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"El líder se convierte en el objeto idealizado por la muchedumbre, cada miembro de la masa renuncia a su propio 'ideal del yo' y lo sustituye por el 'ideal del líder'. Esto no es solo admiración, es una identificación profunda. Como resultado, los individuos de la masa actúan como si tuvieran una sola mente: obedeciendo al líder y perdiendo su capacidad de juicio crítico. Es una 'hipnosis social' que explica la devoción ciega y la falta de crítica que a menudo conduce a la aceptación de decisiones o de políticas que de otro modo serían cuestionadas por la sociedad, anula el pensamiento independiente y en el peor de los casos, genera una apatía generalizada que desactiva el rol de la ciudadanía como contrapeso del poder"; afirma Cynthia Molinari en su imprescindible columna "Las raíces de la devoción ciega".
Hay narcisismo y egolatría; hay un renunciamiento consciente al juicio crítico; hay idealización y necesidad. Hay abandono y dejadez. Hay carencias profundas que nos hacen depositar en un "otro" una imperativa búsqueda de salvación. Nunca como tarea individual y colectiva, diaria, desde nosotros y por nosotros; sino que depositamos la tarea y ponemos la responsabilidad en un "otro". En "El Salvador". Acción que nos lleva a esas "hipnosis colectivas" primero; y a decepciones y crucifixiones, después.
Los ciclos son históricos y se repiten a sí mismos. Una gran parte de la población depositó una devoción sin igual en la figura de Juan Domingo Perón. Parte de esa misma sociedad lo denostó después mientras que, otra parte, sostiene por esa imagen -tan muerta como petrificada-, una singular devoción.
Aunque duela decirlo, gran parte de la población depositó una enorme confianza en "el orden" que impusieron los militares. He visto a mucha gente salir a las calles a aplaudir a los tanques que marchaban a la Capital preanunciando el golpe del 76. Es que "el orden" puede ser una necesidad que barre con otras consideraciones -incluso democráticas- como lo muestra la "dictadura democrática" de Bukele; quien está llegando al extremo de militarizar la educación.
Parte de la población "endiosó" a Raúl Alfonsín; para "incinerarlo" cuando la economía comenzó a dar síntomas de enloquecer. Menem se convirtió en el nuevo "Salvador" en un experimento liberal sin redes de contención que dejó generaciones enteras heridas por doquier. "La experiencia de los años noventa debería funcionar como advertencia. Durante el menemismo, que hoy retorna en su tercera generación, la apertura indiscriminada y la privatización masiva generaron desempleo estructural, precarización laboral y un aumento de la pobreza que en 2002 alcanzó al 54% de la población. No fue la falta de reformas lo que condenó al país, sino su aplicación sin equilibrio ni políticas progresistas de una modernidad que pide coordinación entre fuerzas"; nos advierte Ezequiel Jiménez, en otra columna imprescindible: "Motosierra a ciegas y desregulación letal".
A De la Rúa nunca lo "endiosó" nadie; me parece que no se esperaba nada de él. También vi con mis propios ojos cuando la Plaza de Mayo se llenó de gente que "de manera espontánea" salió a recibir a un nuevo "Salvador": Eduardo Duhalde; quien ponía fin a la seguidilla de cinco presidentes en once días. Poco importaba que el nuevo "Salvador" fuera asociado -con demasiada frecuencia- con carteles del narcotráfico; nuestra ceguera temporal es capaz de anular con efectiva selectividad toda señal de peligro.
Después vendrían veinte años de experimento kirchnerista del cual, aún hoy, hay personas que defienden el modelo. Inentendible cuando ha sido demostrado y probado que -desde Néstor Kirchner hasta Cristina Elisabet pasando por Alberto Fernández-, robaron hasta el agua de los floreros de la Casa Rosada.
Y así llegamos al nuevo "Libertador". Al nuevo "Salvador de la Patria". Alguien sin experiencia política o ejecutiva alguna, sin partido político y sin cuadros idóneos para poblar las estructuras mínimas del Estado. Alguien quien, frente a banderas que dicen "kirchnerismo nunca más", debe ahora convivir con voces que dentro de su propio gobierno dicen en audios radiactivos: "Estos son más chorros que los Kirchner".
No me canso de marcar nuestra responsabilidad; a pesar de que queramos sacárnosla de encima como sartenes de teflón a las que no se le pega nada. "Votamos lo menos peor" solemos repetirnos -justificándonos-; sin detenernos a pensar que, que sólo hubiera dos candidatos -uno más imposible que el otro-, es consecuencia de una enorme falla sistémica social colectiva y general. Uno de los dos ganó y así, quien parecía más cercano a una internación psiquiátrica que a ser presidente de la Nación, fue nombrado "Salvador". "Libertador".
Quizás sea hora de ver, de una buena vez, que la política y los políticos no salen de repollos. Que no crecen -solos- de la fértil pampa húmeda; sino que son un espejo de nosotros mismos. Quizás sea hora de pensar que, la culpa de entronizar gente horrorosa que intuimos, sospechamos o sabemos que nos van a fallar a la primera oportunidad, es por nuestras convenientes cegueras temporales. Por nuestros enamoramientos fruto de nuestras idealizaciones y carencias. Ojalá pensemos en algo de todo esto cada vez que nos toque ir a votar.