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¡No es la economía, estúpido!

Viernes, 06 de junio de 2025 22:19
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La frase original "Es la economía, estúpido", se hizo famosa durante la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, cuando competía contra el presidente republicano George H. W. Bush, quien había ganado popularidad tras la Guerra del Golfo, pero la economía había entrado en recesión. Al votante promedio norteamericano le preocupaban otras realidades como el creciente desempleo tras el cierre de fábricas y el incremento en el costo de vida.

Ese cuadro de situación, acercando esa realidad a la nuestra, nos dice que, si bien el anhelo de todo argentino es lograr vivir en un país estable y con futuro, sin embargo, las variables económicas macro, los índices, los dólares, los índices y los modelos económicos foráneos de moda son cuestiones teóricas y lejanas frente a su realidad diaria cuando el sueldo cada vez le alcanza menos, las oportunidades se achican, porque el ciudadano promedio sigue votando con el estómago.

Campea en la masa popular un estado de necesidad subconsciente, que, por ejemplo, lo lleva a cambiar su voto antes de una elección cuando aparece el camión repartiendo bolsas de cemento, cerveza y dinero, lo cambia.

Esto nos enseña que por más que el presidente y el ministro de economía de la Nación, se desgañiten hablando a diario de variables, de sueldos que "vuelan a valor dólar" y de que en poco tiempo -no sabemos qué significa para ellos "poco tiempo"-, seremos estables y creceremos al 7%, cuando no le alcanza, no le alcanza. Y punto.

Así, en este contexto, debemos considerar dos cuestiones: por una parte, que somos un pueblo que tiene una conciencia de lo social todavía muy arraigada; y por otra, que el equilibrio de las finanzas públicas no se puede alcanzar al costo pírrico de sacrificar categorías sociales como la educación y la salud, sobre todo. Luego, no es la economía lo que debería ocuparnos prioritariamente, sino algo más vital: la salud, los chicos, la vida misma.

El caso del Hospital Garraham, es emblemático, porque mientras los gurúes del ajuste recortan con bisturí oxidado, el Hospital Garrahan sigue operando con precisión quirúrgica el alma de una Argentina que no se resigna. No, no es la economía. Es la vida. Son los niños que, con guardapolvo blanco o camisón de internación, nos miran desde la esperanza y nos preguntan qué tipo de sociedad queremos ser.

El Garrahan no cotiza en bolsa, pero vale más que todas las acciones juntas. No es rentable, pero salva. No genera superávit, pero produce humanidad. En tiempos donde la motosierra pasa por donde no debe, este hospital nos recuerda que un país que ajusta en salud infantil ha perdido el rumbo, y tal vez, el alma.

Los argentinos descendemos de los barcos, mayoritariamente de los países con mayor carga humanista en sus culturas y esa herencia genética subyace en el imaginario colectivo. No somos tecnócratas sino esencialmente sentimentales. Es decir, existen valores y categorías muy arraigadas en el alma de la sociedad que no se puede pretender sacrificar en el ara del eficientisismo económico.

Lo hemos comprobado cuando las calles se llenaron de argentinos de todos los colores políticos para defender la educación pública, cuando de a poco se van sumando grupos en favor de los jubilados y ahora, cuando un tema sensible como son los miles de niños que trata el Hospital Garraham, se convierte en una noticia nacional de alto impacto.

Nos sorprende un gobierno que pretende éxitos económicos al estilo del Mercader de Venecia, que pretendía cobrar su deuda con una libra de carne de su deudor, y que hace de una docena de empanadas una preocupación de Estado, o cuando el propio presidente, se rebaja a defenestrar el comentario de Ian, un niño autista de 12 años, que simplemente expresó una opinión en Twitter. Es ahí cuando uno se pregunta: ¿Estas son las preocupaciones «sociales» del presidente?

San Agustín decía que la "Paz es la tranquilidad en el orden". Y el orden es cada cosa en su lugar. Así, no es posible pensar en cambiar el formato social de un país violentando el orden constitucional nombrando ministros de la Corte Suprema por decreto, o cerrando instituciones que hacen a la memoria histórica, o proscribiendo, insultando y desmantelando empresas, en busca de la anunciada destrucción del Estado.

El viejo dicho criollo, dice que "jueguen con la coya, pero no con las alforjas"; esa sabiduría popular enseña, pero también advierte que para todo hay un límite y las urnas lo están diciendo. Los resultados de las últimas elecciones delatan que el gobierno nacional y su brazo político, La Libertad Avanza, ya no está cosechando aquellos abultados resultados. Hay sectores que ya están pensando su voto.

Por último, hay que admitir que ganan, quizá no tanto porque sean muy buenos sino porque enfrente las opciones son muy malas. Cada vez peores. De todas maneras, la prudencia aconseja no agredir aquellas instituciones o valores sociales argentinos, porque los pueblos "que agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento", como dijo ya se sabe quién. 

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