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La verdad relativizada al servicio de la política

Trump y Milei coinciden en un discurso político que recurre a la "verdad intersubjetiva". Una práctica utilitaria compartida con los populismos de cualquier signo.
Sabado, 01 de febrero de 2025 02:14
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En un rincón del mundo, los argentinos observan con atención el tablero político internacional y local. Por un lado, Donald Trump, recién asumido como presidente de los Estados Unidos, lanza medidas controversiales que reverberan en el espectro político global. Por otro, Javier Milei, presidente argentino con un año de ejercicio, camina por una línea discursiva que algunos encuentran inquietantemente paralela a la de Trump.

Pero ¿qué opinan los argentinos de estas dos figuras y de los valores que representan?

Primero, hay un hecho innegable: ambos son figuras reconocidas masivamente. Según datos propios, el 90% de los argentinos identifica a Donald Trump, mientras que el 95% conoce a Javier Milei. Sin embargo, el reconocimiento no equivale necesariamente a una buena imagen. En el caso de Trump, el 30% de los argentinos tiene una opinión positiva, mientras que un 50% tiene una imagen negativa. Por el contrario, Milei mantiene una imagen positiva del 45%, mostrando que, al menos por ahora, su carisma sigue consolidándose entre gran parte del electorado.

Pero aquí hay un matiz importante: Milei no está exento de polarización. Un 35% de los argentinos tiene una percepción negativa de él, cifra que se relaciona estrechamente con sectores críticos como el kirchnerismo. Al igual que Trump, Milei camina una cuerda floja entre construir una base sólida y convencer a aquellos que aún no se deciden por su visión.

Cuando se trata de las medidas anunciadas por Trump, la percepción argentina es mayoritariamente crítica. Un 60% está en desacuerdo con la eliminación de la ciudadanía por nacimiento para hijos de inmigrantes ilegales, mientras que la polarización aparece en temas como el reconocimiento de sólo dos géneros (40% de acuerdo y 40% en desacuerdo).

En el caso de Milei, las divisiones son similares. Por ejemplo, la medida de eliminar el Ministerio de la Mujer divide opiniones: un 40% está a favor, otro 40% en contra, y un 20% permanece neutral. Sin embargo, hay áreas donde Milei encuentra más respaldo: el 50% apoya su reforma laboral para reducir costos a los empleadores, y el 45% cree que sus políticas pueden resolver los problemas estructurales del país. Esto último es clave: una mitad de la población todavía lo ve como el símbolo de un cambio positivo para Argentina, aunque la otra mitad no comparte esa esperanza.

Trump como espejo

Aquí es donde la comparación se vuelve fascinante. Según los datos, el 60% de los argentinos percibe similitudes entre Trump y Milei, y un 55% considera que el modelo político de Trump influye directamente en Milei. Pero esta asociación no es meramente anecdótica: está cargada de consecuencias.

El éxito o fracaso de Trump en su nuevo mandato podría impactar directamente en cómo los argentinos evalúan la gestión de Milei. Si las políticas de Trump resultan efectivas para los estadounidenses, la asociación podría fortalecer a Milei. Por el contrario, si la administración de Trump se percibe como desastrosa, el efecto espejo podría jugar en contra del presidente argentino.

Comprender el discurso de Donald Trump ofrece claves para entender el discurso de Javier Milei. Hay paralelismos y puntos en común (como el uso del populismo, la polarización y el relato de cambio radical), pero no implica que Trump sea la única lente a través de la cual se pueda interpretar a Milei.

El concepto de verdad intersubjetiva, como plantea Yuval Noah Harari en su libro Nexus, es fundamental para entender cómo las narrativas y los relatos compartidos construyen estructuras de poder. En este marco, no es la verdad objetiva lo que consolida el poder, sino el orden que esas narrativas instauran, permitiendo la coordinación y legitimación social. Esto nos da una lente interesante para analizar el discurso de asunción de Donald Trump como una señal fuerte de cambio drástico y su intención de recuperar el orgullo estadounidense.

