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Javier Milei – el candidato – era por definición una figura transgresora al momento de irrumpir en la sociedad argentina con un discurso extremista anarcocapitalista y libertario. La experiencia liberal clásica tiene una historia extensa en el país, pero la combinación de lo tóxico, el grito con hipérbole y el insulto hacia el sistema político, no. Una combinación de éxito para una psiquis argentina, que después de décadas de desidia, decidió por lo transgresor a lo cotidiano.
Desmintiendo al aparato nocivo que descree de las faltas del presidente, Milei fue electo con un margen poco auspicioso de gobernabilidad, pero con un mandato de revisión profunda del rumbo del país. Mérito del mensaje transgresor, pérdida de los partidos políticos tradicionales que siendo gobierno no supieron resolver cuentas pendientes, sobre todo, económicas.
El presidente ahora presume de su discurso y actuar transgresor como marca registrada para avanzar sobre temas y consensos con el fin de avivar disputas donde no las hay con el fin de atraer el foco hacia su política que supone novedosa pero que casi siempre termina siendo reciclado de periodos anteriores, como el menemismo o el macrismo. Pero, como lo demuestra la crisis $LIBRA, el presidente y su entorno parecen estar tocando los límites de la transgresión y la incivilidad dentro de un contexto social y constitucional que ejerce como pared.
La transgresión de lo cotidiano, de las normas, de las formas y de la inteligencia política para gobernar para el bien común, empieza mostrar síntomas de inconsistencias que pueden directamente impactar en la economía, que es el tema e insumo más importante de La Libertad Avanza.
La idoneidad
La pregunta sobre la idoneidad del presidente y su equipo ya no es foco exclusivo de los críticos criollos; cada día más parece ser explicación de la subida del riesgo país, un índice marcado por el humor internacional.
Por supuesto que la ola transgresora internacional con Donald Trump y su copresidente Elon Musk a la cabeza dan cobertura a que Milei parezca sensato, pero el resto del mundo (como se vio en las últimas elecciones en Alemania) parece coincidir en que el orden internacional a base de reglas claras y política sin proteccionismos ideológicos es una forma más sutil de brindar prosperidad. La alternativa de la internacional ultra es la combinación de transgresión a la norma, la especulación con la verdad y los datos, y la inundación de contenido falso desde lo virtual. Dicho de otra manera: embarrar la política tradicional de valores por una de concesiones ideológicas que apuntan a saciar egos, no naciones.
En este contexto nacional e internacional no es casualidad describir la estrategia del gobierno nacional como transgresora. La intromisión a parámetros cívicos y a la convivencia democrática sólo para hacer un revanchismo de colegio secundario no es casual y está medido al detalle. Es el vehículo para alcanzar la razón de ser y a la vez tapar las inconsistencias innatas del modelo.
A modo de ejemplo, la designación en comisión por decreto de los jueces Ariel Lijo y Manuel García Mansilla a la Corte Suprema delatan la necesidad de mover el foco de la crisis $LIBRA a "otro tema". Pero al fin de cuentas, ambos casos, en realidad demuestran lo mismo: la transgresión como existencia política.
¿Hasta qué punto puede un mandatario impulsar cambios disruptivos sin caer en la arbitrariedad?
Esa existencia o esencia política es lo último que puede dar paz, estabilidad o un camino sereno para hacer el difícil trabajo de gobernar. Gobernar desde la intransigencia, desde la transgresión, es tensar el sistema democrático a puntos que quizás no tienen retorno.
La transgresión para obtener puntos de rating o likes en redes sociales es demasiado caro para un país que quiere prosperar desde la calma. No creo que ninguna persona prefiera el show obsecuente al que asistimos a un gobierno que haga lo que dijo en campaña sin necesidad del insulto.
La transgresión política es un término adecuado cuando miramos el presente. En teoría política, la transgresión se entiende como la acción de quebrantar o desafiar normas, leyes o límites establecidos dentro de una sociedad. Pierre Bourdieu lo entrelazaba con la ruptura de las "reglas del juego" y una desobediencia a las normas establecidas. Se asocia con la ruptura de un pacto social o la deslegitimación de normas consideradas sagradas para el funcionamiento del Estado.
"El presidente y su entorno, al necesitar de la transgresión para ser relevantes, han atado al país al destino de una sola persona".
En este sentido, la transgresión puede tener una doble cara: por un lado, puede funcionar como motor de cambio y renovación en contextos donde las estructuras tradicionales se han vuelto opresivas o ineficientes; por otro, puede desestabilizar el sistema político y legal, si implica una violación deliberada de normas fundamentales.
En el caso específico de Argentina, la Constitución Nacional representa el marco jurídico supremo que regula la organización del Estado, la división de poderes y la protección de los derechos ciudadanos. Cualquier acción del Ejecutivo que transgreda estos límites puede ser interpretada como una vulneración del orden constitucional.
Por eso, la discusión sobre la conducta de Milei se enmarca en un debate más amplio: ¿hasta qué punto puede un mandatario impulsar cambios disruptivos sin caer en la arbitrariedad? Mientras que la transgresión puede ser un acto legítimo de modernización y ruptura con viejas estructuras, la violación de preceptos constitucionales pone en riesgo el Estado de derecho, debilitando las garantías fundamentales y erosionando la confianza ciudadana en las instituciones. Los ejemplos de la realidad por lo menos abren el debate que sumado al juicio de idoneidad al presidente, puede derivar en una grave crisis institucional. No es normal que un presidente promocione una estafa, desregule el Estado sin estrategia previa, adhiera a los preceptos imperiales de Estados Unidos, y no sepa que las designaciones de Lijo y García Mansilla son limítrofes con la constitucionalidad y la legitimidad.
El presidente y su entorno, al necesitar de la transgresión para ser relevantes, han atado al país al destino de una sola persona, que a su vez depende más de la decisión del Fondo Monetario Internacional que de su propio Congreso de la Nación.
Al explorar la transgresión como modus político, las inconsistencias aparecen: ¿apoyar a Ucrania o votar con Rusia en Naciones Unidas? ¿defender el libre comercio o los aranceles de Trump? ¿"el que las hace las paga" y promover una estafa piramidal cripto? ¿defenestrar a organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud o acordar con el FMI? ¿apoyar a los monopolios como la mayor conquista capitalista o pelearse con Clarín por comprar Telefónica?
La transgresión sin límites erosiona al corpus democrático. Argentina es profundamente democrática. Tanto que Javier Milei es presidente. El gobierno tiene la oportunidad de retroceder, volver a su promesa electoral de estabilidad, y dar el ejemplo de un gobierno que pregona el valor de la libertad sin amenazarla en cada transgresión política.