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La distinción entre potencia y acto es fundante en el pensamiento occidental. En política, las ideas se transforman en realidad mediante una polea fundamental del sistema: las instituciones, y particularmente el Estado.
Su evolución es la del derecho y la historia; difícil entonces que ocurra su fin. Para entender el proceso en el que estamos imbuidos, vale la pena repasar su evolución.
Empieza con lo que se llama el "pre derecho", en el que la magia y la religión son fuentes normativas directas; allí el juramento y la fe juegan un rol central. La aparición del Estado en su forma moderna ocurre en Roma, con el emperador Constantino, bajo la influencia de Eusebio, uno de los padres de la Iglesia. A ese Estado tan protagonista como potente, le sigue el positivismo, que pone al individuo en el centro de la escena, de la mano de la división de poderes y el estado de derecho. La última fase es la de un Estado tutelar, con la socialdemocracia.
Estamos ante un nuevo ciclo, con una morfología que toma forma en parte del mundo occidental a velocidad de vértigo. Empecemos por lo que no es: descartemos la destrucción del Estado. Lo que se vislumbra son tres notas que funcionan en sincronía y revelan un pie en el "pre derecho" y otro en el futuro, con los últimos desarrollos tecnológicos.
Lo primero es ciertos ámbitos estatales como plataforma de control y manipulación de la información, desde los servicios de inteligencia hasta la agencia de recaudación impositiva. El propósito remite a la sociología clásica: el manejo de la opinión pública, que de eso se trata. Por supuesto que tiene derivaciones vinculadas en acusaciones ostentosas a la libertad de prensa, como una primera aproximación.
Lo segundo es un ámbito de libertad especialmente centrado en lo económico. Ya se mencionó lo de la libertad de expresión; pero lo que en rigor ocurre es una suspensión desde el discurso de derechos adquiridos. El justificativo es una reacción a una inflación desmedida de derechos sin contrapartida en obligaciones; la respuesta es hacerlos inoperantes desde el discurso.
Lo tercero es una nueva moral desde el Estado, en línea con el achicamiento de derechos. No es difícil caer en la cuenta de la relación y cómo funciona: el manejo de la opinión pública, desde un nuevo discurso que tiene correlato directo en las instituciones y termina en una construcción moral.
No es que desaparece el Estado. Es uno nuevo, un tecno Estado, que explica alianzas impensadas con sectores tecnológicos interesados en sus posiciones en el mercado, y una transmutación del orden institucional, incluyendo el sistema internacional y sus organismos multilaterales.
Esta es la propuesta que está pasando de potencia a acto. La democracia sigue siendo el gobierno de la opinión pública, que no es lo mismo que "pública opinión". Esa es la clave de bóveda: explicar, luego apoyar aciertos, pero también marcar errores y peligros, para que luego se decida libremente, es decir, de manera informada. Menudo desafío para la oposición constructiva este de explicar el valor de las instituciones y el Estado. Pero es el camino, para evitar los desvaríos.