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Hablar de derechos humanos en Salta exige algo más que buenas intenciones o consignas importadas. Exige conocimiento histórico, arraigo territorial y una concepción profunda de la dignidad humana. Sin esos pilares, los derechos humanos se convierten en una administración retórica del dolor ajeno.
En el Norte argentino, los derechos no nacieron en los escritorios ni en los tratados internacionales. Nacieron en la historia concreta de una tierra en armas, cuando la Patria aún no estaba garantizada y la ciudadanía era un privilegio vedado a las mayorías. Pensar los derechos humanos aquí obliga a volver a Martín Miguel de Güemes.
Porque la Patria apenas tenía cinco años de vida cuando el General Güemes fue nombrado gobernador por aclamación popular. El pueblo reunido en la plaza mayor fue a pedir por su líder, para que condujera los destinos de esta provincia y del norte argentino.
Entonces, Güemes no fue sólo un estratega militar. Fue, antes que nada, un constructor político de ciudadanía. En una sociedad colonial que consideraba a los gauchos como la "chusma", cuyas vidas eran prescindibles y sus cuerpos sólo elementos disponibles, Güemes realizó un gesto radical: los reconoció como sujetos de la historia. Les dio Pertenencia, Causa y Dignidad.
Antes de que existiera el lenguaje moderno de los derechos humanos, Güemes entendió algo esencial: no hay derechos sin Patria, y no hay Patria sin pueblo. Aquellos hombres, mujeres y niños del Norte no pagaron su ciudadanía con impuestos -como lo hace hoy un ciudadano-, sino con sangre, con hambre, con persecución y con sacrificio. Fundaron derechos donde no los había.
Ese antecedente histórico no es una anécdota: es una enseñanza. Los derechos humanos no son un catálogo abstracto ni una bandera de ocasión. Son una construcción política, ética y social que requiere territorio, comunidad y Estado, pero también compromiso ciudadano.
Por eso, pensar hoy una política de derechos humanos en Salta implica asumir que no alcanza con gestionar expedientes ni con reaccionar ante la emergencia. Implica formar, acompañar, estar presentes, reconocer el dolor real y actuar allí donde el derecho se vulnera, muchas veces lejos de los centros de poder.
Los derechos humanos se defienden desde el conocimiento, desde la historia y desde la responsabilidad. Defenderlos es, también, defender la Patria como espacio común, porque sin comunidad política no hay dignidad posible. El desafío de nuestro tiempo es claro: construir una política de derechos humanos ni improvisada ni declamativa, sino profundamente humana, territorial y consciente de su historia. Una política que entienda que los derechos no se administran: se garantizan.
Ese legado interpela con fuerza el presente. Porque en el Norte argentino las vulneraciones a los derechos humanos no son abstractas ni excepcionales: tienen rostro indígena, campesino, migrante, jubilado, mujer pobre. Se expresan en el acceso desigual a la salud, a la justicia, a la tierra, a la educación y a una vida sin violencias. Allí donde el Estado llega tarde o no llega, la ciudadanía vuelve a quedar en suspenso.
Por eso, hablar de derechos humanos en clave güemesiana implica asumir una mirada integral: derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales como un todo indivisible. No hay libertad sin igualdad, ni igualdad sin justicia social, ni justicia sin presencia estatal efectiva. La historia del Norte enseña que cuando el pueblo es abandonado, la Patria se debilita; y cuando el pueblo es reconocido, la Nación se fortalece.
Recuperar a Güemes no es un ejercicio nostálgico. Es una brújula emancipadora. En Salta, esa tarea empieza con memoria. Y con la convicción de que la dignidad no se concede: se reconoce.