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Claudia Umbert convive con dos llamas, ocho gatos, tres perros, un pavo real y dos pavas en un predio de la ciudad. Comparte en redes sociales imágenes de momentos con Andes y Morocha, las llamas que adoptó de bebés y que hoy la siguen a todos lados.
En el patio de la casa de Claudia Umbert nada parece fuera de lugar: los gatos se entrecruzan con los perros, el pavo real despliega su cola majestuosa y, de pronto, aparecen Andes y Morocha, dos llamas que se comportan como mascotas domésticas. La escena, que ella suele compartir en redes sociales, sorprende y despierta ternura a partes iguales.
Andes llegó primero, con apenas 45 días de vida, huérfano de madre y en riesgo de no sobrevivir. "Tenía todavía el contorno umbilical y necesitaba leche especial. El veterinario nos indicó que compráramos una que se usa para terneros, y así lo sacamos adelante. Hoy tiene seis meses", cuenta Claudia, que ya tenía experiencia en rescatar animales. Poco después, se sumó Morocha, de ocho meses, un regalo que completó la pareja de llamitas.
Los nombres surgieron de manera espontánea: "Busqué en internet y me gustó Andes porque es autóctono de la zona. Mi marido Alejandro eligió Morocha por el color de ella", recuerda.
El vínculo con ellas se volvió cotidiano. En su casa, las llamas entran al cuarto, se acuestan al costado de la cama y hasta comparten la hora del mate. "Morocha es la que te quita la yerba, te saca la bombilla y se come la yerba directamente. Son muy tiernas, muy curiosas", relata. La convivencia no está exenta de travesuras: si encuentran una mesa servida en el quincho, tiran el mantel y revisan todo lo que hay encima.
La jornada
El día comienza temprano. Claudia les da de comer, prepara la mamadera de Andes y las suelta en el parque para que pasteen. A la noche duermen en un establo especialmente acondicionado con colchas para que no sufran frío ni humedad. "Al principio los perros estaban reacios, pero después se hicieron todos parte de la manada. Hoy duermen juntos y hasta los acompañan cuando los llevo al establo", explica.
El costo de su cuidado no es menor. "Cada visita del veterinario cuesta entre 100 y 200 mil pesos, y la bolsa de leche especial vale 250 mil. Pero valió la pena, porque Andes y Morocha están sanos, vacunados y bien controlados", asegura. También deben esquilarlos en verano (por o menos a Morocha) y planea comprarles una pileta pelopincho para que puedan refrescarse cuando llegue el calor.
Todo el tiempo se ve cómo los usuarios de Instagram suben fotos con sus perros o gatos, más en estos tiempos de humanización de los animales. El tema es que Claudia sube, con mucho cariño, fotos y videos de sus llamas.
Más allá de los desafíos, Claudia disfruta de la compañía que le brindan. "Son dependientes, yo les digo 'mis tóxicos', porque quieren estar todo el tiempo conmigo. Si cocino, se meten en la cocina; si salgo, me siguen hasta la camioneta. Y cuando no se encuentran, se buscan entre ellos: son inseparables", dice entre risas.
Consultada la mujer sobre si se enfrenta a comentarios en redes sociales que cuestionan si corresponde tener llamas en un ámbito doméstico, ella lo aclara: "No es malo, sí está permitido tener llamas, siempre que tengas espacio físico y estén bien atendidas. Lo que no está permitido son las vicuñas. Andes quedó huérfano y, si no lo hubiéramos rescatado, se habría muerto. En el campo, otras llamas no le iban a dar leche".
Hoy, sus sobrinos y vecinos disfrutan de este pequeño zoológico casero. Los chicos se acercan a sacarse fotos con las llamas y se maravillan con el pavo real. Claudia lo vive con naturalidad: "Es mi forma de vida, me gustan los animales y siento que acá tienen un lugar seguro".
Andes y Morocha pueden llegar a vivir hasta 25 años y pesar más de 160 kilos. De momento, siguen creciendo entre perros, gatos y pavos, robándose el protagonismo de la casa y de las redes sociales. "Son personajes", dice Claudia, con una sonrisa, mientras sus llamas la siguen de cerca, Andes esperando la próxima mamadera y Morocha un sorbo de mate.