El discurso y la verdad

El discurso de Trump al asumir nuevamente la presidencia está diseñado como un relato que intenta generar un orden simbólico a partir de la ruptura con el statu quo. Al enunciar medidas extremas como la eliminación de la ciudadanía por nacimiento o la mayor deportación de inmigrantes ilegales en la historia, Trump no está simplemente anunciando políticas: está marcando una frontera ideológica. Esta frontera separa a los "auténticos estadounidenses" de los "otros", reconfigurando quién pertenece y quién no al orden nacional que promete instaurar. En este sentido, Trump utiliza la narrativa de recuperar el orgullo estadounidense no como un reconocimiento de una verdad histórica, sino como una herramienta para ordenar la sociedad en torno a valores conservadores, nacionalistas y excluyentes. Este relato no busca ser "verdadero" en el sentido objetivo, sino funcional: su poder radica en su capacidad de movilizar y unificar a quienes se identifican con ese marco ideológico. Trump construye su verdad intersubjetiva apelando a símbolos culturales y emocionales profundamente arraigados en el imaginario colectivo estadounidense: la libertad, el control nacional, el sueño americano. Sin embargo, este relato también tiene un costo: polariza al dividir claramente entre quienes se alinean con esa narrativa y quienes quedan fuera. Esto se evidencia en las reacciones internacionales y en las divisiones internas dentro de Estados Unidos, donde sectores progresistas rechazan estas medidas por considerarlas contrarias a los valores democráticos.

A diferencia de relatos inclusivos que buscan integrar diversas perspectivas, Trump se apoya en un relato excluyente, que fortalece su base electoral, pero margina a quienes no comparten su visión. Esto es importante para entender cómo el relato no construye poder por sí solo, sino a través del orden que genera: un orden que, en este caso, prioriza la identidad nacional por sobre los derechos individuales de ciertos grupos.

Según Yuval Noah Harari, el poder no se construye sobre verdades objetivas, sino sobre relatos intersubjetivos, esas narrativas compartidas que nos unen como sociedad. Trump entiende esto perfectamente. Al invocar la idea de "recuperar el orgullo estadounidense", crea una verdad compartida que conecta con el anhelo de un pasado idealizado, ordenando a su base en torno a valores como la libertad y el nacionalismo. Es un relato excluyente, sí, pero profundamente eficaz para movilizar a quienes se sienten parte de ese "nosotros".

La verdad a medida

El discurso de Trump también cumple una función de señal fuerte: una declaración de intenciones que comunica al mundo que Estados Unidos está entrando en una nueva era, más alineada con valores conservadores y proteccionistas. Este tipo de discurso no solo define el marco interno, sino que también proyecta una imagen externa de fortaleza y determinación.

Sin embargo, lo que hace poderoso este relato no es su contenido específico (las medidas en sí mismas), sino su capacidad para representar un cambio radical y recuperar una narrativa perdida: la idea de que Estados Unidos puede volver a ser "grande" recuperando su orgullo y su hegemonía cultural. Este tipo de señal refuerza el vínculo emocional con su base de apoyo, quienes ven en Trump no solo un líder, sino un símbolo del orden que desean recuperar.

El discurso de asunción de Trump puede leerse como un ejercicio magistral de construcción de una verdad intersubjetiva que refuerza el orden que desea instaurar. Al enfatizar un cambio drástico y apelar al orgullo estadounidense, Trump no solo comunica sus intenciones, sino que redefine las reglas del juego político y social. Sin embargo, este tipo de relato tiene riesgos inherentes: su éxito depende de su capacidad para mantener la cohesión dentro de su base mientras enfrenta la resistencia de quienes quedan excluidos de su visión.

En última instancia, lo que une a Trump y Milei no son solo las medidas que proponen, sino la narrativa que construyen. Ambos apelan a lo que podríamos llamar una "verdad intersubjetiva", un conjunto de creencias compartidas que dan sentido a una nación, su historia y su futuro. Para Trump, se trata de devolver el control a los estadounidenses; para Milei, es un llamado a reconstruir el patriotismo argentino, liberándose de la "casta" política.

Esta verdad intersubjetiva es poderosa porque une voluntades. No se trata sólo de hechos objetivos, como los que encontramos en la naturaleza (un árbol existe independientemente de nuestra percepción), ni de verdades puramente subjetivas, como el amor o el dolor. Es una construcción colectiva: el sentido de nación, de historia compartida, de un futuro que se quiere alcanzar. Y tanto Trump como Milei entienden que la narrativa que refuerza esta verdad es su herramienta más poderosa para movilizar a sus bases.

El futuro en juego

La apuesta de Milei está íntimamente ligada al éxito de Trump. Si el relato de Trump prospera y se percibe como eficaz, Milei podría consolidar su posición apelando a esa misma narrativa. Pero si la gestión de Trump cae en descrédito, el vínculo podría volverse un lastre.

En ambos casos, los líderes entienden que gobernar no es solo implementar medidas; es construir una historia que las justifique. Y en ese terreno, la verdad intersubjetiva no es solo una herramienta de política, sino el hilo que conecta a los líderes con sus naciones. En un mundo donde los discursos se polarizan y las sociedades buscan respuestas, Trump y Milei son reflejo y eco de las tensiones y aspiraciones de su tiempo. La pregunta es: ¿serán capaces de cumplir con las expectativas que ellos mismos han creado?

 

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