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En los últimos años, la escalada de avances tecnológicos no deja de sorprendernos. Seducidos y encandilados por nuevas herramientas, abrazamos todo lo que se nos ofrece sin medir consecuencias.
Vemos el contenido que Netflix elige según su segmentación, creyendo que son nuestras preferencias. Escuchamos lo que Spotify predice que nos va a gustar —y casi nunca se equivoca—. Elegimos el camino que el mapita de la pantalla recomienda para llegar más rápido. Y si llegamos antes, ¿qué hay de malo en todo esto? ¿Por qué debería preocuparme usar mi tiempo libre viendo los videos geniales que TikTok o Instagram me ofrecen? Mi teléfono parece conocerme mejor que nadie. Siempre tiene algo interesante para mí.
Dice Yuval Noah Harari que cada gran invención humana trajo consigo un gran problema para la humanidad.
La Revolución Industrial nos dio abundancia de productos, pero también hacinamiento urbano, epidemias y condiciones de vida miserables para millones.
El motor a combustión impulsó el desarrollo, pero también el sedentarismo y las muertes en las rutas.
Nadie duda de que estas invenciones fueron geniales y revolucionarias. Sin embargo, el balance entre beneficios y daños para quienes las vivieron no siempre fue tan claro.
Las tecnologías que más daño nos hacen suelen ser, paradójicamente, las que más nos gustan. Porque hackean nuestra biología.
Así como la Coca-Cola —mezcla perfecta de glucosa, cafeína y marketing— logró asociar felicidad y festejo con una golosina líquida, contribuyendo a epidemias de obesidad y diabetes, hoy la asociación entre productividad, progreso y uso indiscriminado de inteligencia artificial también nos amenaza.
Estamos siendo testigos de una de las mayores invenciones de la humanidad: el machine learning.
¿Estamos también frente a uno de sus mayores problemas?
El concepto de delegación cognitiva refiere a todas aquellas tareas que, hasta hace poco, eran exclusivamente humanas porque requerían pensamiento complejo, y que hoy hemos decidido ceder a la máquina.
Ella lo hace más rápido, es cierto. Pero no se trata solo de que Google Maps me ayude a llegar, sino de que ya no sé llegar a ningún lado sin él. He perdido capacidad de capacidad de recordar lugares y de orientarme en el espacio porque dejé de entrenar mi a mi cerebro cada vez que uso el Maps. Y como todo en biología, lo que no se usa, se atrofia.
Esta delegación se extiende a los rubros más diversos; la música, la programación, las artes plásticas y las escénicas, la cocina o la plomería.
No es casual el ejemplo que dí. Un estudio clásico en taxistas londinenses mostró, mediante resonancia magnética, que aquellos conductores veteranos que utilizaban mapas mentales tenían un hipocampo —área clave para la memoria espacial— significativamente más desarrollado. En cambio, los taxistas jóvenes que comenzaron a trabajar con Waze presentaban esas áreas atrofiadas, incluso mas pequeñas que el promedio poblacional.
Hoy enfrentamos un riesgo real: una involución cognitiva colectiva, producto del uso indiscriminado de la inteligencia artificial.
¿Hasta dónde queremos delegar nuestras decisiones a los algoritmos?
¿Por dónde iré? ¿Qué como hoy? ¿Qué haré esta tarde?...¿Qué deseo?
Hay una batalla que ya empezamos perdiendo, pero que todavía podemosdar. Y ese es el motivo de esta reflexión:
Si la involución cognitiva es grave en los cerebros adultos,se vuelve mucho más dramática si miramos los cerebros en desarrollo de los niños
Permitimos que los algoritmos les roben a nuestros niños y adolescentes horas de juego, deporte, lectura y, sobre todo, aburrimiento.
Tenemos una generación que aumentó su tiempo virtual en detrimento del mundo físico y que, como consecuencia, duplicó las tasas de suicidio, más que duplicó la ansiedad y la depresión, y triplicó las consultas en emergencias por autoagresiones. Todo esto sucede frente a nuestras narices, dentro de nuestras casas.
Dejamos que el algoritmo decida quiénes serán sus influencias, qué valores tendrán, qué productos desearán, a qué edad accederán a la pornografía y qué ideas políticas tendrán.
¿Y qué intereses tienen esos algoritmos? Con certeza puedo decirles, no son la salud ni la felicidad de nuestros hijos.
Los taxistas de Londres pueden hacerse cargo de su hipocampo atrofiado: eligieron usar Waze. Pero ¿podemos culpar a nuestros adolescentes por sus niveles de ansiedad y depresión?
Aquí aparece otro problema central de la IA: la dilución de la responsabilidad. Nadie sabe bien a quién culpar. El usuario de Uber culpa a la empresa por subir el precio cuando el celular esta sin bateria, la empresa culpa al algoritmo, el algoritmo solo cumple objetivos.... En el caso de los niños, esta discusión es irrelevante. Criar es nuestra responsabilidad, quizás la mayor de todas.
Es culpa de la IA. ¿Meteremos preso al algoritmo?
¿A quién culparé cuando mi hijo no quiera salir a jugar porque es más cómodo quedarse en la cama con el celular?
¿A quién acusaré de su baja autoestima, de sus ideas terraplanistas o antivacunas, de sus problemas de autoimagen derivados de los filtros de Instagram? ¿Y a quién de lo problemas de afectividad derivados de los gigantes de la pornografía?
Si como adultos delegamos libremente nuestras funciones cognitivas, debemos hacernos cargo de las consecuencias. Nos estamos volviendo más dependientes, incluso más torpes. Pero no podemos culpar a las generaciones más jóvenes por un desarrollo que nosotros mismos entregamos a las pantallas.
Las pantallas fueron una solución eficaz para calmar berrinches y apaciguar restaurantes, también para que los padres ganen tiempo para sus hobbies o para trabajar sin interrupciones. A grandes soluciones, grandes problemas. Hoy tenemos niños más ansiosos, más infelices. íTenemos que actuar ya! Incluso escucho madres con miedo a desconectar a sus hijos por lo mal que se ponen…
Aún estamos a tiempo.
La tecnología decide en lugar nuestro solo cuando se lo permitimos. La inteligencia artificial no es el enemigo.
El enemigo es la renuncia.
Renunciar a poner límites.
Renunciar a incomodar.
Renunciar a estar presentes.
Recuperar la responsabilidad no implica volver al pasado, sino decidir conscientemente qué no vamos a delegar. Aprender a usar los controles parentales es crucial. Poner reglas en cada hogar para el tiempo en pantalla también. Fomentar el juego, el vínculo, el pensamiento crítico, el aburrimiento creativo y el deseo propio es nuestra responsabilidad.