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Se suponía que la reunión entre Volodymyr Zelensky y Donald Trump sería un momento de triunfo para Zelensky; una oportunidad para demostrar el respaldo norteamericano en la guerra más sangrienta de Europa en generaciones. No fue así. En cambio, fue maltratado en público por Trump y Vance, calificándolo de "desagradecido" y de "irrespetuoso" por afirmar que Rusia representaba una amenaza más allá de Ucrania.
Hacia el final, Trump alzó la voz y le dijo a Zelensky: "No tienes las cartas"; a lo cual este le respondió: "No estoy jugando a las cartas". Una reunión tensa, desagradable y sin precedente alguno en la historia de la Casa Blanca. A este revés, se sumó la negativa de Estados Unidos a seguir proveyendo ayuda militar, y la suspensión del intercambio de inteligencia por parte de Estados Unidos a Ucrania.
Todo esto en un momento crítico de la guerra, con Ucrania luchando por mantener a Rusia a raya en batallas de desgaste en el este del país; y la administración Trump iniciando conversaciones unilaterales - sin participación ucraniana - con Vladimir Putin.
Mucho en juego
Hay más en juego de lo que parece. Aunque Zelensky tiene razón -Rusia representa un peligro más allá de Ucrania-; no sólo tuvo que aceptar los términos de Trump -y de Putin- para el cese del fuego y de un eventual acuerdo de paz; sino que, además, tuvo que acceder a un acuerdo de extracción de minerales por parte de Estados Unidos. Con este acuerdo, Trump garantiza el acceso a empresas norteamericanas a la rica industria minera ucraniana y asegura una provisión importante de "tierras raras". Cuando Zelenzky aceptó estas condiciones, el gobierno de Trump reactivó la asistencia militar y el intercambio de inteligencia; además de aclararle a Rusia "que la reciprocidad rusa es clave para lograr la paz"; acorde a un comunicado conjunto de Estados Unidos y Ucrania. Todo es volátil y cambiante; día a día.
Como bien explicó el doctor Albanese en su nota "Trump: la paz a través de la fuerza": "La cuestión sobre las llamadas 'tierras raras' fue siempre mencionada como un elemento coadyuvante para una posible solución del conflicto. La denominación alude a una lista de 17 'metales críticos', algunos con denominaciones absolutamente desconocidos para el público no especializado, como el escandio, el itrio y el lantano, que tienen una demanda creciente en las industrias de alta tecnología. (…) Más que el tamaño absoluto de esas (enormes) reservas, importa la competencia por su dominio. Alrededor de dos tercios de las 'tierras raras' se extraen actualmente de China. Obtener un acceso seguro a esos recursos es un incentivo poderoso para Estados Unidos". Imposible dejar fuera algo de todo esto en las "negociaciones" y en el "acuerdo de paz" que se vaya a firmar.
Es increíble pero la estrategia podría funcionar como contención a Rusia ya que, con el acuerdo minero firmado, un ataque a Ucrania significaría un ataque directo a intereses norteamericanos. Aunque suene extraño -quizás hasta sin habérselo propuesto-, Estados Unidos podría estar protegiendo a Ucrania sin necesidad de incorporarla a la OTAN ni de comprometerse activamente en la guerra. Al mismo tiempo, Trump está reservándose para sí mismo el mantenimiento de la relación con Vladimir Putin. Trump; no Ucrania. Ni Europa. Trump solo.
No sé si dar crédito -o no- a las versiones que aseguran que todos los esfuerzos -altisonantes y descabellados- tanto en Gaza como en Ucrania sólo responden a la ambición de Trump de obtener el Premio Nobel de la Paz que, según él, "merece más que Obama". Como sea, Trump está modificando toda noción de geopolítica moderna haciendo uso de un ultra realismo poco ortodoxo que todavía hay que ver qué efectos globales produce.
Una excepcionalidad determinística
Rusia es una civilización notable y de una profundidad inmensa pero, en la rivalidad multidimensional política, económica, cultural, tecnológica y militar que significó la Guerra Fría, la Unión Soviética perdió en todos los frentes. El Kremlin de Mijaíl Gorbachov optó por retirarse de manera digna sin arrastrar al mundo en la implosión; pero esto no atemperó la derrota ni sus causas, algo que la Rusia postsoviética nunca terminó de aceptar.
El colapso que siguió, más allá de la pérdida de territorio y de los países satélites aliados, también le hizo tener que retirarse de la denominada "Nueva Rusia de Catalina la Grande"; y de la zona Transcaucásica, las puertas a las aspiraciones rusas hacia Asia Central.
