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Insisto. Argentina es hermosa. Su incoherencia seduce; subyuga. Vivimos rodeados de misticismo y de delirio místico; de esoterismo dirigencial y político; sumergidos en una paráfrasis literaria que busca resignificar cada situación, cada término y cada palabra; todo el tiempo. Vivir en Argentina implica dejar fluir todo y vivir cada experiencia como lo haría cualquier Buendía; en Macondo.
Un fotógrafo -Pablo Grillo-, captando una convocatoria inadmisible, cae en posición fetal luego de ser alcanzado por la cápsula del gas lacrimógeno lanzado por la policía. El ministro del interior dirá que se trató de un "un accidente no previsto". No sabía que se podían prever los accidentes; jamás me lo imaginé. Cierto; Macondo. Somos todos Buendía.
Debe ser lo mismo para Beatriz Bianco, de 87 años, trasladada al Hospital Argerich luego de caer al suelo con violencia como consecuencia de un empujón dado por un efectivo policial. Otro desafortunado "accidente no previsto". Otra integrante de la familia Buendía.
Me pregunto si en este Macondo redivivo le seguirá cabiendo el título de "el mejor ministro de seguridad de la Historia" a la señora Bullrich. Imposible. El llamado fue hecho por las redes sociales durante dos semanas seguidas; convocando a las barras bravas de fútbol más "pesadas" de la Argentina. La ministra nunca pudo ser calificada así; la impericia mostrada ahora lo prueba más allá de toda duda. La inadmisible convocatoria no fue bien manejada y se pareció mucho más a "Crónica de un desastre anunciado" que a un manejo a la altura de la "mejor ministro de seguridad de la historia". Su mérito, si es que alguna vez tuvo alguno, fue haber eliminado los cortes de calle y piquetes; mérito que corresponde más a quienes lograron des-intermediar la asignación de planes sociales que a la señora Bullrich.
Tampoco fue "una especie de golpe de Estado" como insiste en instalar el neolenguaje que acuña el oficialismo y que, con diligencia, repiten Francos y ella.
Digámoslo con todas las letras: fue una convocatoria inadmisible; aborrecible. Un despliegue de una violencia patológica que nunca debió haber ocurrido y que, por desgracia, deslegitimó a jubilados genuinos que tienen todo el derecho a protestar y a quejarse por la miseria que cobran. O por ser la variable de ajuste de todo gobierno peronista y no peronista; kirchnerista y no kirchnerista; casta y no-casta. Por desgracia, las jubilaciones han sido siempre la variable de ajuste de todo gobierno que ha pasado por la Casa Rosada -sin excepción-.
Ahora bien; ¿qué hacían ahí los barrabravas de los clubes de fútbol? Es un insulto a la inteligencia decir que "fueron como nietos a defender los derechos de sus abuelos". Mentira. Fueron a provocar; a ver si podían retomar el control de la calle; a azuzar ánimos caldeados. Si de veras hubieran ido a acompañar a sus abuelos -como nietos-, podrían haber marchado por las veredas, de la mano o el brazo de sus mayores; en paz. Y hubiera sido una convocatoria legítima; e infinitamente más contundente y poderosa. No fue así. Fueron con cuchillos, con "tumberas"; con ánimo y vocación de pelear y de escalar cualquier conflicto que pudiera surgir. El resultado: policías baleados, apedreados y heridos;
patrulleros destruidos; autos y contenedores de basura incendiados; locales destruidos.
Así, sólo sirvió para seguir espantando a quienes queremos un país normal; y para seguir tapando la brutal cantidad de errores no forzados de un gobierno que no para de cometer una serie interminable de "accidentes no previstos".
Como espejo, la violencia en las inmediaciones del Congreso se repetía en el recinto en actitudes antidemocráticas, insultos y golpes de puño; otra violencia inadmisible. De la mano de personajes que ni en la ficción más pantagruélica podrían resultar más bochornosos.
La diputada Lemoine haciendo levantar al bloque de LLA para no dar quórum al grito de "ustedes están sentados ahí gracias a Javier", desnuda un error conceptual garrafal: los diputados no están por tal o cual figurita política pasajera y coyuntural; están para representar al pueblo que los votó. Ni los diputados ni sus sillas le pertenecen a nadie más que al pueblo argentino. Me parece que va siendo hora de que todos esos desnutridos intelectuales comiencen a entender qué hacen allí y para qué están allí.
"Lo que ocurrió en el Congreso (dentro y fuera), en la Casa Rosada y en los alrededores fue un fresco de la pesadilla argentina. Un país en quiebra, una movilización violenta por activistas que responden a quienes figuran entre los principales responsables del quebranto y, al mismo tiempo, legisladores dispuestos a llevar la guerra a cualquier parte, incluso a la sesión que debió estar dedicada, exclusivamente, a la emergencia por Bahía Blanca. Pero es esa la realidad argentina: un Congreso que está en otra frecuencia, distinta a la del pueblo al que representan", dijo Francisco Sotelo en estas mismas páginas, con quirúrgica claridad.
La política argentina sigue sin entender ni darse cuenta de que ninguno de ellos -ni uno solo-, sintoniza con la sociedad y que viven en una realidad aparte. Ni siquiera en una realidad paralela; sino en una que parece converger hacia un inevitable punto de colisión. Ojalá que no sea sí. Ojalá.