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¿Alguna vez te has sentido como si nunca fueras lo suficientemente buena, sin importar cuánto te esfuerces? ¿Cargas con una baja autoestima persistente y una necesidad constante de aprobación? Estos sentimientos, a menudo, tienen sus raíces en una relación temprana y fundamental: la que tuviste con tu madre. Para muchas personas, especialmente hijas, la fuente de este dolor emocional es una madre narcisista.
El profundo impacto psicológico que deja este tipo de crianza, donde la madre no ve a su hija como una persona individual sino como un objeto para satisfacer sus propias necesidades emocionales, obliga a vivir bajo la constante presión de ser el "espejo" perfecto de la madre. Conocer la dinámica de este vínculo puede ser el comienzo de un cambio radical principalmente con la madre y en las demás relaciones.
La aclamada autobiografía de la escritora Vivian Gornick, "Apegos feroces" explora con una sinceridad abrumadora este conflicto interno; narra los paseos con su madre por las calles de Manhattan, un ejercicio que se convierte en una meditación profunda sobre la relación simbiótica y agotadora entre ambas. La escritora logra capturar la esencia de la opresión emocional que conlleva este tipo de relación, una dinámica en la que el yo de la hija parece disolverse en el de la madre. Gornick lo expresa de manera magistral: "Cuando estás con ella no sabes quién eres. Llena la habitación. Es como estar dentro de su cabeza." Esta poderosa frase resume la pérdida de la identidad y el sentido de asfixia que se siente al estar atrapada en la órbita de una madre incapaz de reconocerla como seres separados.
Distantes de las necesidades emocionales profundas de las hijas, suelen minimizar sus experiencias, magnificando las propias, o descartando sus sentimientos con frases como "Estás exagerando" o "No deberías sentirte así". La manipulación emocional es otra herramienta de control: "Después de todo lo que he hecho por vos..." ó "Así pagas todo mi esfuerzo" son ejemplos del más burdo chantaje emocional. Además, la crítica constante a menudo disfrazada de "consejo" es utilizada para socavar la confianza y aumentar su jerarquía. El uso del "gaslighting" es otra forma particularmente insidiosa de esta manipulación, en que la madre niega la realidad de los hechos para hacer que la hija cuestione sus propios recuerdos y cordura.
Hay un comportamiento fluctuante y recurrente en este vínculo que oscila de la idealización a la devaluación, como un sistema errático de premios y castigos que deja una marca indeleble en el psiquismo: aprender que el amor es condicional y está directamente ligado a la complacencia a los demás.
La voz de la madre narcisista, llena de críticas y descalificaciones, se ha convertido en la voz interior que abona permanentemente la agotadora búsqueda del perfeccionismo extremo y su correlato de frustración: el auto sabotaje. Este profundo sentimiento de indignidad puede destruir sus oportunidades y relaciones para confirmar la profecía auto cumplida de su propia insuficiencia.
Los ecos de ésta crianza no tardan en verse reflejados en la adolescencia y persistir en la vida adulta: relaciones de parejas, amistosas y laborales están marcadas por una dinámica de validación condicionada o por el contrario, por un notable rechazo a estos vínculos (aislamiento). Así también, tratar de convertirse en una overachiever (ganadora compulsiva), esforzándose incansablemente por obtener el éxito académico, deportivo o profesional, que no surge de una motivación interna y saludable, sino del miedo al fracaso y a la desaprobación. Es un intento desesperado de mostrar su valía a los ojos del mundo, la manifestación externa de una herida interna que se expresa a través de innumerables trastornos de alimentación, ansiedad y depresión.
La sanación de las heridas provocadas por una madre narcisista no es un acto de olvido, sino una travesía que integra el dolor del pasado, rompiendo el ciclo de repeticiones inconscientes. Lo que no se hace consciente, gobierna nuestras vidas como destino.