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"The New York Times" publicó una columna de Thomas Friedman en la que el economista plantea: "El plan del presidente Donald Trump para apoderarse de la Franja de Gaza, expulsar a sus 2 millones de palestinos y convertir esta franja costera desértica en una especie de Club Med demuestra solo una cosa: qué corta es la distancia entre el pensamiento innovador y el pensamiento delirante. Puedo decir con confianza que la propuesta de Trump es la iniciativa de 'paz' en Medio Oriente más idiota y peligrosa jamás presentada por un presidente estadounidense".
"Aun así, no estoy seguro de qué es más aterrador: si la propuesta de Trump sobre Gaza, que parece cambiar a diario, o la rapidez con la que sus asesores y miembros del gabinete -casi ninguno de los cuales fue informado previamente- asintieron con aprobación como una colección de muñecos cabezones. Presten atención, damas y caballeros: esto no se trata solo de Medio Oriente. También es un microcosmos del problema que enfrentamos ahora como país. En su primer mandato, Trump estaba rodeado de filtros: asesores, secretarios del gabinete y generales que muchas veces desviaron y contuvieron sus peores impulsos. Ahora, Trump está rodeado sólo de amplificadores: asesores, secretarios del gabinete, senadores y miembros de la Cámara de Representantes que viven con miedo a su ira o a ser atacados por multitudes en línea desatadas por su ejecutor, Elon Musk, si se salen del guión", continúa Friedman. Nada que no fuera por completo previsible. En noviembre del año pasado, planteé algo muy similar en "Trump 2.0 o un mundo que vuelve a cambiar". Y lo mismo vale para Gaza; para Putin con Ucrania; o para la impredecible guerra de aranceles que acaba de desatar.
Las similitudes entre Trump y Milei son notables. Por un lado, existe una afinidad en la irracionalidad aparente de ambos que, como mínimo, debería resultarnos perturbadora. Por otro lado, se trata de una "afinidad ideológica" muy particular: ni Trump piensa como Milei; ni Trump piensa como Milei cree que piensa Trump. Suena a trabalenguas; no lo es.
Más allá de esta asimétrica afinidad ideológica, también existe en el círculo cercano a nuestro presidente la misma colección de "muñecos cabezones" que asienten sin pensar y repiten sin sentir; algo lógico dada la facilidad con la que los funcionarios "vuelan por el aire", son "ejecutados" o "guillotinados". Así, no debiera llamar la atención ver a esta colección de "muñecos asentidores" siguiendo al pie de la letra su rol sin apartarse ni un ápice del "guión oficial".
Peor es para los "conversos"; esos que tienen que probar -más allá de toda duda razonable- la fe de su "conversión". Es tanto el temor a quedar como tibios o de "no estar a la altura"; que caen en una sobreactuación patética. Y hay sobreactuaciones -y patetismos- que se llevan los premios. Una la de Leila Gianni. Funcionaria de fuste del gobierno anterior; elogió a los gritos a los Kirchner; pidió a la Virgen de Luján que acompañara a Sergio Massa en 2023; y hoy actúa como "libertaria de la primera hora". Sus declaraciones suelen ser pantagruélicas y, por lo general, hasta más desopilantes que las de Lemoine.
Otro ejemplo de sobreactuación es Patricia Bullrich quien, cuando aparece usando una gorra de gendarme, me hace pensar en algunos oscuros personajes venezolanos. Más cuando dice -enfática como siempre-: "los argentinos ya no toleran el oportunismo político". Con su larga militancia en espacios políticos tan dicotómicos; ¿quién podría tomarla en serio?
Quizás toda la política argentina debiera entender, de una vez, que nadie resiste un archivo; y que todos son cautivos de sus acciones y dichos anteriores. Que no es una cuestión de "aprender", de "entender", de "convertirse" (casi en términos religiosos) o de "verla"; como se busca hacernos creer. Es falta de dignidad; de coherencia y de consistencia moral.
Crisis
Por cosas como estas todo el sistema político argentino -como el norteamericano- están empantanados en una crisis terminal. Milei y Trump no son el síntoma de un problema; son un emergente que muestra con claridad una crisis, quizás occidental. Y como con hermosura y elegancia dijo Ezra Pound: "la definición de un lunático es la de un hombre rodeado de ellos". Pruebas al canto.
Por desgracia, de aquí en más, todo es «terra ignota". Los funcionarios de carrera -de aquí y de allá- podrán seguir sus vidas según sus valores y su profesionalismo y dar sus mejores consejos y opiniones cumpliendo con su deber de servidor público -incluso cuando esos consejos no sean los deseados o esperados-. "Si así no lo hicieran", no importa si son "purgados", "ejecutados" o "guillotinados"; su servilismo incondicional no le sirve a nadie. Un gobierno de lunáticos o de funcionarios presos del pánico ante la posibilidad de que cualquier disidencia o consejo inoportuno los eyecte de la administración es lo peor que le puede pasar al presidente de la Nación; y a nosotros, la sociedad.
Y, los políticos -todos ellos-, deberán mutar hacia algo todavía por venir que, ni ellos ni nosotros sabemos a qué se parecerá. No espero que se acerque a la genialidad de la que habla Friedman-, pero sí que al menos se aleje rápido de esta estupidez, ignorancia y "lunaticismo" actual. Ojalá.