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Desde muy temprano, el movimiento fue intenso. A las ocho de la mañana, el histórico camposanto ya recibía visitantes con ramos, coronas, velas y comidas caseras. En las veredas, los puestos de venta improvisados completaban la postal típica de esta fecha tan significativa para la cultura popular salteña.
“Estamos vendiendo coronas de flores, cruces, tartas, bizcochuelos, gaseosas y desayuno desde temprano”, contó Ana, una de las vendedoras que se ubicó en el ingreso principal del cementerio. Entre las mesas cubiertas de flores frescas, los precios variaban: los ramos rondaban los $3.000, mientras que las coronas se ofrecían a $2.000 o tres por $5.000.
A pocos metros, otro grupo de mujeres ofrecía chicha artesanal, una de las bebidas infaltables de esta jornada. “La botella grande de tres litros sale cuatro mil pesos, y la chica de litro y medio dos mil”, detalló una vecina, mientras los visitantes aprovechaban para degustar. Una de ellas, entre risas, bromeó: “No, la difunta soy yo”, arrancando sonrisas entre los presentes.
El aroma a maíz fermentado y las risas compartidas se mezclaban con la emoción contenida. “Traje chicha de maíz y de maní, cualquiera de las dos a cuatro mil”, agregó Claudia, otra vendedora, mostrando las botellas frías listas para acompañar las ofrendas.
Un paseo entre recuerdos y ofrendas
Las calles cercanas al cementerio permanecieron cortadas al tránsito durante toda la mañana. Agentes municipales y de tránsito ordenaban la circulación de vehículos y peatones, mientras familias enteras avanzaban con flores y bolsas en las manos.
“Todos los años vengo con mi mamá a visitar a los familiares”, contó Verónica, una joven que acomodaba flores sobre una lápida. “Sigo la tradición de mi abuela. En casa dejamos la mesa con pan, agua y comida desde el primero de noviembre, y el dos venimos al cementerio. También rezamos la novena por los difuntos”.
Su testimonio refleja la esencia de esta costumbre ancestral: recordar a los muertos como parte viva de la familia, agradecerles su legado y mantener presente su espíritu.
Entre la devoción y las ventas, una jornada de encuentro
No todo es devoción dentro del predio: afuera, los comerciantes también viven esta fecha como una oportunidad importante. “El movimiento está bien, pero la venta afuera nos complica”, reconoció una florista que atiende dentro del cementerio. “Pagamos impuestos y nos parece injusto que algunos se instalen sin permiso frente a sus casas”.
Aun así, el ambiente general fue de respeto, convivencia y tradición. Las recomendaciones de la Municipalidad de Salta también estuvieron presentes: se pidió evitar colocar agua en los floreros para prevenir la proliferación del mosquito del dengue, una medida sanitaria que muchos visitantes ya adoptaron con naturalidad.
Los pasillos del cementerio se llenaron de color y de murmullos. Algunas familias compartían un mate o una oración. Otras, simplemente se quedaban en silencio frente a las tumbas, en un diálogo íntimo con el recuerdo.
Un ritual que trasciende el tiempo
Cada 2 de noviembre, los salteños reviven un rito que combina religiosidad, memoria y afecto. Para muchos, preparar la mesa de los difuntos es tan importante como la visita al cementerio: se colocan fotos, pan casero, agua y comidas preferidas de los seres queridos fallecidos.
“Es el momento de revivir viejas experiencias, traer memorias, momentos lindos y dejarles una flor para recordarlos y estar un momento más con ellos”, resumió una vecina al final de la jornada, mientras el sol iluminaba los caminos del camposanto.
El Día de los Santos Difuntos en Salta no es una fecha de tristeza, sino de encuentro, gratitud y continuidad. Entre flores, rezos y aromas, las familias volvieron a darle vida al recuerdo, reafirmando que en esta tierra andina los lazos con los que partieron nunca se cortan: solo se transforman en memoria y amor eterno.