando exclusivamente bajo el paradigma de la empresa industrial o comercial de las grandes urbes. También debe contemplar las características de cada actividad; son dos mundos diferentes el trabajo en las minas, al del transporte o al del comercio.
Sexto, una reforma laboral eficaz debe ir acompañada de una planificación educativa. Reformar el empleo sin reformar la enseñanza es como pavimentar una carretera para autos que aún no se han inventado. No tiene sentido cambiar las reglas del empleo si la población no tiene las herramientas para adaptarse a las nuevas demandas del mercado.
"Imprescindible"
Prácticamente todos los medios, todos los economistas, todos los opinólogos, ya sean del oficialismo o de la oposición hablan al unísono de la "imprescindible" reforma laboral. Consideran esa hipotética reforma como uno de los temas fundamentales para que nuestro país -finalmente- transite el camino del crecimiento y la riqueza. Pero cuando se le piden precisiones a los que, con tanto entusiasmo, preconizan la necesidad de un drástico cambio en la legislación laboral, se les produce una amnesia temporal y recurren a una verborragia que nada explica. Se supone que cuando el gobierno presentó el descomunal mamotreto legislativo contenido en el proyecto de Ley Bases, había agotado allí todas las ideas concebidas medulosamente para las más diversas materias, entre ellas la laboral. No fue así. Tanto en la designación del gabinete ministerial como en la redacción de los proyectos fundantes campeó la más cruda improvisación, producto (como reconoció el propio presidente) de haber llegado al Gobierno "de carambola". Veremos que, en la temática laboral, el paso del tiempo no permitió mejorar un ápice los proyectos iniciales, en este caso no resultaron producto del apuro, sino de la total ignorancia y falta de preparación de sus redactores.
Hoy no sabemos qué carajo (usando el lenguaje libertario) contiene la propuesta de reforma laboral. Por un lado, apareció la diputada Romina Diez, sosteniendo que el proyecto que presentó hace un año junto a Espert y sus colegas libertarios, sería la base de la nueva discusión; por otro el Secretario de Trabajo afirmó estar elaborando otro proyecto básico; el propio Milei habló en una empresa metalúrgica señalando 5 puntos de la reforma, ninguno de los cuales coincide con los mencionados en estos otros proyectos; Caputo y Sturzenegger aportaron cada uno lo suyo, y, finalmente, también opinaron sobre el tema (cuando no) la cossplayer Lilia Lemoine y la vedette Virginia Gallardo. También opinó el único que verdaderamente entiende el tema del trabajo en la Casa Rosada, el portero. Pero lo mandaron a barrer bajo la alfombra, ya que su experiencia era fundamental para esconder promesas incumplidas.
Recordemos que el Gobierno se acerca rápidamente a la mitad de su mandato, sin haber generado una sola norma relevante en materia laboral. Ello a pesar de que, en su discurso inaugural ante el Congreso Nacional en marzo, el presidente Javier Milei reafirmó su postura de que "el derecho laboral sigue un modelo obsoleto, incapaz de adaptarse a los desafíos de las nuevas formas de organización y al impacto ineludible de la tecnología digital, las aplicaciones, la robótica y la automatización". Lo llamativo, lo notable, es que en ninguno de los esperpénticos proyectos gubernamentales (DNU, Ley Bases y Proyecto "Diez", proyecto "Cordero", proyecto Pacto de Mayo, etc. ) se dice una sola palabra sobre "tecnologías digitales, aplicaciones, robótica o automatización".
Continuaremos…