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El inicio de la segunda presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos es un hecho relevante en sí mismo. Por una parte, el magnate neoyorquino representa un proyecto que contrasta con gran parte de las tradiciones políticas de su país, incluso del Partido Republicano. En los hechos, es el líder de una corriente internacional muy extendida en Occidente que relativiza el equilibrio de poderes, reniega de la libertad de prensa, prescinde de la justicia social y rechaza los acuerdos internacionales sobre el cambio climático y la perspectiva de género.
El presidente electo no acepta la visión histórica sobre la democracia y la globalización. La energía y la visión lúcida de la actualidad le han permitido a Trump, que cumplirá 79 años en junio, sostener su carrera política, incluso después de sobrevivir a un atentado. Mañana asumirá el gobierno de la mayor potencia mundial en un momento crítico de la historia.
EEUU tiene ante sí el desafío de China, con una economía estatal poderosa, que pretende desplazarlo del liderazgo mundial. Una carrera, por ahora, comercial y tecnológica pero que muestra un posible choque geopolítico. Al mismo tiempo, el expansionismo ruso y el conflicto entre Irán e Israel generan un clima de belicosidad cuyo desenlace no es previsible aún.
El presidente argentino Javier Milei es el único presidente sudamericano que manifiesta un apoyo fervoroso a Trump y a su visión del mundo. La Argentina, y en general, la región, han mantenido siempre un vínculo de recelos hacia los Estados Unidos, que por cierto nunca los tuvo entre sus prioridades; por otra parte, en las dos últimas décadas, los gobiernos bolivarianos colocaron a aquel país en el lugar del enemigo.
La demanda de recursos energéticos y de minerales estratégicos, acelerada por las guerras y las exigencias tecnológicas coloca a América latina como un espacio de disputa entre las potencias, es decir, de un conflicto fuerte que condicionará las políticas y las decisiones.
La empatía entre Trump y Milei ofrece algunas ventajas a la Argentina.
En un proceso de reforma del Estado y reducción del gasto público, Milei ha logrado terminar el año con superávit fiscal (después de 16 años) y reducir la inflación a valores notablemente inferiores a los heredados. Pero la reforma financiera, productiva y fiscal llevará tiempo. Es probable que Trump facilite desde el FMI la asistencia necesaria para lograr salir del cepo cambiario y tratar de encaminarse hacia la normalidad. Se tratan, en principio de un refuerzo de US$ 22.000 millones; mucho para nosotros y muy poco para el organismo.
Como contrapartida, es muy probable que esa empatía, a la que se suma el mega empresario Elon Musk, muestre al país como un mercado confiable para inversiones estratégicas. Vaca Muerta, las reservas de litio y cobre y las posibilidades de desarrollo podrían facilitar la transformación del sistema productivo.
Pero nuestro país no puede encandilarse con un supersocio que, en realidad, tiene su mirada puesta más allá del Atlántico.
Es un principio básico de las relaciones internacionales: el futuro de un país depende de sí mismo y de la claridad con que reconozca y defienda sus intereses.
Una economía proteccionista como la que aplicó Trump en su primer mandato podría tener efectos inflacionarios internos que repercutirían en las tasas de interés y podrían perturbar el frágil equilibrio que logró el gobierno libertario, y que es su más fuerte pilar político.
Los juicios de valor sobre ambos presidentes son antagónicos. La historia dará su veredicto. Para la Argentina los pasos que den Trump y Milei serán trascendentes, pero es necesario tener presente que ambos han emergido como fruto de un palpable deterioro del sistema democrático tradicional y de la inconsistencia notable exhibida por sus adversarios.