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La mañana arrancó con poco movimiento. Escuelas abiertas con normalidad, urnas listas, y autoridades de mesa acomodando la Boleta ünica de Pape (BUP). Nada hacía presagiar que el primer tema de conversación electoral del día no sería un candidato ni una encuesta, sino un poncho, el símbolo del gaucho salteño.
Todo comenzó cuando un votante preguntó en forma inocente qué pasaba si alguien llegaba al establecimiento educativo con el poncho salteño al hombro, dispuesto a cumplir con su deber cívico. De inmediato surgió la duda entre las autoridades: *¿se puede votar vistiendo algo que también representa a un partido político?*
“No puede, porque uno de los frentes tiene en el poncho su logo”, comentó una autoridad de mesa,mientras sostenía el padrón en una mano y el café en la otra.
Pero no todos coincidían. Otro integrante del equipo electoral intervino con tono conciliador: “No debería haber problema, si lo pensamos así, tampoco podríamos dejar pasar a alguien con una remera violeta”.
Y así, entre mate y mate, nació la grieta del poncho.
El debate cruzó pasillos y aulas. Algunos lo veían como un símbolo cultural, una prenda que trasciende la política, mientras que otros insistían en que podía inducir el voto o generar confusión en plena jornada.
Para zanjar la discusión, el delegado electoral Jorge López Miro fue consultado y aportó algo de cordura -y humor- a la mañana: “No hay ningún problema, es una vestimenta. Es igual que alguien venga vestido con una remera violeta. ¿No lo vamos a dejar votar?”, respondió entre risas.
En definitiva, el poncho salteño volvió a dividir pasiones, aunque esta vez lejos del escenario folclórico y bajo la mirada atenta de las urnas. Una escena que mezcla la solemnidad del voto con el espíritu identitario del norte, donde hasta una prenda puede generar debate... y sonrisas.