Para las élites rusas, que asumen que el estatus y la supervivencia de su país dependen de superar a Occidente, los límites a sus sueños no son evidentes. Esto se debe, en gran medida, a que el pueblo y las élites rusas sienten un profundo sentido de vivir en un país providencial con una misión especial; una actitud que se remonta a Bizancio y cuyo legado Rusia reclama como herencia.
Este sentimiento se ha expresado de distintas maneras a lo largo del tiempo: la Tercera Roma, el reino paneslavo, la sede mundial de la Internacional Comunista. La versión actual se basa en euroasiatismo: un movimiento surgido entre emigrados rusos en 1921 que imaginaba a Rusia como algo ni europeo ni asiático, sino una fusión única, distintiva y singular.
Otra nota del doctor Albanese ("Vladimir Putin y la identidad de Rusia") trata este aspecto con mayor profundidad.
Esta idea de "excepcionalidad determinística" los ha llevado a buscar expandir sus fronteras más allá de sus capacidades para hacerlo y para mantenerlas; en la creencia de que sólo una expansión continua les puede garantizar la seguridad de las conquistas anteriores y mantener vivas sus aspiraciones imperialistas.
Estado gordo; pueblo flaco
Otro problema histórico ha sido la prosecución de un Estado fuerte; capaz de asustar hacia fuera y de actuar de manera agresiva hacia adentro para asegurar el orden interno.
Estos esfuerzos terminaron en instituciones socavadas y en gobiernos en extremo personalistas. Pedro el Grande, el primer constructor del Estado, debilitó la iniciativa individual, exacerbó la desconfianza entre sus funcionarios y reforzó las tendencias clientelistas. Este comportamiento caracterizó a todos los autócratas relevantes rusos desde los Romanov, Lenin, Stalin y, ahora, Putin. El historiador Vasili Kliuchevski resumió en una sola frase todo un milenio de historia rusa: "El Estado engordaba, pero el pueblo adelgazaba".
Un sueño inalcanzable
¿Qué posibilidades concretas tiene Rusia de consolidar una expansión al estilo europeo, en Eurasia? Muy pocas. Rusia tiene una larga historia en el Pacífico, pero nunca ha logrado convertirse en una potencia asiática. Puede reclamar un predominio regional al no tener rival en términos de poder militar convencional entre los demás estados sucesores de la Unión Soviética quienes, además -con la excepción de los Estados bálticos-, dependen en términos económicos de Rusia de una u otra forma.
Sin embargo, una supremacía regional militar y el peso económico de Eurasia no son suficientes para sostener el estatus de gran potencia a largo plazo. Putin no ha logrado que la Unión Económica Euroasiática sea un éxito y, aun cuando todos sus miembros se unieran y cooperaran; aun así, sus capacidades económicas combinadas seguirían siendo limitadas comparadas con Occidente.
Más llamativo. A pesar de la mentada "asociación estratégica con China", China está construyendo de manera explícita y con gran determinación su propia "Gran Eurasia", desde el mar de China Meridional hasta el interior de Asia y Europa; haciéndolo -a expensas de Rusia-; hasta con su cooperación.
Así, una Rusia que se auto percibe fuerte y poderosa se encuentra -en realidad- en un proceso peligroso de declive estructural. Las acciones de Putin han provocado que Ucrania sea más homogénea en términos étnicos y más pro-Occidente que nunca. Y como Moscú mantiene relaciones tensas con casi todos sus vecinos -o hasta con sus principales socios comerciales, como por ejemplo Turquía-; incluso Alemania -el socio extranjero más importante de Rusia en términos de política exterior y uno de sus aliados económicos clave-, hasta se ha visto obligada a respaldar sanciones económicas a pesar del costo que implica para su economía.
Dolor de cabeza global
Quizás haya que aceptar que Rusia nunca pueda ser un país "normal". Pero la verdadera amenaza existencial para Rusia no es la OTAN ni Occidente; sino su historia, sus creencias y su propio régimen.
Putin está poniendo al Estado ruso en un camino de estancamiento e incluso de potencial colapso. Tanto él como su círculo de poder han proclamado hasta el cansancio la necesidad de priorizar el desarrollo económico y humano; pero nunca han encarado ninguna acción relevante en ese sentido mientras sí han preferido priorizar una modernización militar; tampoco tan robusta ni decisiva como se esperaba.
La forma en la que Trump está "resolviendo la guerra en Ucrania" no ayudará ni a disminuir la autopercepción rusa de su «excepcionalismo»; ni la propia idea de infalibilidad de Putin. Rusia tiene el potencial de convertirse en un gran dolor de cabeza global y en un serio problema por gestionar; quizás ni siquiera en un futuro tan lejano. Ojalá que no. Ojalá.
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