inicia sesión o regístrate.
En nuestro país, donde la minería promete desarrollo y empleo, los proveedores locales enfrentan una contradicción profunda: fabricar en el país puede costar mucho más que importar el mismo producto terminado desde el exterior. Aún así, el esfuerzo y emprendedurismo sobrevive.
La minería se proyecta como uno de los motores económicos de las próximas décadas. Sin embargo, debajo de ese impulso se esconde una paradoja que frena la integración local: un proveedor argentino que intenta fabricar equipos o insumos con partes importadas termina pagando entre 30% y 60% más que si el mismo producto viniera terminado desde otro país.
Tomemos un ejemplo concreto. Un fabricante local necesita importar una pieza —un módulo electrónico, una chapa de titanio o un componente estándar— para construir un equipo destinado a la industria minera. Esa pieza ingresa como bien de cambio o bien de uso para manufactura, con un valor CIF de unos USD100.
Entre impuestos, derechos, percepciones y gastos financieros, el costo real en el país se eleva a USD160–220. Si se agregan otros USD100 en ingeniería, mano de obra y servicios locales, el costo final ronda los USD260–320.
En cambio, si el mismo proveedor mudara su planta a Paraguay, Chile o China, recibiría el insumo a USD100 CIF, invertiría una suma similar en producción y vendería el producto terminado a USD200 como bien de uso a una empresa minera argentina.
El mismo producto, con el mismo conocimiento, pero 60% más caro por hacerlo en casa.
Una asimetría que desalienta el desarrollo
Esta diferencia no es anecdótica. Es el resultado de un marco normativo que penaliza la producción nacional y premia la importación.
1- Tratamiento impositivo desigual: los insumos que entran como bienes de cambio pagan más caro que los productos finales.
2- Falta de incentivos productivos: la ley no distingue entre quien revende y quien fabrica, aunque este último genere valor y empleo.
3- Competitividad en riesgo: los proveedores locales quedan fuera de mercado incluso antes de empezar a producir.
La minería argentina —del litio, del cobre, del uranio o del oro— tiene una oportunidad histórica para impulsar cadenas de valor regionales. Pero si esta asimetría persiste, el crecimiento del sector no se traducirá en fábricas, talleres ni empleos locales, sino en más contenedores en los puertos.
La pregunta de fondo es sencilla: ¿queremos una minería que industrialice el Norte argentino, o una minería que siga importando todo desde afuera?
Corregir esta distorsión no es un reclamo sectorial, sino una política de desarrollo: equilibrar la cancha entre producir y traer hecho.
De lo contrario, la paradoja continuará. Seguirá siendo más barato comprarle a un extranjero y mal interpretaremos condicionantes incumplibles o que finalmente llevan frustraciones de mayorías sin interpretar las razones sistemáticas que complotan contra las buenas voluntades de empresas, emprendedores y reguladores.