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5 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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Un médico que nos honra como argentinos

Martes, 05 de agosto de 2025 00:00
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Hoy no quiero hablar de economía o de política, quiero hacerlo desde una óptica más humana, la del sentimiento, ese que muy a menudo nos recuerda que somos humanos.

El 29 de julio se cumplieron 25 años del médico ejemplar, René Favaloro. Su vida mostró un dechado de virtudes y valores que lo llevaron a un éxito profesional, ni remotamente imaginado por ese humilde doctorcito nacido en barrio El Mondongo, de La Plata, y que se comprometió con la medicina social en el alejado pueblo pampeano de Jacinto Arauz.

De origen humilde, padre carpintero y madre modista, pero poseedor de un esfuerzo persistente que lo hizo luchar por sus ideales a lo largo de toda su vida.

Fue un humanista al servicio de los demás, priorizando la atención a los pacientes y la formación de nuevas generaciones de médicos.

Más allá de haber sido un cirujano cardiovascular argentino reconocido por su ética, humildad y compromiso con la medicina social, fue un gran ser humano preocupado por el prójimo, dejando como legado la hoy llamada Fundación Favaloro.

En 1967, durante su trabajo en la Cleveland Clinic de Estados Unidos, Favaloro realizó por primera vez un bypass aortocoronario utilizando una vena safena del propio paciente. Esa intervención marcó un antes y un después en la historia de la medicina y lo consagró como uno de los cirujanos cardiovasculares más reconocidos del siglo XX.

Pese a todo lo que logró para la ciencia no contó con el apoyo necesario para sostenerlo. Fiel a su compromiso con una medicina solidaria, la Fundación jamás rechazó a un paciente por falta de recursos. Absorbía los costos que otros se negaban a asumir. Pero las promesas de pago nunca se concretaban.

Favaloro criticó de manera persistente al sistema de salud argentino, al que calificaba de "caótico, injusto y deshumanizado". Por eso insistía una y otra vez en la necesidad de actuar con transparencia y de entender la medicina como un servicio, no como un negocio

Ese pensamiento incómodo para quienes ocupaban espacios de poder lo fue dejando cada vez más solo. "Molestaba", como él mismo escribió con amarga lucidez.

Pese a eso, no abandonó nunca su vocación: seguía dando clases, realizaba cirugías, escribía artículos científicos. Trabajaba como si aún fuera posible sostener el ideal. Pero un día, no pudo más…

Al morir dejó siete cartas, donde denunciaba el ahogo financiero que impusieron a su Fundación, la indiferencia del Estado y su agotamiento físico y moral.

Algunos párrafos decían: "En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer. Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar"

"Si no recibimos una ayuda inmediata, nos veremos obligados a cerrar la Fundación. Eso significará la pérdida de cientos de puestos de trabajo, pero sobre todo, la derrota del sueño por el que regresé al país".

"He escrito cartas a funcionarios y empresarios de todo tipo sin recibir respuesta. Estoy cansado de ser un mendigo en mi propio país"

Cuántos hombres de bien han llegado al final de sus días en esta sociedad argentina, con actitudes de coraje, de entrega por el prójimo, ofrendando algunos hasta su propia vida, sin haber tenido ni reconocimiento ni recuerdo de sus conciudadanos.

Va siendo hora de que recobremos nuestra sensibilidad de humanos comprometidos y solidarios y seamos capaces de agradecer de forma permanente, a quienes han luchado y luchan por conformar desde la dignidad, una sociedad más justa para todos.

 

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