¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
25 de Septiembre,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

La salida no es Ezeiza

Jueves, 25 de septiembre de 2025 01:57
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

En tiempos de crisis, cuando el horizonte se nubla y la esperanza parece desvanecerse, muchos argentinos piensan que la salida está en Ezeiza. El aeropuerto se convierte en metáfora de fuga, en puerta de escape para quienes sienten que este país no ofrece futuro. Pero hay otra salida, más profunda, más duradera y verdadera: la educación, la salud y el trabajo.

La educación no solo abre puertas personales: también construye una memoria colectiva. Un pueblo con memoria recuerda sus dolores, reconoce sus errores y, sobre todo, evita repetirlos. En cambio, la ignorancia nos vuelve presas fáciles de la demagogia y del oportunismo. Apostar por la educación es sembrar futuro, aunque los frutos no se cosechen de inmediato.

Significa dotar a cada argentino de las herramientas para pensar, crear, criticar y decidir con autonomía. Significa, también, que el país entero se fortalece con ciudadanos conscientes de que el camino de la grandeza no está en los privilegios heredados ni en las improvisaciones, sino en el esfuerzo sostenido.

Pero de poco sirve un pueblo educado si no cuenta con salud. La salud es la base silenciosa que sostiene todo. Sin cuerpos cuidados y mentes sanas, el proyecto común se debilita. Un sistema de salud fuerte es el cimiento para que cada trabajador, cada docente, cada estudiante, cada madre y cada padre pueda aportar lo mejor de sí.

Cuando la salud se vuelve un privilegio y no un derecho, el país se fragmenta en castas: los que pueden vivir y los que apenas sobreviven. Con salud garantizada, la sociedad entera empuja hacia el mismo lado, como un gran equipo donde nadie queda relegado por no poder pagar un tratamiento o acceder a un hospital.

Y finalmente, el trabajo. Esa palabra que debería ser orgullo y motor, pero que en muchos sectores se ha transformado en un privilegio para pocos.

El trabajo dignifica, ordena la vida, da propósito y arraigo. Sin embargo, en la Argentina de hoy, el trabajo formal parece cada vez más escaso, y muchos que trabajaron toda su vida se ven fuera de un sistema que ya no los contempla. Otros, en cambio, acceden a cargos y beneficios simplemente "por ser pariente de" o por tener las famosas "vaquitas atadas". Y aquí no hablamos del noble animal que nos provee de carne, leche y sustento, sino de esos atajos que garantizan curros, privilegios y beneficios injustificados, que nada tienen que ver con la cultura del esfuerzo.

Esos trabajadores invisibles, que madrugan cada día, que levantan este país sin aparecer en los titulares, son los que de verdad sostienen a la Argentina. Son los que nunca tuvieron un curro, sino un trabajo de sol a sol. Ellos saben, mejor que nadie, que el país se construye con las manos, con la cabeza y con el corazón, y no con las prebendas heredadas ni con las ataduras de un sistema que premia la cercanía al poder antes que la capacidad.

Por eso, insistir en que la salida está en Ezeiza es un error. Puede que algunos encuentren allí un alivio personal, una esperanza individual. Pero la salida verdadera, la que nos puede salvar como nación, no está en partir sino en quedarse y reconstruir. Está en exigir educación para todos, salud para todos y trabajo para todos.

Educar para que no olvidemos. Cuidar la salud para poder empujar juntos. Trabajar para construir un país con dignidad. Esas son las puertas verdaderas de salida de la crisis.

Ezeiza es un símbolo de desesperanza. La otra salida —la real, la que vale la pena— es la que se abre en cada aula, en cada hospital y en cada puesto de trabajo. Y esa salida no conduce a otro país, sino a la posibilidad de hacer de la Argentina el país que todos merecemos.

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD