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La prologada agonía de una dictadura populista

Domingo, 12 de enero de 2025 01:28
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La violenta crisis venezolana de estos días muestra el crudo escenario de un país latinoamericano que, de ser modelo de democracia, hogar de los que exiliados que huían de las dictaduras y la violencia y con las mayores reservas hidro carburíferas de la región, que constituían un pie de apoyo para el desarrollo, se ha transformado en un país expulsivo, del cual emigraron 8 millones de profesionales y trabajadores calificados.

Nicolás Maduro es la figura visible de un régimen populista, que llegó legítimamente al poder en 1998, cuando Hugo Chávez, un militar ex golpista de perfil nacionalista de izquierda, ganó las elecciones en un país castigado por los tembladerales financieros internacionales de los '90.

Venezuela era un país democrático, pacífico y con fuertes ingresos por exportación de hidrocarburos, pero con una sociedad fracturada por la concentración del ingreso.

Chávez invirtió el excedente en la financiación de la política, en construir alianzas con otros gobiernos de la región, que fue muy sólida en el vínculo con Nicaragua, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa y la Argentina de los Kirchner y, con mas distancia, con los moderados izquierdistas de Chile, Uruguay y Brasil.

Pero la raíz del asesoramiento, la colaboración técnica y los servicios de inteligencia que cumplieron un rol esencial en Venezuela los proporcionaba Cuba. El socialismo del siglo XXI fue en realidad un populismo, es decir, la demagogia sistematizada, inspirada en el intelectual argentino radicado en Londres, Ernesto Laclau.

Hoy, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la elite gobernante muestran una caricatura trágica de ese sistema sostenido con los restos de la industria petrolera, la administración de recursos provenientes del crimen organizado, y con el poder de las armas del ejército y de legiones de paramilitares. El previsible fracaso de ese estatismo triunfalista hoy se manifiesta en la desesperación de Nicolás Maduro, quien aspira a eternizarse en el poder tratando de emular a Daniel Ortega y al linaje de los Castro.

El secuestro del gendarme argentino Nahuel Castro, y de cientos de venezolanos y extranjeros, muestra un régimen decadente, que no está en condiciones de dejar el poder a pesar el aislamiento regional y del repudio de la inmensa mayoría de los ciudadanos.

La figura emergente de María Corina Machado, una mujer que demuestra un coraje a toda prueba y cuya popularidad le impide al régimen encarcelarla e incomunicarla, como hace con los opositores, es una luz de esperanza.

Pero una rebelión militar, que es una posibilidad según muchos observadores, podría derivar en una guerra civil, en la que la fracción bolivariana de la oficialidad, las organizaciones paramiltares del régimen y los aliados del narcotráfico, el contrabando y la economía paralela, sumados a los servicios de inteligencia con base en Cuba terminarían generando un conflicto sangriento y prolongado.

El populismo, aunque decadente, sigue vivo en Latinoamérica. Los intereses de China, Rusia e Irán, junto con sus aliados, sumados al declive generalizado de las democracias liberales no contribuyen a la recuperación de los derechos humanos, la paz social y el desarrollo sustentable.

El gobierno de los Estados Unidos puso precio a la captura de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello: US$ 25 millones por cada uno. Sin embargo, no es seguro qué hará Donald Trump a partir del 20 de enero. Ya ha manifestado su visión geopolítica en la que el control del Ártico, de Canadá del Golfo de México y del Canal de Panamá ocupan un lugar dominante. Esa es una parte de la guerra comercial y tecnológica que se propone frente a China.

América latina sigue siendo una región fragmentada, pero estratégica por sus recursos naturales. Por eso, los países líderes quieren hacer base en la región. aunque marginalizada en la economía globalizada, debe seguir tratando de construir un futuro común, con realismo y sin ilusiones ideológicas ni soluciones mágicas.

 

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